UN INGLÉS Relatos Cinco años en Buenos Aires 1820-1825



Índice
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII

NOTICIA
"Cinco años en Buenos Aires (1820-1825)" fue publicado en Londres en 1825. El autor es "un inglés" que nos lleva a descubrir todos los rincones de la ciudad, sus costumbres, economía, vida religiosa, juegos, diversiones, alimentación, política, etc.
Fue atribuido por Rafael Alberto Arrieta al viajero inglés Thomas George Love, fundador del periódico porteño "The British Packet and Argentine News". Este observador inteligente y de relativa cultura, determina que pueda señalarse a su obra como uno de los testimonios de mayor importancia para el análisis del pasado argentino.
El período que se describe aquí es uno de los más agitados de la historia argentina, desde aquel 1820, año de la anarquía y de los gobiernos inestables, hasta la luminosa administración del General Rodríguez y de su progresista ministro Rivadavia y luego del General Las Heras. Para dar una referencia histórica global, y ubicar al testigo británico a través su entorno social debemos considerar el período de los 100 días de Napoleón (1821) y la coronación de Isabel I (1837)
Cinco años en Buenos Aires
1820-1825
Capítulo I
La ciudad de Buenos Aires, divisada desde la rada exterior a unas ocho millas de distancia, tiene un imponente aspecto. Los edificios públicos y las cúpulas de numerosas iglesias le dan cierto aire de grandeza que se desvanece cuando nos aproximamos. Al desembarcar, el muelle derruido, (la tormenta del 21 de agosto de 1820 le dejó en malas condiciones) y las principales calles cercanas a la costa nos predisponen mal respecto a la belleza de la ciudad; pero para hablar en justicia debe observarse la ciudad minuciosamente, pues hay edificios dignos de consideración. Cuando yo desembarqué, en octubre de 1820, dos cañones de a cuarenta y dos en excelente estado, estaban emplazados en el muelle ostentando un grabado de las reales armas españolas y la fecha y lugar de la construcción; uno provenía de Sevilla y el otro de Lima. Tendrían unos sesenta años.
Los pasajeros no encuentran ningún impedimento de parte de la Aduana. Una rápida inspección del equipaje es el único requisito obligatorio. Varios procedimientos enojosos han sido recientemente abolidos.
En otros tiempos, un centinela debía impedir que la gente se acercase al borde del muelle de la ribera sin previa autorización del resguardo. También ha sufrido reformas el sistema que ordenaba a los barcos esperar en la rada exterior la chalupa de sanidad. Los capitanes pueden desembarcar de inmediato en el puerto. En la rada interior se espera la visita de la sanidad, que llega al poco tiempo de anunciarse por una señal. Mientras duró el régimen anterior, los barcos sufrían las inclemencias del mal tiempo o del descuido durante los cuatro o cinco días previos a la visita: toda comunicación con tierra estaba prohibida.
En caso de que la nación a la que pertenece el barco no tenga cónsul o agente en Buenos Aires se hace obligatoria la entrega de los documentos(1), manifiestos de la carga, documentos de a bordo, etc.
Con el traslado de la cañonera que estaba en la rada exterior desapareció una causa de continuos accidentes. Numerosos conflictos surgieron por haber hecho fuego esta cañonera sobre barcos y botes para hacerlos detener. El barco Condesa de Chichester, primer paquebote que llegó de Falmouth, recibió dos disparos estando a bordo Mr. Pousset, el vicecónsul El capitán Little, que comandaba la embarcación, ignorando el motivo del fuego, ordenó el contraataque y dio armas a la tripulación. Rápidamente se envió una comisión que pidió disculpas. Serios trastornos habrían tenido lugar en caso de continuar con el mismo sistema.
Los servicios regulares sanitarios se establecieron en octubre de 1821 y el cumplimiento de la ley de cuarentena y la prevención del contrabando fueron las razones dadas para su instalación; Pero quizás mediaron otros motivos, uno de los cuales podría ser el impedir que los cruceros británicos abordaran las embarcaciones de su nacionalidad, antes de la visita oficial. No obstante, es difícil hacer obedecer las leyes de cuarentena en Buenos Aires. Los barcos suelen llegar de noche, o en días de niebla, y los capitanes, por ignorancia de la reglamentación, desembarcan antes de que se cumpla la visita.
La rada exterior y la rada interior constituyen fondeaderos abiertos pero en ninguno de ellos se puede anclar en buenas condiciones. El fuerte viento que sopla del E. y S. E. sobre la costa es siempre peligroso: a menudo arrastra las embarcaciones consigo. En la tormenta del 21 de agosto de 1820, que causó la pérdida de sesenta embarcaciones, el viento soplaba en dirección S. E. El invierno es más apropiado que el verano para la navegación, porque en verano hay viento del Este casi todas las tardes. Se hacen necesarios buenos cables y anclas en el Río de la Plata, especialmente cables eslabonados.
En la rada exterior suele haber una profundidad de dieciocho pies y en la interior de ocho. Cuando sube la marca, ésta llega a veinticinco en la rada exterior y1a trece en la rada interior. Un pampero que sopla del 0. o del 0. S. 0. produce, de cuando en cuando, una gran baja, que deja una profundidad de cinco pies en la rada interior y de ocho en la rada exterior. Los bancos de arena quedan al descubierto y la gente pasea a caballo sobre ellos. Está baja extrema es poco frecuente. La goleta El Candidato, que venía del Cabo Verde con un cargamento de sal, zozobró cerca del banco Ortiz, el 13 de junio de 1823, a causa de la marea, que se produjo con mucha rapidez. Las condiciones de la marea provocan a menudo el detenimiento de embarcaciones en la rada interior; así transcurren días y a veces una semana. Los pilotos nombrados y pagados por el gobierno guían embarcaciones en la rada exterior y en la rada interior: dos de ellos, Lee y Robinson, son ingleses; los otros son portugueses y criollos, que entienden un poco de inglés. El pilotaje se paga a razón de $ 10 por viaje. Los patrones que pisotean sus propias embarcaciones no se libran de pagar al práctico.
El puerto de la Ensenada, situado a 30 millas al sureste de Buenos Aires, posee un buen fondeadero, pero para barcos de mucho calado es recomendable ir más lejos. Alejándose aumentan considerablemente los gastos, pero sólo así se puede garantizar un abordaje exento de peligros y dificultades. La Ensenada es un pueblecito triste. El embarque de mulas es allí más fácil que en Buenos Aires.
En la parte meridional de la ciudad corre un riacho llamado Barracas, donde goletas y barquichuelos reparan sus desperfectos.
El Río de la Plata podría ser bautizado con justicia como "infierno del navegante": unas cartas trazadas por el capitán Heywood, del buque S. M. B. Nercus, sin ser perfectas, pueden considerarse las mejores. El gobierno ha mandado colocar boyas en los bancos Chico y Ortiz y se ha hablado mucho de construir un muelle, una dársena y otros trabajos de consideración. Han sido contratados los servicios de un ingeniero francés y un caballero cuáquero, de nombre Bevans. Este último llegó, procedente de Londres, en octubre de 1822, pero la carencia de fondos ha impedido la proyectada empresa. Levantar muelles y dársenas no es tarea fácil en un país desprovisto de obreros.
Se dice que para subsanar este inconveniente llegarán doscientos irlandeses traídos por el coronel O'Brien, un oficial de San Martín. Mr. Bevans ha recorrido el país con el objeto de obtener una información precisa sobre las posibilidades de la empresa; pero tropezó con muchas dificultades. Un pequeño impuesto a la navegación se haría indispensable en caso de emprender obra tan fundamental.
Son bastantes los prácticos que navegan por el Río de la Plata y es fácil encontrarlos en sus mismos barcos. No solamente es difícil para las embarcaciones pesadas remontar el río, sino que es imposible encontrarles un flete apropiado en Buenos Aires. Un barco de 550 toneladas, el Lord Lynedoch, que llevaba una numerosa tripulación de láscares, debió detenerse dieciséis meses y embarcar finalmente un cargamento de mulas para la Isla de Francia. Embarcaciones de 150 a 200 toneladas son las más indicadas en estos parajes.
Las embarcaciones se cargan y descargan con el auxilio de chalanas, llamadas aqui balandras. Un caballero, inglés, Mr. Cope, tiene varias a su servicio, y atiende a la mayor parte de los barcos ingleses y norteamericanos. Un leve oleaje impide a estas chalanas cumplir su tarea; tan sólo con buen tiempo pueden permanecer al lado del barco.
El alquiler de botes es caro: $ 8 y 4 reales hasta la rada exterior. Los boteros son en su mayoría ingleses forzudos y diligentes.
El desembarcadero, donde antes estuvo el muelle, es pésimo: los barcos pesados no pueden acercarse. Para el embarque y el desembarque se utilizan carros; no tienen tarifa y sus conductores, como los barqueros de nuestra patria, se hacen pagar lo que pueden. Quienes en razón de sus ocupaciones deben embarcar y desembarcar con frecuencia, encuentran demasiado caros los carros, no faltando algunos que se hacen llevar en hombros de los marineros. Rara vez hay agua bastante para permitir que los barcos se acerquen, y, por otra parte, siempre está el peligro de las rocas y restos de naufragio que hay cerca de la costa.
No puede decirse que Buenos Aires posea, en este momento, una marina; en verdad habría que pensar si el crear una institución tan costosa seria sensato. El capitán del puerto, D. Bautista Azopardo, es italiano de nacimiento; se asegura que es una excelente persona. En la última guerra fue capitán de un barco armado y ha sido dos o tres veces tomado prisionero por los ingleses. Hay igualmente cierto número de oficiales de marina al servicio de Buenos Aires. El Aranzazu, barco de guerra nacional, de tiempo atrás anclado en la rada exterior, posee una tripulación en su mayoría inglesa. Algunos hombres son marineros escapados de los barcos mercantes. Los marineros nativos son antiguos soldados negros.
Hay tres goletas que hacen la carrera de Buenos Aires a' Montevideo: la Pepa, la Dolores y la Mosca. El pasaje de ida cuesta $ 17, todo incluido menos la cama. Este viaje, de unas 150 millas, es hecho a veces en 12 ó 14 horas; otras, lleva varios días. La embarcación preferida es la Pepa, una goleta americana muy cómoda capitaneada por un inglés llamado Campbell, a quien su habilidad y decencia convierten en el hombre imprescindible para el puesto.
* * *
El clima de Buenos Aires es, en general, bueno, y más adecuado a las costumbres inglesas que el de la mayoría de las ciudades extranjeras.
Sin embargo, su salubridad es sobreestimada: un tuberculoso no debe pensar en venir aquí; muchos enfermos de los pulmones han tenido que refugiarse en Mendoza y otras regiones huyendo de este clima, fatal para ellos.
Los meses de primavera -septiembre, octubre y noviembre y de otoño -abril y mayo- son los más agradables del año. La temperatura media es entonces de unos 16º, y los días se suceden claros y tranquilos, aun cuando nunca faltan algunos destemplados.
El verano no es tan cálido como podría hacer suponer la latitud del lugar. En las tardes suele levantarse una brisa del río; pero esto no es regular. Los meses más calurosos son diciembre y enero. En días de calor intenso el termómetro llega a marcar 27º; otras veces señala 21º o 24º. En enero de 1824 la temperatura se mantuvo una semana a 36º a la sombra: los habitantes más ancianos no recordaban haber sufrido un calor tan persistente. Cuando el calor llega a su punto culminante es frecuente que un pampero, con su acompañamiento de lluvia, truenos y relámpagos, refresque la atmósfera. Estos pamperos soplan del O. y S.O. y ningún obstáculo se interpone en su avance sobre las extensas pampas. Son muy violentos, levantan nubes de polvo y obligan a cerrar puertas y ventanas; no son peligrosos a la navegación, pero se ha dado el caso de embarcaciones arrastradas a centenares de millas por estos vientos. El trueno y el relámpago de estas tormentas aterrorizan al europeo: los rayos son a menudo peligrosos.
El polvo, las pulgas y los mosquitos convierten el verano en una estación bastante desagradable. Las pulgas, en particular, son un verdadero tormento. Las casas están llenas de estos insectos. Parece que el polvo las engendra. Demuestran tener preferencia por los extranjeros y no he observado en los criollos muestras de repugnancia ante este flagelo. Al contrario: se ríen de los ingleses por el hábito de limpiar los cuartos prolijamente; para ellos todo se reduce a sacudir la habitación con la escoba y arrojar las pulgas y los residuos al medio de la calle. Los mosquitos son también molestos.
El viento norte, en verano, es sumamente desagradable. La atmósfera caldeada fatiga la mente y el cuerpo. Los efectos combinados del calor el polvo y el viento confinan a límites muy reducidos las satisfacciones de un paseo nocturno. A causa de la intensidad del calor los pastos se incendian con frecuencia. En el año 1821, Mr. Halsey, un caballero americano, sufrió considerable pérdida por un suceso de esta naturaleza, que consistió en el incendio de varias de sus embarcaciones. El mismo calor que ocasionó esta desgracia a Mr. Halsey trajo un violento pampero, y por el polvo y la ceniza que invadió a la ciudad pudimos imaginar que volvían los días de Pompeya y Herculano.
El invierno es benigno, pero no escasean los días de penetrante frío en los meses de junio, julio y agosto. Por las mañanas puede verse un poco de hielo, pero nunca nieva. Tenemos aquí las gélidas lloviznas y las nieblas del mes de noviembre en Inglaterra, pero sin sus ventajas: estas circunstancias, unidas al contraste que produce el calor estival, hacen que los ingleses sientan el frío más intensamente que en Inglaterra y se refugien junto a sus estufas, pues estos lujos no les faltan, y hasta hay criollos que siguen el ejemplo. Otra forma de afrontar el frío, al salir a la calle, es envolverse en el chal cuando se trata de una señora, o en la capa, si es un caballero. La temperatura media invernal es de, 5º a 10º; a veces 2º.
Después de una lluvia fuerte los caminos forman pantanos -peligrosos para el extranjero- que los tornan intransitables; pero con el buen tiempo se secan rápidamente. Los caballos y perros muertos diseminados en los caminos se descomponen en breve tiempo.
Los ricos pastos ofrecen un alimento suficiente al ganado. durante todo el año. La benignidad del, invierno no hace necesaria la construcción de establos.
Nadie puede negar que Buenos Aires tiene buen clima, pero sus panegiristas han exagerado esto en demasía. Digo lo que he visto y confieso que busqué en vano el cielo itálico y la suavidad del aire que algunos pretenden haber encontrado. Podría definirse, no obstante, como un clima templado y saludable.
Los cambios bruscos y repentinos del clima de Inglaterra constituyen un viejo tema de rezongos para los ingleses y extranjeros que no saben apreciar lo que poseen. De hacerles caso, hasta la luna es más bella aquí que en nuestra patria. Me arriesgaré a decir que tenemos en los meses de mayo, junio, julio, agosto y septiembre días más hermosos que los mejores de Buenos Aires. ¿Tienen acaso aquí, algo que pueda compararse con nuestras deliciosas noches estivales? Por otra parte, establecer comparaciones entre un invierno que transcurre a 34º de latitud sur y otro que tiene lugar a 50º de latitud norte es completamente absurdo.
En esta región de América del Sur los terremotos se conocen de oídas; no hay que temer aquí las catástrofes de Perú,, Chile y Méjico.
Las enfermedades más comunes en Buenos Aires son las fiebres, mal de garganta, reumatismo y otras bien conocidas en Europa. Los vientos penetrantes y la humedad predisponen al reumatismo, en especial a los extranjeros. El mal de garganta es, con frecuencia, fatal.
Ha sido observado que los efectos de la intemperancia alcohólica se hacen sentir aquí más intensamente que en Inglaterra. Más de una vez había yo experimentado este fenómeno, creyéndose propio de mi naturaleza, hasta que otras personas me convencieron de su carácter general.
La campiña que rodea a Buenos Aires carece de interés: una extensa llanura uniforme y monótona. ¿Dónde encontrar aquí el adorable paisaje de nuestra amada Inglaterra, sus colinas y cañadas, parques, espesos setos y espléndidas mansiones? Echamos también de menos el perpetuo gorjear de los pájaros en nuestros cercos.
Aquí anda uno a caballo por el ejercicio físico, pero no porque el campo puede ofrecerle nada de agradable. No esperaba, yo encontrar casas de campo, parques y jardines cuidados, pero no podía imaginarme que fuera esto tan monótono.
En un lugar donde los caballos son tan baratos parecería que los ingleses debieran estar cabalgando todo el día, pero no es así, pues la monotonía del paisaje quita todo placer a la equitación. Las cabalgatas suelen dirigirse al pueblo de San Isidro, a 15 millas de la ciudad, que viene a ser el Richmond de este lugar. Los domingos y días de fiestas el paseo es bastante animado. No está desprovisto de ciertas bellezas naturales.
El camino a Barracas es bueno y comparable a un camino inglés. Allí se practican carreras de caballos y otros deportes, por ingleses y criollos.
A pesar de los reparos que he enumerado,-un paseo a caballo por los alrededores de Buenos Aires no es completamente aburrido sobre todo en primavera, cuando los durazneros de las quintas están cargados de deliciosos frutos y los naranjos -aunque el suelo no es apropiado- y los áloes -muy comunes en este continente y en Africa- ofrecen un agradable aspecto. Pero la rosa salvaje, la zarzamora y tantas otras plantas que adornan nuestras campiñas y setos no se encuentran aquí. Los árboles (si es que así puede llamárseles) son tan raquíticos que parecen pedir perdón por presentarse como tales. Posiblemente han sido dañados en su crecimiento y torpemente cuidados.
La Alameda, paseo público de Buenos Aires, se halla en la costa, cerca del muelle. Este paseo, ubicado en un barrio de mala fama, es indigno de la ciudad. Apenas alcanza a las 200 yardas de longitud, con arboledas de escasa altura y bancos de piedra demasiado honrados por quienes los emplean para sentarse. Los domingos, por la tarde es muy frecuentado; la belleza e indumentaria de las mujeres es lo único que puede llevar a un extranjero hasta ese sitio. Otros días está casi desierto, y sólo, concurrido por algunos ancianos, que como en St. James y en los jardines de Kensington, procuran huir, de la multitud y recogerse en si mismos.
La playa, pululante de marineros de todas las naciones, almacenes y pulperías, presenta un aspecto abigarrado. Hay tantos marineros ingleses en el puerto como para formar la tripulación de un barco de guerra. Un extranjero que viera tantas caras inglesas podría imaginar que se halla en una colonia británica. Por la noche los marineros danzan en los burdeles, al compás del violín y la flauta, causando asombro a las chicas criollas. En una de estas "pulperías" de la costa fue expuesto últimamente un cuadro que representaba el barco inglés Boyne navegando con las velas desplegadas con sus banderas, señales, etc. Los marineros ingleses llenaron el local en esta ocasión, atronando el aire con sus aplausos.
La tripulación del puerto es a menudo revoltosa, pero no más que en otros países. Los marineros norteamericanos, sobre todo, son muy difíciles de dominar y han promovido muchos incidentes.
El capitán de un buque norteamericano que estaba para partir pidió últimamente algunos grilletes a un capitán inglés antes de hacerse a la mar para castigar a su revoltosa tripulación; le contestó el capitán que nunca llevaba en su buque tales artículos.
En ninguna parte del mundo corren los armadores tantos riesgos de ser abandonados por la tripulación(2). Los desertores se ponen en manos de intermediarios que los esconden, haciéndose pagar por quienes necesitan, a su vez, tripulación. Algo se ha modificado en los últimos tiempos, especialmente desde que se suprimió la piratería. Mucho marineros vagan por el país, ofreciendo sus servicios, pero pronto se cansan y vuelven a su antigua, profesión; estos "portuarios", como se les llama, han expresado a menudo el deseo de servir en los barcos de Su Majestad Británica que zarpan de Buenos Aires.
Pero pocos o ninguno han sido aceptados. La gente de mar empieza a entender que nuestra servidumbre es la más benigna.
* * *
Hay dos hoteles ingleses en Buenos Aires: el de Faunch y el Keen. El primero es excelente; se sirven muy buenas cenas en nuestras fiestas patrias -San Jorge y San Andrés- además de numerosas comidas privadas a ingleses, norteamericanos, criollos, etc. Está situado cerca del Fuerte. Faunch, el propietario, y su mujer, han tenido una vasta experiencia de su profesión en Londres; al punto de que no creo se coma allá mucho mejor.
El cumpleaños de Su Majestad Británica es celebrado con gran brillo: el local se adorna con banderas de diversas naciones y hay cantos y músicas. De setenta a ochenta personas participan en la fiesta; entre ellas se hallan siempre los ministros del país, especialmente invitados. Ese día el gobierno retribuye el cumplimiento haciendo izar la bandera inglesa en el Fuerte.
Una viuda norteamericana, Mrs. Thorn, tiene a su cargo otro hotel muy concurrido por sus compatriotas.
En los hoteles mencionados cobran cuarenta pesos mensuales por alojante y pensión y se hace rebaja a quienes desean quedarse por cierto tiempo. Una comida, incluyendo el vino, cuesta un peso; el desayuno, el té o la cena oscilan entre dos y cuatro reales; la cama por la noche cuesta cuatro reales. En el puerto cerca del Fuerte, hay una casa de comidas llamada "Hotel Comercial". El dueño es español, pero la mayor parte de los sirvientes y camareros son franceses: hay también un mucamo inglés. Se come allí bien por el mismo precio que en otros sitios. El comedor, grande y arreglado con gusto, tiene capacidad para ochenta personas. Cuelgan de las paredes cuadros que representan la batalla de Alejandría, el asalto de Seringapatán, retratos de Bertrand, Drouet, Foy, etc., así como vistas de Paris y otras ciudades.
El "Café de la Victoria", en Buenos Aires, es espléndido y no tenemos en Londres nada parecido; aunque quizá sea inferior al "Mille Colonnes" y otros cafés parisinos. Dignos de mención son el "San Marcos", el "Catalán" y el "Café de Martín". Todos ellos tienen patios tan amplios como no podría darse en Londres, donde el terreno es tan caro. En verano están estos patios cubiertos de toldos, ofreciendo un placentero refugio contra el calor del sol y tienen aljibes con agua potable. Nunca falta en estos cafés una mesa de billar siempre concurrida -juego muy apreciado por los criollos- y las mesas están siempre rodeadas de gente. Las paredes de los salones están cubiertas de vistoso papel francés con escenas, de la India o Tahití, y también episodios de Don Quijote y de la historia greco-romana.
En diciembre de 1824 fue inaugurado un nuevo café cerca de la iglesia de San Miguel. La música, iluminaciones y fuegos de artificios frente al edificio, en la noche de la apertura, atrajeron mucho público.
A unas cuatro millas de la ciudad se encuentra una posada llamada "El Hotel de York", propiedad de un nativo. Los contramaestres criollos y gentes de a bordo suelen llegar allí en caballos alquilados a razón de un peso la tarde; y tan habituados están los animales al trayecto que difícilmente se logra llevarlos más lejos.
Los precios en los cafés son muy moderados: un vaso de licor o brandy o cualquier bebida, té, café y pan importan medio real; con brindis, un real. Los mozos no esperan propina, como en Inglaterra; un "maitre" dirige el servicio en el establecimiento(3).

En el arreglo y decoración de los cafés nos superan franceses y españoles. En efecto no somos hombres de pasar el tiempo en esos lugares. Ese tiempo transcurre para el inglés en medio de su familia o mientras está dedicado a los negocios. Muchos ingleses que llegan al país por primera vez paran en casas de familias criollas con el propósito de aprender el idioma; el precio es el de siempre (cuarenta pesos mensuales). Las casas de las señoras Casamayor y Rubio aceptan pensionistas; estas familias son altamente respetables y las niñas muy atractivas y de trato amable, pero la cocina española, con sus grasas y su ajo, disgusta tanto a paladares ingleses como a franceses.
El Fuerte es la sede del gobierno (diríamos el Downing Street de Buenos Aires). Situado cerca del río, posee habitaciones interiores. Aunque está rodeado por un foso provisto de cañones y puente levadizo, no podría ofrecer gran resistencia en caso de un ataque serio. Podría suponerse que quienes escogieron este lugar para fundar la ciudad tuvieron sin duda en cuenta el riesgo de un ataque por mar, pues la poca profundidad del río sería una gran defensa ante un peligro de esta naturaleza.
El edificio del Consulado ofrece un aspecto respetable; hay allí una Corte de justicia o Apelaciones, donde concurren las personas citadas por incumplimiento en el pago de deudas. El fallo se da teniendo en cuenta la solvencia de la parte demandada como en nuestras Cortes. Son muy benévolos con los deudores, enviándoles a prisión únicamente cuando se trata de un flagrante atentado de fraude, y a veces concediendo cinco años de plazo para el pago de la deuda, lo cual equivale a una exoneración. Las querellas son resueltas por los magistrados con una imparcialidad que obtiene el beneplácito general. Ha sido observado que los litigantes ingleses son más numerosos y causan más molestias que el resto de la población en conjunto. El Correo Central está ubicado en este edificio. En el primer piso (no hay otros) se encuentra una escuela de música a la que concurren señoritas por la mañana y caballeros por, la tarde.
El Cabildo, o Casa del Pueblo, no tiene más características que una torre de iglesia y un largo balcón al frente: se levanta sobre la Plaza, de la que constituye el límite occidental. Los amplios poderes que concedía la vieja ley española a los miembros del Cabildo han sido reducidos durante los últimos tres años. Tiene este edificio, adjunta, una prisión para delincuentes. El Departamento Central de Policía se encuentra al lado.
El Banco y las casas que le rodean son altas y hermosas.
El edificio de la Cámara de Representantes ha sido recientemente construido; sigue el modelo, en una escala más modesta, de la Cámara Francesa de París, constituyendo un teatro perfecto. Los miembros están en la platea, el presidente y secretario en la escena y los espectadores en los palcos. Una campana marca el comienzo y el fin de la sesión. Los oradores, cuando hablan, permanecen sentados de tal modo que no tienen oportunidad de lucirse. El local se halla bien iluminado con arañas de buen gusto. Los soldados armados dentro y fuera del edificio, parecen una contradicción de las ideas republicanas.
La Aduana, cualquiera que sea su importancia, carece del más mínimo atractivo arquitectónico. Se proyectó la construcción de otra en los extensos terrenos y jardines del extinguido convento de la Merced, pero el proyecto, como tantos otros, fue abandonado.
La Biblioteca Nacional habla en favor de este joven estado: contiene cerca de 20.000 volúmenes. Toda persona de algún respeto tiene derecho a entrar y hojear los libros. El señor Moreno, que habla inglés, es el bibliotecario. En la biblioteca hay unos hermosos dibujos de miniaturas francesas.
Existe un pequeño jardín botánico; pero el país tiene especies vegetales poco variadas.
El Retiro, destinado a cuarteles se halla en el extremo norte de la ciudad y no tiene de notable más que su apariencia teatral y sus paredes pintarrajeadas. Enfrente se extiende un vasto espacio, la Plaza de Toros, en donde solían tener lugar antes algunas corridas. Una banda de música ejecuta allí por las tardes. Los criminales son fusilados en este sitio, siempre que su delito no tenga carácter político. Ubicado en un terreno elevado cerca del río, el edificio ofrece un aspecto agradable. En una de las calles adyacentes se yergue un espacioso edificio de ladrillos, construido para refinería hace doce años por Mr. Thwaites, un inglés. El negocio no marchó, y la casa se halla abandonada. Un molino de viento, en la parte occidental de la ciudad, es muy importante: no hay otro en el país y su existencia se debe a Mr. Stroud, quien también es inglés. Corrió este molino la misma triste suerte de la refinería, pero oigo decir que ahora ha prosperado.
La Residencia, en la parte sur del Fuerte, sirve de hospital. Hay además dos o tres hospitales públicos, incluso uno para niños expósitos.
La Plaza Mayor está circundada de edificios: hacia el este la Recova, un pórtico bajo el cual se hallan tiendas; hacia el oeste el Cabildo; hacia el norte una parte de la Catedral; en el sur una fila de tiendas. En el centro hay una pirámide que se ilumina en las noches de fiesta. De estar empedrada, esta Plaza sería un lugar muy apropiado para el desfile de tropas; pero, por el momento, la humedad la vuelve intransitable.
Junto a esta Plaza se ha construido otra, próxima al Fuerte; el mercado, establos y algunos sucios cobertizos han sido trasladados a otro lugar.
El río, el Fuerte, algunos hermosos edificios en el sur, la graciosa arcada bajo la cual hay un pasadizo a las dos plazas, las torres de la iglesia de San Francisco y el Cabildo, vistos en perspectiva desde el "Hotel Faunch", forman un cuadro muy aceptable.
Por la noche, las calles están decentemente iluminadas por lámparas fijadas a las paredes; estas luces se extienden hasta perderse de vista en algunas de las principales arterias: en especial en la calle de San Francisco. Un extranjero que contemplase esta calle no se formaría mala opinión de la ciudad. La luz que proporcionan las lámparas, no es comparable a la iluminación a gas de Londres: se logra tan sólo una claridad igual a la dada por nuestros procedimientos anteriores. Por el estado de las calles, a excepción de las principales, son muy ingratos los paseos nocturnos; en tiempo húmedo hay, incluso, peligro, y no existen aquí coches de alquiler que salven la situación.
Se tiene el proyecto de empedrar todas las calles, pero la escasez de hombres y material torna difícil la realización de este proyecto. Prescindiendo de su estrechez, las calles empedradas son semejantes a las calles de Londres: las calles sin empedrar son miserables.
(1) Hasta hace algún tiempo los pilotos británicos tenían la costumbre de no entregar el sobordo, abrigando temores, dado el estado anárquico del país, por su seguridad. Cualquier pergamino o foja impresa servía de engañifa, ya fuese un salvoconducto o un contrato de aprendiz. Un empleado del puerto llamado Matthews, ex-ayudante de campo del Almirante Gravina en la batalla de Trafalgar, descubrió una de estas imposturas. Matthews era español, pero, educado en Londres, entendía el inglés.
(2) El 4 de diciembre de 1823 el barco holandés de guerra Lynix (30 cañones), llegó a Buenos Aires procedente del Pacífico. Treinta hombres desertaron durante los 19 días que permaneció anclado. Últimamente los barcos traían marinos armados que prohibían desembarcar a los marineros. La embarcación francesa de guerra Faune llegó el 11 de junio de 1824 y zarpó el 23: seis hombres desertaron. En este barco vino el almirante francés Rosamel.
(3) Los mozos de café son extremadamente curiosos y hacen preguntas indiscretas pero en tal forma que uno no puede enfadarse. Uno de estos caballeros que entabló conversación conmigo me hizo varias preguntas sobre Inglaterra y los ingleses, declarando que estos últimos eran sus clientes extranjeros preferidos -cumplimiento que yo recibí con la debida cortesía-. Pero, súbitamente, inquirió por qué razón los ingleses tenían la cara tan rubicunda. No podía referirse a mi, que soy moreno y pálido; respondí que los ricos bebían gran cantidad de Oporto y los pobres de cerveza, lo cual explicaba el color encendido de la tez...

Capítulo II

La mayor parte de las casas de Buenos Aires están edificadas con ladrillos y blanqueadas a la cal. Casi todas ellas son casas bajas, de techo plano, que circunda un elevado parapeto, y tienen patios. Las ventanas están protegidas por barrotes de hierro verticales, de tal manera que un londinense creería encontrarse delante de cárceles. Constituyen verdaderos atrincheramientos, lo cual explica el fracaso de los intentos de Whitelocke al atacar enemigos que sus tropas no podían ver.
Algunas casas ocupan vastas extensiones de terreno. La sala es el cuarto principal. Los techos de las casas, llamados azoteas, suelen ser muy bonitos; sobre todo los que están situados cerca del río; y las paredes medianeras son tan bajas, que se puede recorrer toda la cuadra sobre los techos de las casas. Los habitantes no temen a los robos, confiando en la seguridad de sus puertas, las rejas de sus ventanas y los ladridos de sus perros; nunca faltan dos o tres de estos animales en cada casa. Las rejas de las ventanas cumplen dos funciones: permitir la entrada del aire y asegurar la casa contra posibles atentados; estas ventanas dan a la calle y directamente sobre la vereda. Se ha dicho que estas rejas son un exponente de los antiguos celos españoles, pero lo cierto es que su invención resulta muy plausible. Numerosas residencias son ejemplos de arquitectura morisca; las clases acomodadas las adornan lujosamente con alfombras, hermosos espejos, etc. La madera es tan poco usada en la edificación que las probabilidades de incendio son remotas. Vastas mansiones, antes ocupadas por las primeras familias del país, están ahora en poder de comerciantes ingleses; y las salas, donde una vez hubo belleza, música y cantos, se hallan hoy ocupadas por mercancías y rumores del comercio.
El alquiler es elevado: de sesenta a ochenta pesos mensuales por una casa de regular tamaño.
* * *
En los países católicos la atención de los viajeros protestantes es atraída por las iglesias. Las decoraciones suntuosas, la música, la indumentaria de los oficiantes, etc., contrastan en tal forma con la simplicidad de nuestra religión reformada, que nos parece encontrarnos frente a un espléndido espectáculo teatral. Por un momento comprendemos la influencia que esta opulenta Iglesia ha ejercido -y ejerce aún- sobre una gran parte del mundo cristiano.
Los españoles que en Europa son los siervos más obedientes y ceremoniosos de la "Santa Iglesia", no han olvidado transportar a América esta formidable máquina de poder. El hechizo de la música y el boato deben haber impresionado la imaginación de los criollos, robusteciendo la autoridad española.
Visitando las iglesias de Buenos Aires, he experimentado sentimientos que difícilmente puedo expresar. Lecturas juveniles sobre las instituciones monásticas acudían a mi memoria, trayéndome imágenes de sacerdotes y monjes encapuchados. En nuestra patria conocemos esto al través de los libros; pero tener la realidad ante los ojos solicita todas nuestras facultades. Me abandoné a la fantasía, con el pensamiento embargado por el espectáculo que presenciaban mis ojos. Doy la siguiente lista -bastante exacta según creo- de las iglesias y capillas de Buenos Aires:
La Catedral
San Francisco
“ Ignacio o Iglesia del Colegio
“ Juan (Convento de monjas)
“ Nicolás
“ Miguel
Santa Catalina (Convento de monjas)
Santo Domingo
Residencia
Monserrat
La Merced
La Concepción
Socorro
Recoleta
La Piedad
CAPILLAS:
Santa Lucía
San Roque
Hospital
La Catedral es un amplio edificio, hecho de ladrillos como casi todas las iglesias. Su aspecto no ofrece ninguna particularidad, excepción hecha de cierta innegable grandeza. Como todas las otras iglesias tiene cruces en la cúpula y otras partes elevadas. Se está construyendo ahora una nueva fachada que mira a la Plaza, pero las obras son tan caras que avanzan con suma lentitud. El interior es amplio y majestuoso; las figuras de la Virgen María y el Niño Jesús tienen atavíos deslumbrantes. Jesús crucificado y algunos santos severamente vestidos ocupan diferentes altares. La profusión de flores naturales y artificiales y las reliquias, informan al extranjero de que se halla en una tierra donde el catolicismo poseyó, alguna vez su prístina grandeza. Estos emblemas pacíficos de los altares son oscurecidos por las insignias guerreras ubicadas en la parte superior de la nave. Penden del techo cerca de veinte banderas capturadas a los españoles en varias ocasiones: Montevideo, Maipú, etc. El nombre de Fernando VII está inscripto en casi todas. El altar mayor está adornado con piedras preciosas de gran valor: cuando se encienden las velas el efecto es soberbio. El órgano y el coro son buenos: las notas del primero, vibrando a través de las naves, y las mujeres arrodilladas envueltas en negros ropajes, producen una impresión muy intensa. El gobierno y las autoridades municipales concurren a la Catedral en las fiestas patrióticas y religiosas, formando procesión al encaminarse al templo y al salir de él. La misa de doce del domingo es la reunión de las bellas y elegantes damas de la ciudad.
Entre las iglesias, San Francisco es la más profusamente adornada. Ocupan la nave central y los altares, vírgenes y santos de varias suertes, trajeados con los ricos atavíos que la devoción de los feligreses ha costeado. El altar mayor es esplendoroso; iluminado semeja una lámina de oro. Creo que algunos ornatos son valiosos. Este edificio es de una considerable extensión; hay en él veinte frailes franciscanos, únicos representantes de su comunidad en Buenos Aires. Las torres están cubiertas de azulejos que, a la distancia, tienen apariencia de mármol. San Francisco es mi iglesia predilecta, porque a mi, como a los niños, me encanta lo que brilla.
A la Iglesia del Colegio voy rara vez, por prejuicio o por el deseo de venganza que suscitó en mi uno de los sacristanes, quien me informó que los ingleses estaban de más en ese sitio, agarrándome el brazo para indicarme la puerta de salida. En cualquier otro lugar le habría dado su merecido. Esta iglesia es sombría por fuera e interiormente, aunque está provista de los ornatos de rigor. Las Procesiones del Espíritu Santo salen de esta iglesia.
La de Santo Domingo es espaciosa, con una cúpula muy amplia. Había en ella, hasta la supresión de 1822, cuarenta y ocho dominicos, entre los cuales se encontraba un sacerdote irlandés, el padre Burke, a quien en razón de su bondad se le permitió conservar su celda. Tiene setenta años y es muy estimado por ingleses y nativos, pues es un hombre desprovisto de los prejuicios que tan frecuentemente deshonran a su investidura. Las celdas de los sacerdotes y el jardín constituyen un agradable retiro. El interior de Santo Domingo es luminoso y aireado, sin opulencia, Pero hay en este lugar objetos que sublevan los corazones ingleses: estandartes británicos rodean la cúpula, trofeos de las expediciones de Beresford y de Whitelocke. Se recordará que Crawford, con parte de su división, se refugió en esta iglesia. Los más penosos recuerdos me trajeron estas banderas, obtenidas no en lucha franca, sino por enemigos ocultos e inaccesibles. Me he compadecido del destino de mis compatriotas, asesinados y sin posibilidad de desquite, por quienes no hubieran podido resistirles media hora en un honrado campo de batalla. Esta ciudad es casi la única del mundo que puede vanagloriarse de la posesión de estos trofeos.
La iglesia de la Merced es un bonito edificio con cúpula y torre. El interior es abigarrado y, en lo que se refiere a esplendor, tiene poco que envidiar a San Francisco. No escasean vírgenes, rnadonas, cuadros sagrados, etc., en deslumbrante abundancia, con el habitual número de confesionarios. Es muy concurrida. Hasta hace poco tiempo había allí cuarenta y cinco sacerdotes de la orden mercedaria; una orden muy peculiar, que permite -según dicen- llevar armas escondidas a sus profesos. Hay un regimiento que asiste al servicio divino en esta iglesia; la banda suele interpretar trozos musicales.
Describir a una iglesia es describir a todas, pues tan sólo se distinguen unas de otras por su mayor o menor magnificencia. No está prohibida a los extranjeros la entrada al templo; pueden recorrer estos sagrados lugares con entera libertad. Estoy convencido de que el vejamen que sufrido en la Iglesia del Colegio fue una acción personal, no autorizada, del individuo que la cometió. Es mejor adoptar el modo de devoción corriente para evitar singularizarse. Los curiosos observan de cuando en cuando a los extranjeros, pero esto es de esperarse. Sin embargo, a algunas personas extranjeras les repugna visitar estos sitios por esa razón, a la cual debe unirse el temor de ser indiscreto.
Tanto los templos como sus conventos, jardines, etc., ocupan vastas extensiones de terreno, en particular San Juan y Santa Catalina, construidas en una época en que el entusiasmo religioso era muy intenso.
* * *
El teatro, como edificio no tiene nada notable. Por afuera semeja un establo; pero el interior no es tan malo como podría esperarse. Ha sido muy mejorado desde mí llegada. El pueblo desea ansiosamente un nuevo teatro, hay un terreno cerca de la Plaza muy apropiado a este objeto, pero me temo que si el gobierno no decide realizar la obra, ninguna iniciativa privada tendrá lugar. Lo cual no deja de ser sorprendente entre gente tan aficionada al teatro.
El primer deseo de los extranjeros al visitar la ciudad es ver el teatro: por el momento su insignificancia les hace sonreír.
La platea es espaciosa y está muy alejada del escenario; los asientos tienen respaldos y brazos; son numerados y se les llama "lunetas"; cada persona tiene su sitio, de tal modo que las aglomeraciones y reyertas de nuestros teatros no son conocidas. No se admiten mujeres en la platea.
En la galería principal lo único que divide un Palco de otro es un pedazo de seda azul colgado sobre la división de madera. Estos palcos tienen capacidad para ocho personas. El alquiler del palco no incluye el de los asientos, así que es costumbre llevar sillas desde la casa o pagar una pequeña cuota adicional por ellas. Un palco cuesta tres pesos por noche. Estos palcos, como cualquier otra localidad, pueden ser alquilados por cierto espacio de tiempo llamado una “función”, que dura diez noches. Muchas familias hacen esto porque es más económico.
Bajo la galería principal y a la altura de la platea hay otros palcos que cuestan dos pesos y medio por noche.
La cazuela o galería es semejante a la del "Astley", aunque no tan amplia. Van allí únicamente mujeres. Juntar en esta forma a las mujeres y separarlas de sus protectores naturales me parece abominable. Un extranjero suele formarse juicios erróneos sobre las bellas cazueleras, y apenas puede creer que las niñas más respetables se encuentren en ese lugar. Así es, sin embargo, y esposos, hermanos y amigos esperan en la puerta de la galería. Se dice que esta costumbre ha sido transmitida por los moros. Las diosas de la cazuela se portan correctamente; y sospecho que las muchachas inglesas no de- mostrarían tanta seriedad en análoga situación.
En la parte superior del escenario están escritas las palabras: "La Comedia es espejo de la Vida".
El palco del gobernador se halla próximo al escenario, y el del Cabildo, o palco de la primera magistratura, está enfrente. Pero recientemente el palco del gobernador ha sido trasladado al del Cabildo, mientras que el cónsul inglés ocupa el antiguo palco del gobernador. Este último concurre tan sólo en las pocas veces que su presencia es requerida oficialmente.
El imprescindible apuntador tiene su caja, como es de rigor, en el centro del escenario, arruinando la perspectiva y, a
veces, haciéndose escuchar tan claramente como los mismos actores. Un italiano, el signor Zappucci, que intentó una noche despertar la hilaridad del público con una canción cómica, cayó en la abertura practicada en el suelo. Los espectadores empezaron a pensar que la caída formaba parte de la canción cómica. Por fortuna no se lastimó. La disposición de los escenarios ingleses a este respecto ofrece una utilísima lección a los extranjeros más prevenidos.
La entrada general vale dos reales, pero ésta no incluye el asiento. Se vuelve necesario alquilar un palco o una luneta (que cuesta tres reales) como complemento. Los soldados, que constituyen en todos los lugares la policía de la ciudad, se ubicaban anteriormente adentro y afuera del teatro, pero ya no sucede así y los ciudadanos republicanos no se sienten ya ultrajados por la presencia de la autoridad.
En el teatro no se venden refrescos; nunca oímos el: -"¡Señores y señoras! ¡Comprad fruta y un programa!"- de nuestros vendedores; y los espectadores de la platea se ven libres de la lluvia de cáscaras de naranja y manzana. Tampoco deben estar sentados cinco o seis horas: tres horas y media es lo más que dura la representación. El público de la platea se suele levantar en el entreacto, sin encontrar luego dificultades para recobrar su asiento.
Está prohibido fumar, pero el cigarro tiene tantos encantos que algunos esperan la ausencia del personal para fumar en los corredores.
El teatro permanece abierto todo el año, con excepción de la cuaresma; entonces se permite tan sólo tocar música.
Los días de representación, son los domingos y jueves, aún cuando suele trabajarse en martes, festividades sacras, etc. Como en todos los países católicos, los domingos por la noche son los días más concurridos. Las noches de lluvia no hay función. El programa habitual consiste en la representación de un drama y una farsa. A, veces hay canto en los intervalos.
De cuando en cuando se da Otelo -no el nuestro de Shakespeare, sino una traducción del francés-. En vano trataríamos de encontrar el dramatismo que subyuga la imaginación y electriza a los espectadores. La mezquindad en el planteo del terna y los frecuentes absurdos requieren nuestra paciencia.
Un ingenioso caballero inglés tradujo El Judío y La rueda de la fortuna de Cumberland; pero son obras demasiado sentimentales para gustar a todo el mundo. El amor ríe de los cerrajeros y Matrimonio, traducidas del francés, son obras muy a gusto de todos. El vagabundo escocés y Carlos Eduardo Estuardo obtienen los favores del público.
Los intérpretes están al mismo nivel que los actores de nuestros teatros de provincia. Doña Trinidad Guevara es la actriz más admirada. Tiene buena figura, un rostro más o menos expresivo y una voz dulce y plañidera. En los papeles de Leticia Hardy y María de El ciudadano está notable. También se luce en las piezas sentimentales.
El primer actor es Velarde; representa tragedias, comedias y farsas. Sería cruel decir con Silvestre Daggerwood que también las echa a perder, porque tiene bastante talento para la comedia. En las tragedias no está brillante. Debe concedérsela el mérito de cuidar en algo la indumentaria de sus personajes. Le he visto representar un oficial británico con un uniforme muy semejante a los usados por nuestros guardias de a pie. La manera de vestirse que tienen casi todos los cómicos es bastante ridícula. Un noble inglés siempre aparece con la orden de la jarretera y una estrella, -esté en la calle, en el bosque o en su dormitorio.
El señor Rosquellas, en el papel de Lord Leicester o Essex (no recuerdo cuál) de la Reina Isabel de Rossini, lleva un traje de moderno mariscal francés. Su buen gusto. y experiencia deberían evitar estos desafueros.
El señor Culebras es el hazmerreír de la gente joven -el Claremont de este teatro-. Cuando aparece en escena se le recibe aclamando su nombre. No puedo adivinar por qué razón se ríen de él en tal forma, como no sea por su flacura y por el hecho de ser algo así como un segundo empresario -el Mr.Lamp de la compañía-. Se dice que es un hombre sensato y su dicción española es muy ponderada. Es un actor discreto y agradable.
Hay un buen actor de comedia ligera, Felipe David por nombre -el Liston de la compañía-; y un señor Vera, hábil intérprete y cantante cuyas artes son muy apreciables. Su interpretación del Coronel Cox en el drama Carlos Eduardo Estuardo, basado en un incidente posterior a la batalla de Culloden, me, trajo a la memoria el Rattan de Lovegrove en la farsa La colmena.
Cuando las actrices inglesas aparecen en las tablas para interpretar una escena de llanto, llevan pañuelos blancos prendidos a sus ropas: aquí los aprietan entre las manos. Ambas costumbres son ridículas y el constante uso que se hace aquí del procedimiento le vuelve aún más risible.
La orquesta es integrada por veintiocho músicos. Las sinfonías interpretadas en los intervalos son de Haydn, Mozart, etc., como en los teatros ingleses. Las funciones comienzan con una obertura muy bien elegida por lo general.
La música ha progresado notablemente; algunas composiciones difíciles son bien interpretadas: una práctica constante y, sobre todo, los desvelos del señor Rosquellas han obtenido tal resultado. Este caballero, español de nacimiento, debutó como cantante en Buenos Aires el año 1822. Su dedicación le ha permitido vencer los inconvenientes de su monótona voz, y se le oye con sumo agrado. El señor Rosquellas (1) puede ser llamado el fundador de la ópera de Buenos Aires; antes de su llegada la orquesta era muy mediocre.
El señor Rosquellas habla inglés y está casado con una señora inglesa. Ha estado en Londres y creo que cantó allí con Braham. Es hábilmente secundado por el señor Vacani, oriundo de Río de Janeiro, el mejor bufo que yo haya visto (excepción sea hecha de Naldi). Noche tras noche un público entusiasmado oye a Rossini: el dúo "All'idea di quel metallo" del Barbero de Sevilla gusta aquí tanto como en Europa.
La partida de Vacani dejó un vacío en el mundo musical que ha sido en parte compensado por la presencia de Doña Angelina Tani. Esta tiene una hermosa voz de contralto; sus notas bajas son muy poderosas y algunas producen gran efecto en un trío de Isabel, reina de Inglaterra de Rossini.
Durante la cuaresma de 1824 hubo funciones musicales de alta calidad que contrastaron con las torpes representaciones de costumbre. Un artesano inglés intentó una incursión en las tablas. Cantó "La hermosa doncella" y "La doncella atribulada", pero no despertó interés. Tenía buena voz pero carecía de gracia.
Dudo mucho que el inimitable Braham agradara a estas gentes. La sola idea de un inglés músico les hace sonreír. Las más bellas composiciones de Arne, Storace, Shield, Braham, etc., serían sospechadas como plagios de compositores continentales: la única música que les agrada es la italiana y española. Rosquellas logra triunfos cantando canciones populares españolas, como "Contrabandista" y otras, porque, aunque alejados de Espada, se sienten atraídos por la música que arrulló su infancia.
Habría derecho a esperar que personas tan afectas al baile como los criollos tuviesen un cuerpo de baile regular; pero no es así , y los únicos bailes que tenían lugar, hasta hace poco eran interpretados por bailarines del teatro de Río de Janeiro, que aceptaban contratos por un breve período. Acaban de llegar, procedentes de los escenarios de París y Londres, Mr. y Madame Touissaint, y han sido acogidos con merecida admiración.
El bolero, el fandango y las castañuelas parecen ser exclusivamente, españoles: yo creía erróneamente que aquí eran danzas muy difundidas. Los Touissaint bailan el bolero con mucha gracia. Un inglés que visita un teatro extranjero no puede menos de asombrarse ante la tranquilidad y el orden reinantes -tan distinto es el ambiente de los teatros de su patria-. El teatro de Buenos Aires podría, a este respecto, dar ejemplo al de las ciudades más cultas. (2)
Pese a la objeción de Lord Byron -que nunca escribiría un drama para nuestros teatros de invierno mientras existiesen galerías populares- yo prefiero la alegría bulliciosa y los muchos inconvenientes del teatro inglés a la monotonía de los extranjeros. La magnificencia e ingenuidad de nuestra pantomima de Pascuas, que todos pretenden despreciar y a la que todos concurren, con los felices rostros infantiles que ríen de las bufonadas de un Grimaldi, no tienen rival en país alguno. Un teatro de Londres es, en verdad, un mundo.
A veces un marinero inglés rezagado entra en el teatro, pero, no entendiendo lo que allí ocurre, opta por la taberna.
La presencia de un marinero en el teatro no es deseable. Una noche, dos marineros hacían observaciones en voz bastante alta: el público reía pero no así la policía, que puso a los pobres diablos en la calle. Uno de los hombres juraba tener costumbre de armar trifulcas en los teatros de Portsmouth y de Liverpool sin que nadie se lo estorbase, y maldecía la falta de libertad existente en Buenos Aires. Como mis compatriotas se hallaban inclinados a resistir, les induje a que se retirasen, pues hombres inermes no podían hacer frente a una policía pertrechado de bayonetas y espadas.
Las reyertas entre actores y empresarios son tan conocidas en el Nuevo Mundo como en el Viejo. Velarde dejó el teatro después de haber tenido una o dos querellas. El público presionó para que volviese y el empresario tuvo que ceder. Su aparición en escena, después de la pendencia, fue triunfal: las señoritas de la cazuela alfombraron el escenario con ramilletes de flores.
Estas desavenencias dan lugar a que las partes apelen al público con alocuciones impresas. En el caso de Velarde, el empresario le había acusado de ebriedad. El actor negó indignado; pero admitió que el 25 de Mayo, en honor del día, como todo buen patriota, se había achispado un poco, rompiendo vasos y peleando con el empresario. Además, en res- puesta a una observación que ponía en duda sus gracias personales, afirmó que no poseía la escala de jacob para subir al cielo e interpelar a Dios por no haberle hecho un Adonis.
Cierto fraile llamado Castañeda comprometió la reputación de Doña Trinidad al señalar, en una publicación, que ésta llevaba en escena el retrato de un hombre casado. La dama no representó durante varias noches. Su reaparición fue acompañada de una salva de aplausos: el público -como el público inglés en el caso de Mr. H. Johnstone y Braham- ha juzgado que la vida privada y la vida pública son dos cosas distintas.
Los cómicos anuncian a veces sus propios beneficios, incluso las mujeres. En tales casos, la dama se dirige al público con la seriedad y compostura que exige la ocasión, paseando por el teatro y entregando los programas de la función anunciada. La redacción de estos últimos es muy pomposa: "Al inmortal y respetable público de Buenos Aires. . ., etc.". Entienden tanto de propaganda como un empresario inglés de provincias. Antes de que el beneficio tenga lugar hay costumbre de iluminar la fachada del teatro y exhibir algo alusivo a la próxima función. (3)
No faltan fuegos de artificio, cohetes y una banda de música en la puerta. Un periódico ha ridiculizado esta costumbre sin que se le prestara atención.
Los ingleses no van al teatro con asiduidad. Dicen ellos que es falta de interés, pero yo creo que los verdaderos motivos de su indiferencia son los negocios y su inclinación por la sociedad británica. Sin embargo, hay cierto número de ingleses que olvida por un momento los negocios y concurre a los lugares de esparcimiento. Algunos de ellos vagan sin objeto fijo, mirando gravemente a las lindas muchachas, a quienes designan con nombres de su invención. Me hacían reír señalándome a diferentes señoras bajo los nombres de Imogenia, Eufrósima, Discreción, Corina, Zenobia, las Griegas, etc. A un caballero, D. jerónimo Salas, le llaman "el rey" por su parecido con Jorge IV de Inglaterra. El parecido es considerable, pero D. Jerónimo no es tan grueso como S. M. No todos los días vemos personas tan corpulentas como S. M. Británica y D. Jerónimo: el primero (aparte todo prejuicio patriótico) tiene aspecto de rey, el segundo es solamente un hombre hermoso.
No es raro ver en el teatro a niños de meses en brazos de sus madres, así como también esclavos.
Las damas van bellamente ataviadas a los palcos, combinando la pulcritud con la elegancia. Por lo general, visten de blanco. El cuello y el seno están bastante descubiertos para despertar admiración sin escandalizar a los mojigatos. Una cadena de oro u otra alhaja suele pender del cuello. El vestido lleva mangas cortas y el cabello es arreglado con mucho gusto: una peineta y algunas flores, naturales o artificiales, por todo adorno. Las noches de estreno presenta el teatro un conjunto de hermosas mujeres (como no podría soñar un extranjero). A menudo he contemplado sus oscuros ojos expresivos y el negro cabello que, si posible fuera, embellecería aún más esos bellos rostros.
Creo que ninguna ciudad con la misma población de Buenos Aires puede vanagloriarse de poseer mujeres igualmente encantadoras. El aspecto que presentan en el teatro no es sobrepasado ni en París ni en Londres. (He sido un asiduo concurrente a los teatros de ambas capitales.) Verdad es que las plumas y los costosos diamantes de inglesas y francesas no se ven en Buenos Aires; sin embargo, en mi humilde opinión, esos adornos no aumentan la belleza femenina.
El teatro fue abierto nuevamente el 16 de enero de 1825, bajo la dirección del Sr. Rosquellas y otros, después de permanecer dos meses cerrado por reformas. Grandes mejores se han realizado: las lunetas han sido tapizadas de terciopelo carmesí, las paredes se limpiaron y pintaron de nuevo, el escenario fue acercado a la platea y el espacio que ocupaba la orquesta ampliado. Hay un telón nuevo con las armas del país y otras divisas pintadas en él. El teatro ha mejorado de apariencia al reforzarse su iluminación.
El cuerpo de Opera constituye la principal atracción del teatro. Tienen a Rosquellas, al renombrado bufo Vacani, a Vacani el joven, a Vera, a las dos señoras Tani y a Doña Angelina Tani, quien canta siempre exquisitamente. Al reaparecer Vacani, tras una corta ausencia, fue recibido con entusiastas aclamaciones y se arrojaron flores al escenario.
Para los bailes tenemos a los Touissaint y a un cuerpo de ballet que comprende bailarines cómicos portugueses procedentes de Río de Janeiro. Ejecútanse ahora ballets de conjunto en lugar del "pas de deux" y "pas seul" de una o dos figuras principales.
Bajo el régimen español, la Cuaresma era la época más triste del año; hoy es la más alegre: óperas y ballets hacen las delicias del auditorio; dos o tres veces por semana se interpretan selecciones de El Barbero de Sevilla, Fígaro, Enrique IV, etc. Conduce la orquesta el diestro Masoni, cuyo talento arranca estruendosas ovaciones.
Se estudia el proyecto de presentar óperas completas en sustitución de trozos escogidos. Se ha mencionado Don Giovanni, con Rosquellas en el papel principal: por su figura y gestos resultaría admirable, sobre todo a aquellos que no han visto a Ambrogetti.
En noches de estreno se ven a la entrada del teatro hermosos carruajes con faroles encendidos y con lacayos uniformados, pertenecientes a la colonia inglesa y otras familias. Cuan- do llegué, en 1820, apenas si existía uno de esos coches.
Si un español visitara la ciudad, tras una ausencia de varios años, quedaría sorprendido; las rígidas festividades de la Iglesia han sido sustituidas por inocentes esparcimientos; el zumbido de los negocios saludaría su oído y encontraría europeos por doquier. La vieja España ha dejado de dominar en Buenos Aires para siempre; algunos ancianos claman aún por la Madre Patria, pero la inmensa mayoría de la población -la nueva generación especialmente- es patriota decidida. El 21 de febrero de 1825 hubo una representación de aficionados a beneficio de las viudas y huérfanos de los caídos en las guerras de la independencia. El lleno fue total y proficuas las ganancias: en los teatros porteños no se admiten vales. La obra elegida, Virginius, fue interpretada por caballeros nativos con tanta maestría como para hacer enrojecer de vergüenza a los actores profesionales.
Un francés-norteamericano, Stanislaus de nombre, que viene de Harannah, ha dado varias exhibiciones de galvanismo, juegos de manos, etc., ayudado por artefactos de su invención. Es lo mejor que he visto en su género. Su actuación es superior a la de los prestidigitadores ingleses. Los nativos aseguran que está en relaciones con el diablo ¿Cómo podría, de no ser así, transportar pañuelos de individuos sentados en la platea, hasta las torres del Cabildo? Según dicen, ha hecho esto. Stanislaus llena el teatro. Su pintoresca pronunciación española divierte mucho: es una mescolanza de castellano, inglés y francés.
Se dio una conferencia sobre astronomía que no obtuvo el éxito que era de esperarse, o por falta de afición a esta instructiva ciencia o por no parecerle al auditorio que un teatro fuese el lugar más a propósito para tratar estas cuestiones. El conferenciante leyó con monótona voz, contribuyendo al aburrimiento del público.
Un inglés (Bradley) posee un Circo que da funciones los domingos por la tarde y en las festividades religiosas. Como jinete y payaso, Bradley es estimable, si bien debe luchar con muchas desventajas.
(1) Siendo Rosquellas un personaje importante, no puedo dejar de relatar una anécdota sobre su persona. En una gira a Río de Janeiro llevó consigo a una muchacha esclava manifestando (o el escándalo se encargó de manifestarlo por él) que era una dádiva de la señora del gobernador, quien se la habría brindado en pago del deleite de haberle escuchado. Al saber esto la señora se indignó, afirmando que "no tenía costumbre de regalar sus esclavas". Rosquellas, de regreso, fue enviado a prisión y debió entregar una fuerte suma de dinero.
(2) Cierta vez presencié una escena muy ingrata en el "Théátre Français" de París. Esa noche Talma representaba Cinna. El local estaba atestado de público cuando dos señoras inglesas, acompañadas por dos militares de la misma nacionalidad, entraron en un palco. En esos días el ejército británico ocupaba París. Al quitarse los abrigos, las damas quedaron de espaldas a la platea. Una gritería --que hubiese avergonzado a los salvajes- se elevó de las lunetas. La intervención de los oficiales no hizo más que agravar la situación; no escasearon gestos insultantes y las damas debieron retirarse en medio de lágrimas, otorgando un noble triunfo a estos valerosos campeones de la caballerosidad.
(3) Uno de estos cuadros alusivos tenia por tema la batalla de Salamanca. La noche previa al estreno, en la fachada del teatro se exhibió una estampa iluminada que representaba a los despavoridos franceses perseguidos por Wellington y sus tropas: había también una bandera inglesa izada. No podían los franceses soportar tal vergüenza, y hubo un intento fallido de bajar la bandera. Se temía una refriega la noche de la función, mas todo transcurrió en paz.

Capítulo III
Antes de entrar en detalles sobre los usos y costumbres de españoles y criollos, daré una información sobre los extranjeros que habitan esta ciudad. En su mayoría son ingleses. De acuerdo con el censo de 1822, hay 3.500 ingleses en la provincia de Buenos Aires.
Los comerciantes británicos gozan de gran estimación en Buenos Aires: el comercio del país se halla principalmente en sus manos. Es elevadísimo el número de dependientes y empleados británicos que trabajan en barracas, curtidurías y domicilios particulares. Casi todos los comercios tienen un dependiente español, el cual (así como los empleados británicos) habita en el establecimiento.
La siguiente es una lista de los establecimientos comerciales británicos de Buenos Aires:
Messrs. Brown, Buchanan & Co.
Agents for Lloyd's
M'Crackan and Jamieson
Miller, Eyes & CO.
Miller, Robinson & Co.
Winter, Britain & Co.
Plowes, Noble & Co.
Dickson, Montgomery & Co.
Duguid & M'Kerrell
Bertram, Armstrong & Co.
Heyworth & Carlisle
W. P. Robertson & Co.
Anderson, Weir & Co.
Tayleure, Cartwright &Co.
William Hardesty & Co.
Joseph and Jossuah Twaites
John Gibson & Co.
Hugh Dalls & Co.
Peter Sheridad
John Appleyard C. S. Harvey
Thomas Eastman
Thomas Fair
Thomas Nelson
Green & Hogson
Messrs. John Bailey
R. and W. Orr
Jump & Priestley
Stewart & M'Coll
John Ludlam
James G. Heisby
Henry Hesse
M. Dougall & Co.
Harrat & Co.
R. B. Niblett
Daniel Mackinlay
Thomas Barton
George Macfarlane
Stephen Puddicomb
Robert Utting
La mayoría de estas casas tienen sucursales en Río de Janeiro, Montevideo, Chile y Perú, constituyendo una vasta red comercial de no escasa importancia para los intereses británicos. Nuestros comerciantes en Buenos Aires no son únicamente terratenientes y accionistas, sino que, desde la fundación del Banco, han llegado a ocupar el directorio de éste. Así, identificando sus intereses con la suerte del país, estoy persuadido de que velarán celosamente por su independencia. En 1821 los comerciantes ingleses de Buenos Aires prestaron al gobierno una suma de dinero que fue puntualmente devuelta, contrariamente a lo que algunos esperaban. El empréstito fue concedido unos pocos meses antes de una revolución, cuando Ramírez y Carrera amenazaban la provincia, volviendo problemático el cumplimiento de la deuda.
La mayor parte de los comerciantes británicos son escoceses, hombres proverbiales por su talento y actividad en el comercio. No se me acusará de parcialidad si afirmo que nuestros comerciantes honran el país que habitan. Citaré las palabras que D. Valentín Gómez pronunció en un banquete con motivo del cumpleaños de S. M. B. (23 de Abril de 1823):
-“Los ciudadanos Ingleses se han demostrado dignos de la reputación de que gozan. En Buenos Aires han sido siempre buenos padres de familia Y excelentes huéspedes. La Provincia debe otorgarles su protección.”
Los empleados de las casas de comercio trabajan desde las 8 de la mañana hasta casi la misma hora por la noche, exceptuando los días de fiestas: es, en verdad, una tarea pesada.
Aparte de los comerciantes hay una multitud de ingleses dedicados a la venta al por menor. En la calle de la Piedad tienen numerosas tiendas en las que se vende toda suerte de artículos. En todas partes de la ciudad encuentra uno compatriotas. Al frente de los negocios es frecuente ver inscripciones como éstas: "Zapatero inglés", "Sastre", "Carpintero", "Relojero", etc. etc. tal cantidad de súbditos británicos dispersos en el país que se dedican a la curtiembre, a la agricultura, y a otras tareas, es más numerosa de lo que podría creerse. A veces los criollos demuestran cierta envidia hacia los ingleses. Suponen que tenemos el monopolio de los negocios y le sacamos la moneda al país. Estos torpes alumnos de economía política no entienden que en los negocios, las obligaciones son mutuas, y que a menudo debemos comprar materia prima a precios ruinosos. El aumento de la población en un país nuevo y despoblado como éste, recién liberado de ,una odiosa servidumbre, debe ser considerado favorablemente: las personas bien informadas saben que es así.
Hay tres médicos ingleses en Buenos Aires: el doctor Leper, el doctor Dick y el doctor Ougham y dos farmacéuticos, Jenkinson y Whiteficid. Leper y Dick, cirujanos de la armada británica, son bien remunerados por su hábil práctica. La profesión médica no es aquí tan lucrativa como en Inglaterra: allá se paga una guinea la visita, aquí un peso. Sin embargo, los médicos suelen ser obsequiados por su clientela. Recuerdo haber visto en Londres treinta guineas sobre la mesa de un consultorio médico, resultado de medio día de trabajo. No obstante, este dinero no bastaba para cubrir los gastos del doctor, carruaje, etc.
Una entidad científica, creada hace poco tiempo, examina las condiciones de los médicos locales, haciendo preguntas -según me han contado- que pondrían en aprietos al mismo Esculapio. A dos infortunados irlandeses se les encontró en falta y se les prohibió ejercer. A los irlandeses no les agrada que se pongan en duda sus habilidades: por consiguiente uno de ellos, tomando la pluma, compuso una larga filípica; el otro, no resignándose con esto, habló en una reunión del cuerpo médico. Pagó su atrevimiento con tres semanas de calabozo y el destierro. A un médico francés se le prohibió ejercer por haber cometido un error al atender a una señora parturienta.
Hay un médico norteamericano, Bond, y muchos médicos criollos. Se me ocurre que éste sería un excelente lugar para el ejercicio del curanderismo. La explotación ya ha comenzado. Una medicina llamada "panquimogoge", inventada por un tal Le Roy -el inmortal Le Roy", como le llamaban los diarios-, era considerada un curalotodo que igualaba a los milagros del príncipe Hohenlohe. Quien dudaba de la eficacia del “panquimogoge" era un ignorante. Se decía que el descubridor tenía una estatua de oro en La Habana. Mientras duró la engañifa el filtro se vendió a precios muy elevados. Pero pronto se reveló la superchería: varias personas se enfermaron seriamente y otras murieron, ante la consternación de los entusiastas admiradores de Le Roy. Aunque parezca increíble, varios ingleses fueron víctimas del curanderismo; en verdad, jóvenes y viejos, enfermos y sanos, bebían el "panquimogoge” .
Algunos ingleses han comprado estancias o chacras para la cría del ganado; temo, sin embargo, que no pueden competir con los criollos, quienes parecen ser excelentes ganaderos.
La Sociedad Comercial Británica es una empresa exclusivamente inglesa. Por reglamento, ninguno que no sea de esa nacionalidad puede ser socio. Los actuales miembros son cincuenta y seis en número; la cuota es reducida. Fue fundada en 1810, y es no solamente un lugar de esparcimiento sino una valiosa oficina de informaciones. Se lleva una prolija cuenta del movimiento portuario y de la exportación e importación. Hay excelentes anteojos con los que pueden distinguirse las banderas de los barcos a gran distancia. Hay toda clase de periódicos británicos: The Courier, The Times, Morning Chronicle, Bell's Messenger, gacetas de Liverpool y otras ciudades (así como los diarios de Buenos Aires), Precios del día, Lista de embarques, Revista trimestral, La revista de Edimburgo, Lista de navegación, y otras publicaciones. Los mejores mapas de Atrowsmith -con los cuatro cuartos del mundo- se hallan allí, así como cartas de navegación del Río de la Plata, un cuadro muy bueno de la muerte de Nelson y otro de la batalla de Copenhague. Un comité tiene nominalmente la dirección del establecimiento, pues todo se dirige en la secretaría. Siempre se obtienen aquí correctas informaciones comerciales; todo extranjero puede enterarse de las noticias del día, aunque, dada la naturaleza de la institución, sólo los ingleses pueden ser miembros. Para disfrutar de la entrada a los salones de lectura es menester ser presentado por un socio. (1) Todas las personas inglesas respetables debieran suscribirse. Una vez cada tres meses los socios se reúnen en una comida en el hotel de Faunch para tratar los asuntos de la sociedad. La Sociedad Comercial Británica suele reunirse en casa de Mrs. Clark(2), Doña Clara.
¿Qué persona que haya estado en Buenos Aires no ha oído hablar de esta señora - "el hada bienhechora" del lugar?
Hay una biblioteca de libros ingleses que contiene seiscientos volúmenes, número que aumenta diariamente.
Criollos y extranjeros pueden suscribirse. Varios caballeros norteamericanos y algunos criollos que hablan inglés se han hecho socios. El secretario de la Sociedad Comercial es también el bibliotecario.
Algunos individuos se quejan de la falta de liberalidad de la Sociedad Comercial, al no admitir miembros extranjeros; pero, sin olvidar el derecho de los británicos a formar sociedades exclusivas, podría suceder que Inglaterra fuera envuelta en una guerra, y no seria agradable el trato con posibles enemigos.
Hasta octubre de 1821, las cartas traídas por barcos británicos eran directamente entregadas a la Sociedad Comercial, que pagaba al gobierno por el franqueo. Pero este procedimiento despertó la animosidad de los extranjeros y ahora se reciben las cartas en el Correo Central, donde se dan toda clase de, facilidades. Sin embargo, muchas cartas destinadas a personas que viven en el interior se han extraviado. Esto se debe a la costumbre de permitir el retiro de cartas del correo a quien paga por ellas: una abyecta curiosidad ha motivado la pérdida de mucha correspondencia.
La inauguración de líneas marítimas a Buenos Aires -efectuada por el Condesa de Chichester el 16 de abril de 1894- fue un acontecimiento de cierta importancia. Los barcos traen correspondencia para Chile y Perú, estableciendo una comunicación directa y rápida con regiones que, hasta hace pocos años, tenia alejadas la codicia española del resto del mundo. Los capitanes de estos paquetes no deben, por el momento, esperar que sus inversiones rindan muchas ganancias, pero algo se recupera y hay algunos pasajeros que pueden pagar el precio establecido, que, en realidad no es exorbitante, si se considera la comodidad excelente que se proporciona. El camarote cuesta £ 80; el pasaje de proa £ 40. El arribo es ansiosamente esperado por todos. En los primeros tiempos la travesía era muy lenta. Últimamente se ha abreviado mucho tiempo: el Lord Harbert llegó en 47 días; el Eclipse trajo trece pasajeros, todos ellos personas relacionadas con negocios de minas. Espero que este sistema de navegación sea provechoso Para quienes lo dirigen; la intensificación de estos medios de comunicación hace honor al gobierno británico, único que se ha preocupado de este servicio público. La inclinación inglesa a mantener separados el hogar y los negocios y a vivir a cierta distancia de la ciudad es muy visible aquí. No faltan los Stockwells, Kenningtons, Newintones, Camberwells de Buenos Aires, con sus huertas y jardines semejantes a las del Londres suburbano, faltando tan sólo los apeaderos y las cabalgatas a diez y ocho peniques desde el Banco y la calle Gracechurch. Las residencias inglesas son fácilmente reconocibles por su pulcritud y confort. La casa de Mr. Fair, situada en una elevación próxima al río, al sur del Fuerte, ofrece un hermoso aspecto. Mr. Fair ha gastado mucho dinero en la edificación; pero la casa mejor ubicada es la de Mr. Cope, cerca del Retiro.
Los ingleses se han visto envueltos en numerosas querellas con este gobierno. La última ocurrió en abril de 1821, a raíz del decreto que obligaba a los extranjeros a tomar las armas. No se sometieron los ingleses a esta imposición (¿cómo es posible que intervengamos en las luchas intestinas de un país extranjero?). El capitán O'Brien, del Slaney -que navega hoy por lejanos mares(3) - fue designado como representante de los intereses británicos y mantuvo con ese motivo una larga correspondencia. Los buenos oficios de los comerciantes solucionaron el problema, y el capitán O'Brien se sintió muy incómodo, pues consideraba que en su carácter de delegado oficial tan sólo a él le correspondía llegar a un acuerdo. La rencilla provocó cierto revuelo en Buenos Aires. Uno o dos miembros de la junta llegaron a envalentonarse, pero dichos Tibaldos fueron silenciados por los miembros sensatos. Desde que gobierna Rivadavia todos los problemas se han solucionado amistosamente. La disputa entre el capitán Willes, del Brandzen, y el gobierno de Buenos Aires, motivó mucho ruido. El capitán Willes tenía instrucciones de ir a bordo de todos los barcos ingleses que llegaran a la rada. Durante esta operación, un bergantín armado hizo fuego contra el bote. Hubo otros sucesos desagradables y el capitán Willes recibió orden de abandonar estas playas en el término de dos horas. Así lo hizo. A bordo se hicieron infructuosos esfuerzos para solucionar las cosas. Las embarcaciones inglesas condujeron el bergantín a la rada exterior. La población fue azuzada por una sarta de mentiras y falsedades, publicadas en el Centinela. En las puertas de dos o tres casas inglesas se colgaron amenazadores carteles; se acumularon firmas en una lista que exigía pronta venganza del insulto hecho a la bandera nacional. Pero creo que si hubiesen atacado al Brandzen no habrían contado con muchos voluntarios. Los ingleses enviaron una nota al capitán Willes pidiéndole que abandonase Buenos Aires, a fin de evitar que la irritación pasase a extremos peligrosos. El Brandzen partió para la Colonia, no sin que antes el capitán hiciese constar que tan sólo la consideración debida a sus compatriotas en tierra le forzaba a hacer esto. Así terminó el asunto. La querella fue un asunto privado y el gobierno prometió respeto y protección a todos los súbditos británicos. Sin embargo, es posible que, de haber atacado el capitán Willes a un barco nativo, el hecho hubiera provocado represalias. El gobierno de Buenos Aires se permitió ser un poco autoritario y precipitado en sus procedimientos contra el oficial de un país que, sin alianza de ninguna clase, ha procedido siempre en forma amistosa. Es de lamentar que el capitán Willes rehusara bajar a tierra cuando se lo pidió Rivadavia. Nuestro compatriota se sintió confundido ante la alarma provocada por lo que él consideraba su deber. Los ingleses radicados en el país desde años atrás desearon, a no dudarlo, que el Brandzen hubiese estado a mil millas de la costa, especialmente las mujeres. Confío, sin embargo, en que ninguno habrá sido tan mezquino que colocase su seguridad y bienestar por encima de la dignidad nacional.
La rada exterior ha sido motivo de muchas disputas. Lamento que el incidente antedicho nos haya privado del trato de un oficial cuya distinción y amabilidad hicieron las delicias de cuantos tuvieron la suerte de conocerle. El capitán Willes, en Montevideo, fue literalmente adorado. No creo que la colectividad inglesa se haya visto seriamente molestada, pues tenemos numerosos amigos, y no faltaron abogados defensores del capitán Willes. Un panfleto que apareció luego, firmado, según se dijo, por "Un inglés", expuso claramente la malevolencia del Centinela.
Los cónsules evitarán estos inconvenientes en el futuro. Nuestros marinos no son buenos diplomáticos; prefieren, como ya hizo notar un miembro de la Cámara de los Comunes, "la espada a la pluma". Durante el tiempo en que se esperaban represalias algunos alemanes padecieron espantosas zozobras, temiendo ser confundidos con ingleses. Su aspecto físico es muy semejante al nuestro, y casi todos hablan inglés. Los criollos confunden a norteamericanos y alemanes con ingleses, sin poder hallarles nada que los distinga. Un muchacho criollo me dijo una vez que todo aquel que decía "How do you do?" era compatriota mío.
En las peleas que tienen lugar en el puerto entre los marineros ingleses y criollos, éstos aplican siempre a los primeros el término de "inglés bruto". Estas pendencias son raras, por que nuestros marineros no les prestan atención.
Mr. Woodbine-Parish, cónsul general británico en Buenos Aires, desempeña correctamente su puesto: sus modales son afables y caballerescos. Los dos vice-cónsules, Mr. Griffiths y Mr. Pousset, merecen idéntico elogio. El último, por su aspecto físico, recuerda a los miembros de la familia real; si fuera algo más corpulento creáramos estar en presencia del duque de York.
Las provincias de Entre Ríos, Córdoba, Santa Fe, Mendoza, etc. han enviado representantes al Congreso de Buenos Aires, autorizando al gobierno federal a actuar por ellas en los trámites del tratado con Inglaterra que, después de largas discusiones, ha sido firmado y ratificado. Mr. Woodbine-Parish, acompañado por los vice-cónsules y otros caballeros, hizo una visita oficial al gobernador ofreciéndole sus respetos. La recepción del cónsul fue, como era de rigor, muy cortés: el Fuerte fue embanderado y se lanzó una salva de cañonazos. La cláusula que establecía la tolerancia religiosa fue muy debatida en el Congreso. Algunos miembros estaban alarmados. Sin embargo, los protestantes pueden edificar ahora iglesias públicas. Se ha ganado esto en contra de los viejos prejuicios.
No obstante, la opinión que tengo de la devoción inglesa en Buenos Aires no es muy elevada. Se practica ahora una especie de oración u oficio metodista en casas particulares. Un capitán procedente de Liverpool hizo circular folletos religiosos e izó la bandera de las misiones para marineros en su barco: me temo que no encontrará mucho entusiasmo en esta ciudad para esas cosas.
Otro artículo muy satisfactorio del tratado es el que exime a los súbditos británicos de prestar el servicio militar. Cuando han surgido disputas a este respecto los ingleses han sido los únicos extranjeros que han hecho oposición; los otros son espectadores meramente pasivos.
Los domingos y días de fiesta los consulados inglés y americano izan sus respectivas banderas. En el Consulado Americano flamea también la bandera de Buenos Aires: el coronel Forbes, bastante habilidoso, conoce los gustos de la población. He observado que, muchos compatriotas que desean volver a ver su país, hablan, sin embargo, de regresar luego a Buenos Aires. Forzosamente deben sentir amor hacia un país en el que han vivido varios años. Ocho o diez años de ausencia de la patria cambian a nuestros más queridos amigos; algunos mueren, otros se ausentan, otros son indiferentes. También en Inglaterra debe uno resignarse al inexorable destino.
Muchos ingleses dominan el español a la perfección; han aprendido esta lengua durante una larga residencia en el país, al cual han llegado en sus más tiernos años. Me ha sorprendido la rapidez con que aprenden los niños ingleses el idioma: en pocos meses de práctica pueden mantener una conversación, mientras que los mayores necesitamos años para alcanzar tal perfeccionamiento. A los treinta años de edad no se sienten deseos de aprender idiomas.
Al hablar de las inglesas de Buenos Aires experimento una delicadeza rayana en timidez, y me acuerdo del proverbio fa- miliar: "En boca cerrada no entran moscas". Lo cierto es que, salvo algunas excepciones, no hacen honor a nuestra raza. Hay pocas mujeres de clase alta y algunas parecen agradables, así como también las de la clase media; pero, con todo el res- peto que me merecen las clases humildes, diré que más de una vez me he acordado al verlas del arrabal de St. Giles. Respondiendo a la observación de una dama criolla, me arriesgué a decirle que, a pesar de las encantadoras mujeres de Buenos Aires, hay en Inglaterra quienes las igualan, si es que no las superan, en gracia y belleza. Agregué que no le quedaría la menor duda si pudiera yo con la lámpara de Aladino trasladarla a mi país, donde las contemplaría en todo el esplendor de su belleza, y que las pocas de mis compatriotas que atravesaban el océano no podían ser puestas como ejemplo, por la razón de que un viaje a Sudamérica era demasiado dificultoso para una dama.
No soy yo el único que se lamenta de la falta de gracia de las mujeres de la colonia británica: todos mis compatriotas son de mi opinión.
Ninguna familia debiera traer sirvientas solteras y bonitas de Europa: es seguro que aquí las pierden. Aunque las muchachas no quisieran, les resultaría difícil resistir la avalancha de pretendientes, todos ellos obreros ingleses, que buscan afanosamente esposa de su misma nacionalidad. De tal modo que quienes deseen conservar sus criadas, deben buscarlas tan feas como sea posible; un antídoto contra las ardientes pasiones de nuestros Don Juanes. Una importación de mujeres inglesas de buena presencia obtendría un gran éxito aquí -y en muchas de nuestras colonias-. Desearía que algún aventurero formase grupos de muchachas, reclutadas entre las muchachas de clase baja de Londres, y las enviase a Buenos Aires; seria una excelente especulación y las pobres chicas saldrían ganando.
Muchos ingleses se han casado con criollas y, por lo que veo, no se han arrepentido. El único inconveniente de entrar en esta sociedad, es que podría decirse que se casa uno con toda la familia, pues es costumbre vivir en la misma casa. Los ingleses se oponen a esto, logrando imponer su voluntad. El buen sentido de sus esposas les hace aceptar nuestras costumbres; sin embargo, el abandono del hogar paterno por parte de una hija querida es doloroso para los padres, cuyo único consuelo es entregarla en los brazos del hombre amado. Los ingleses casados con criollas han tenido que aceptar las ceremonias matrimoniales católicas. Algunas personas escrupulosas se espantarán de este perjurio, pero aquellos compatriotas que se han casado por amor comprenden el poco valor de estas formalidades. Entre personas liberales la diferencia de religión no puede turbar la paz doméstica; nuestras diferencias, por otra parte, son tan sólo de forma.
Tan acendrados eran los prejuicios religiosos hasta hace algunos años, que una dama hubiera vacilado -y su familia intervenido- en casarse con un "hereje". El cambio en las costumbres es plausible y evidencia que los criollos no son ni sacristanes ni fanáticos.
Una generación de niños hijos de ingleses y criollas surge ahora. Todos ellos hablan inglés y español. ¿Quién nos hubiera dicho años atrás, que podríamos ver a estos adolescentes volverse hombres amando la tierra en que nacieron y también aquella de sus padres? ¿Qué importantes consecuencias no resultarán de cimentar la amistad -entre dos naciones antagónicas otrora?
Supongo que los ingleses casados en esta tierra la consideran su patria adoptiva. Nunca podría yo compartir este sentimiento: no podría resignarme a no ver más mi patria. Ahora, si pudiera yo realizar el sueño de casarme con una criolla e ir a Londres, vivir en una residencia próxima a Grosvenor Square o allí mismo, visitar la Opera y todos los teatros, escuchar a Rossini, Catalani, nuestro Braham, Stephens, Kean y Macready, haciéndole apreciar sus diferentes gracias... ¿dónde quedarían el pobre Rosquellas y la señora Tani?. En lugar de una cabalgata por el camino de Barracas o San José de Flores o San Isidro, iría con ella a lo largo e Queen's Road hasta Putney, Richmond o Windsor; caminaríamos por los jardines de Kensington... ¡Dios mío! ¿A dónde me lleva la fantasía? ¿Por qué no podré persuadir a alguna bondadosa criolla de que conjuntamente con su hija me dé 200.000 pesos a cambio del amor imperecedero que yo le profesaría?...
Los casamientos entre británicos son oficiados por capitanes de buques en presencia de dos o tres comerciantes cuya firma basta para dar carácter legal a la ceremonia. Un cónsul evitaría estas molestias.
La colonia británica de Buenos Aires perdió a uno de sus miembros más distinguidos con el suicidio en diciembre de 1824 de Mr. Dallas, quien se degolló con una navaja: se dice que negocios ruinosos fueron la causa de hecho tan lamentable. No ha dejado nadie que pueda sustituirle: era un perfecto caballero.
La muerte de Mr. Rowcroft, ocurrida en el Perú, causó gran pesar entre los ingleses de Buenos Aires, que le estimaban mucho. Fue posiblemente el primer regidor de la ciudad de Londres que cruzó los Andes. Es muy lamentable que las balas de soldados extranjeros causaran su muerte. Consuela algo el hecho de que el suceso se debió a una deplorable equivocación. Se asegura que fue confundido con un oficial español, pues Mr. Rowcroft usaba orgullosamente su uniforme de oficial de caballería ligera.
Un hijo de Mr. Robert Wilson visitó esta ciudad de paso para el Perú; pero volvió pronto, y se dirigió al Brasil al encuentro de un amigo de su padre: Lord Cochrane.
Entre los compatriotas residentes en este lugar hay varios caracteres que resultarían singulares en la misma Inglaterra.
Nadie que haya visitado Buenos Aires habrá dejado de oír el nombre del bullicioso bebedor Jack Hall, el enterrador de la ciudad quien por su apariencia y manera de vestir parecía un elegante de Newgate. El pobre Jack murió en 1824 y fue llevado hasta su última morada en uno de los coches de su propiedad; debido a su oficio se le había bautizado con el apodo de "inglés ataúd". Hall ejercía además otros oficios: era pintor, vidriero, lavandero, etc., etc. Cuando llegó los criollos le consideraban un prodigio.
Los irlandeses naturalizados norteamericanos, o sea los llamados "yankees-irlandeses", pasan de vez en cuando por Buenos Aires en camino para otras partes. He conocido a varios. Es deprimente pensar que acontecimientos políticos puedan haber convertido a estos hombres en enemigos de su propio país. Cierto es que "marchan contra una roca inconmovible". Si alguna excusa puede haber para ellos es que las esperanzas de su juventud se han deshecho, y la opresión les torna en enemigos de su propia patria. Los norteamericanos hacen notar que quienes más desprestigian a nuestra patria son nuestros compatriotas los irlandeses. En sus predicciones sobre la supuesta decadencia del Imperio Británico hallan vasto campo en qué desahogar sus odios, regocijándose con las imaginarias penurias que sobrevendrán a nuestro país.
En lo que respecta a algunos irlandeses que conozco (o mejor dicho "yankees-irlandeses") lamento no poder abrazarlos y llamarlos hermanos. He notado que todos ellos tienen mucha imaginación, y cuando escuchan relatos sobre la intrepidez irlandesa -(¿y acaso no se ha derramado sangre irlandesa por la causa británica?)- sus corazones laten apresuradamente y recuerdan los nombres de los oficiales irlandeses que se han distinguido. Hablan de sus hazañas con emoción asumiendo entonces la condición de súbditos británicos, porque dígase lo que se quiera nadie puede entusiasmarse con la gloria de un país extranjero. Cierta vez felicité a uno de ellos por su cambio de ideas; pero me contestó: -"No, no me arrepiento de lo que ha pasado; soy, y seguiré siendo, ciudadano americano".
Hay tres casas de comercio norteamericanas. Mr. Ford; Zimmerman & Cía.; Stewart and M'Call. Los residentes son pocos, y más son los visitantes casuales. Es difícil distinguir a los norteamericanos de los ingleses: uno de mis amigos criollos asegura que los norteamericanos siempre llevan sombrero blanco, anteojos y bastón. La observación es bastante exacta. A los ingleses nos divierten las expresiones idiomáticas americanas: "imagino. . .", "calculo. . .", "espero..."; ellos se burlan de nuestro continuo "Ud. sabe que. . .", en la conversación. Seria deseable que las futuras diferencias entre las dos naciones fuesen tan sólo gramaticales.
Los norteamericanos mantienen un activo comercio en el río, y han traído valiosos cargamentos de la China y la India. La importación consiste por lo general en harina, madera, jabón, etc. Los barcos cargados de sal procedente del Cabo Verde suelen obtener proficuas ganancias. De cuando en cuando llegan artículos norteamericanos manufacturados, pero el negocio no es provechoso. El inmenso capital, la maquinaria y la eficiencia de Inglaterra la colocan, al menos por largo tiempo, muy por encima de toda otra nación. En lo que se refiere a Estados Unidos, supongo que todavía no es oportuno abandonar la agricultura por el trabajo manufacturero. Se exporta principalmente harina: durante una o dos malas cosechas en esta provincia las ganancias fueron elevadas. El precio de venta ha sido de 30 pesos la bolsa (aproximadamente 200 libras); el costo en Estados Unidos era de 7 u 8 pesos. En el año 1823 se importaron 70.000 bolsas de harina. Que un país de terrenos tan fértiles deba comprar su pan en el extranjero es asombroso, pero la agricultura es aún pobre en la América del Sur. El comercio norteamericano se efectúa puntualmente en embarcaciones con sobrecargas; los capitanes son hombres de excepcional energía.
Llegan pocos barcos ingleses; son casi todos bergantines comandados por nuestros briosos hombres de mar: estos bergantines traen, a veces, cargamentos valiosos. Los norteamericanos se las arreglan para viajar con cargamentos pequeños. Cierto número de embarcaciones inservibles para la navegación llegan aquí para ser vendidas en subasta pública; la especulación parece ser ventajosa, a juzgar por la cantidad de barcos anclados en la playa que esperan su turno: hermosas embarcaciones a primera vista, pero "sepulcros blanqueados".
La circunstancia de haber sido Estados Unidos el primer país en reconocer la independencia de esta provincia no le ha valido privilegio comercial alguno. Una vez presencié en un café un debate entre varios criollos: uno de ellos, en el calor de la discusión, afirmó que el reconocimiento de Estados Unidos no tenia más importancia que el que hubiese tenido el de la provincia de Santa Fe. El reconocimiento de España e Inglaterra es lo que realmente les interesa: no obstante, Estados Unidos ha dado el primer paso en tal sentido.
Aunque hay en Buenos Aires muchos artesanos americanos, muy pocos han abierto taller. En la fabricación de botas, zapatos, sombreros, etc., así como en artículos de almacén, deben reconocerse inferiores a nosotros. En los almacenes se da preferencia a los jamones y quesos ingleses; pero debo reconocer que los procedentes de Estados Unidos no son malos. Los yankees, conociendo el gusto del público, hacen pasar sus artículos por ingleses: he comprado jabón norteamericano que ostentaba la corona británica.
Quizá en ninguna otra parte del mundo haya tanta rivalidad entre ingleses y americanos, aunque, me alegro de notarlo, disminuye considerablemente. Se dice que los ingleses están muy pagados de su nacionalidad; tal vez sea cierto, mas los americanos no nos van en zaga. Al oír afirmar esto responden: "Nuestros vicios los heredamos de Inglaterra; nuestras virtudes son vernáculas".
Mr. Rodney, ministro de Estados Unidos, falleció el 10 de junio de 1824. Fue muerte repentina: un ataque de apoplejía. La última noche de su vida dio una fiesta a la cual concurrió mucha gente. Era un viejo republicano muy estimado por todos los partidos: dejó una numerosa familia. El gobierno de Buenos Aires le honró merecidamente (4).
El secretario de la legación es el coronel Forbes. está en Buenos Aires desde octubre de 1820 y actuó como encargado de negocios de Estados Unidos hasta el arribo de Mr. Rodney.
Hay muchos franceses en Buenos Aires; se asegura que son tan numerosos como los ingleses, pero yo no lo creo. El comercio francés dentro de sus limites debe de ser próspero. Sus importaciones consisten en artículos de tocador: abanicos, medias de seda, perfumes, agua de Colonia, joyas y todas esas fruslerías a que son tan aficionados los franceses. Algunas tiendas tienen una buena provisión de sedas francesas, chales, y toda suerte de artículos de señora. Roquin, Meyer & Cia., es la casa de comercio francesa más importante; pero hay gran cantidad de firmas criollas y extranjeras que importan mercaderías francesas; lo mismo hacen algunas casas inglesas. Hay hombres muy caballerescos e inteligentes entre la colectividad francesa de Buenos Aires. Pero el conjunto, en lo que a respetabilidad se refiere, no resiste la comparación con los ingleses. Los franceses lo confiesan y ríen de los mozos de café y camareros parisinos. La clase superior figura en la mejor sociedad de Buenos Aires. Sus vivas maneras y su conversación contrastan con la reserva inglesa. La compañía francesa es mucho más solicitada que la de mis humildes compatriotas: un francés está como en su casa en todas partes. Los ingleses visitan a las familias patricias que ofrecen a veces espléndidas tertulias; sin embargo, sospecho que se encuentran más a gusto entre ellos. El orgullo y muchos otros motivos se han invocado para explicar nuestro retraimientos pero nada designa mejor nuestra actitud que la expresión francesa "mauvaise honte". Pese a estos reparos estoy convencido de que el carácter inglés es muy estimado y, aunque los franceses nos venzan en el salón, no podrán quitarnos ese aprecio. Las nuevas de la muerte de Napoleón apenaron hondamente a la colectividad francesa. Transcurrió cierto tiempo antes de que se creyera la noticia: "Ha de ser una engañifa -decían- de los ingleses". Hasta que se confirmó el hecho, todos barruntaban una falsedad. Su amor hacia este hombre sanguinario ha dejado de asombrarme: si yo fuera francés posiblemente le amaría.(5) El 15 de agosto de 1821 -aniversario de Napoleón- observé la bandera tricolor flameando en una pulpería francesa. Esta bandera, tan temible en un tiempo que obligaba a los ingleses a apercibirse para una sangrienta lucha, ondea hoy inofensivamente en Buenos Aires, como distintivo de barcos mercantes.
Hay en Buenos Aires muchos portugueses comerciantes, tenderos, etc., que mantienen un activo comercio con el Brasil. La antipatía, rayana en el desprecio, de los españoles hacia los portugueses, es muy manifiesta aquí. Cuando en el teatro se representa un personaje portugués, el intérprete lleva traje de colorinches y se contonea ridículamente sobre el escenario, en medio de la hilaridad y de los aplausos del público, más entusiastas y ruidosos que los otorgados al "pequeño portugués astuto" de Sheridan: Isaac Mendoza.
* * *
Alemanes, italianos y hombres de todas las naciones trabajan en Buenos Aires como comerciantes, tenderos, almaceneros, etc.
El señor Schmalling, agente de la compañía Naviera Prusiana, ha establecido recientemente una gran tienda en Buenos Aires. Los géneros y franelas prusianas han sido arrebatados de manos de los vendedores. Esta preferencia obedece a que son más baratos -y algunos dicen mejores- que nuestras telas. El señor Schmalling vende sus géneros un veinte por ciento más baratos que los comerciantes ingleses. Es doloroso ser desalojados del mercado en la venta de un articulo que fue nuestra especialidad. No obstante, estoy seguro de que la eficiencia británica allanará estas dificultades momentáneas: la abrogación del impuesto a la lana puede ser el primer paso dado en tal sentido.
(1) El acceso a la sala de lectura está prohibido a los empleados que no se hayan suscrito o no hayan adquirido una boleta de entrada. Estas últimas disposiciones no han sido aceptadas, y los empleados han renunciado a su principal entretenimiento.
(2) Cuando Mrs. Clark cerró su casa de pensión, quedó dueña de una fuerte suma de dinero, que fue muy reducida posteriormente por los préstamos que hizo a su difunto esposo, el capitán Taylor, y algunas especulaciones ruinosas.
Se ha retirado ahora de los negocios y tiene una r1enta regular. Su hija adoptiva, Doña Panchita, una hermosa muchacha, vive con ella. El capitán Taylor, aunque hombre de buenos sentimientos, era un visionario. Murió en octubre de 1822. Se cuenta que fue él quien bajó la real bandera española e izó la bandera de los patriotas en el Fuerte, en los comienzos de la revolución.
(3) El Slaney permaneció anclado en la rada exterior desde enero de 1821 hasta febrero de 1822. El capitán Stanhope asumió el mando en octubre de 1821, por haber sido ascendido O'Brien. Durante la permanencia en la rada exterior ocurrió un acontecimiento risible: el barco recibía señales desde la costa. Un día, un negro fue enviado a lavar el paredón desde donde se hacían las señales de tierra. La gente de a bordo le confundió con una bola, con la que solían hacer señales; la posición del negro indicaba orden de soltar velas. La tripulación se puso diestramente a la obra y la orden fue obedecida de inmediato, pues la monotonía de la vida de a bordo convierte ese trabajo en un placer. A todo esto, el negro cambió de posición, lo cual se interpretó como una orden de levar ancla. Esta corroboración de la primera orden aumentó el regocijo. Otra señal, mal interpretada, parecía pedir un bote para ir en busca del capitán, quien se hallaba en tierra. Se envió un bote pidiendo confirmación de las órdenes. El capitán O'Brien quedó atónito y fue a examinar la pared de señales donde se hallaba trabajando pacíficamente el negro, ignorante en absoluto de que sus movimientos agitaban los corazones de 150 hombres. A una distancia de ocho millas de la costa tal error no tiene nada de sorprendente. La tripulación se indignó, y atrapando a un negro que formaba parte de ella le amenazaron con tomar cumplida venganza en su persona de las burlas de un hombre de su misma raza.
(4) Los siguientes son extractos de los decretos dados a publicidad por el gobierno en esta ocasión: - "Un sarcófago costeado por el gobierno será erigido para guardar los restos del honorable César Augusto Rodney, en muestra de gratitud.
Las siguientes órdenes serán cumplidas al tener lugar los funerales de este distinguido ciudadano. Un batallón de infantería, con cuatro piezas de artillería ligera, se estacionará junto a la tumba. Cuando los restos del extinto sean retirados de su casa, el Fuerte saludará con un cañonazo. Un saludo similar será ejecutado por la artillería ligera al entrar los restos al cementerio. Al depositar el cadáver en la tumba, estando el batallón formado, se hará una descarga general.
El Estado Mayor del Ejército y los jefes de todos los departamentos serán invitados a reunirse en la Casa de Gobierno para acompañar a los ministros durante el cumplimiento de los ritos funerarios".
Nunca presenció el país nada más imponente que estos funerales. Gran cantidad de personas de todas las nacionalidades concurrió, a pie y a caballo, sin que faltasen sacerdotes. En la crónica de estas ceremonias, leímos las siguientes observaciones: - "Fue muy halagador para los protestantes que el clero católico hiciese acto de presencia. Esto es síntoma inequívoco de la creciente liberalidad de los católicos. Anteriormente se había concedido a los protestantes poseer su cementerio, y en esta ocasión los papistas han seguido con el mayor respeto los ritos del funeral, uniendo sus sentimientos a los nuestros. Este elevado ejemplo indica nobleza de alma y merece la imitación de los cristianos de todos los nombres y de todos los países".
El señor Rivadavia pronunció un discurso junto a la tumba; sus postreras palabras fueron: "Alma ilustre de Augusto César Rodney. Volved al seno de vuestro creador con la elevación y confianza a que os da derecho el haber sido exactamente su imagen acá en la tierra, y no separes tu vista compasiva de este país que tanto se honra con conservar vuestros restos. Sí, nosotros los conservaremos como el más precioso tesoro que pudo recibir este suelo". Luego, tomando el orador en la mano una porción de tierra, dij,o: "Y tú, tierra, que vas a tener la gloria de cubrir estos venerados restos, recibe también el honor de henchirte con la semilla más fecunda de virtudes, y haz que se reproduzcan iguales héroes que inmortalicen el. nombre americano". *
*Tomamos el original de El Argos del 16 de julio de 1824 (N del E).
(5) Una traducción francesa de la obra de O'Meara apareció en Buenos Aires, y quienes la leyeron llegaron a la conclusión de que Sir Hudson Lowe debía de ser un perfecto bruto. En castellano circulan dos o tres diatribas contra el gobierno británico y su piratería en los mares. La evidente malignidad de estos despropósitos destruye todo el efecto que querrían causar.

Capítulo IV

ODRÍA suponerse, considerando la latitud a que está situada Buenos Aires, que la mayor parte de sus habitantes es de piel morena: en lo que al sexo masculino atañe esto es verdad, aunque pueden verse, aquí v allá, excepciones. Pero muchas mujeres pueden enorgullecerse de poseer un cutis de rosas y lirios, semejante al que se suele ver en climas más fríos. En- tre las mulatas hay también mujeres hermosas. He reparado que se hace alguna distinción de casta; la palabra mulato se emplea como insulto, lo cual es mezquino. Una o dos familias con niños pelirrojos atraen la atención en un lugar donde predominan los morenos. En un principio, les creía de origen escocés, hasta que me hicieron notar mi error. Algunas malas lenguas se permiten bromas a este respecto, asegurando que estos niños son descendientes de los soldados del Regimiento Escocés 71 que, al mando de Beresford, estuvo aqui en 1806.
Es raro ver en Buenos Aires una persona con marcas de viruela: la vacuna es universalmente practicada.(1) Hay pocas personas deformes; podría decirse que casi todo el mundo tiene buena presencia. Los jóvenes son bien desarrollados, poseen buenas figuras y tienen modales agradables.
Hay caras femeninas dignas de estudio de un artista: vivaces ojos oscuros, tersas frentes, graciosos talles. Con razón se ha apodado a Inglaterra "La patria de la belleza", pero no solamente en Inglaterra hay belleza. Guarda Buenos Aires dentro de sus muros toda la belleza que pueda forjar la imaginación.(2).
La majestuosa elegancia del paso, tan admirada en las españolas, en ninguna parte es más notable que en Buenos Aires. Y esta gracia no es patrimonio exclusivo de las damas: mujeres de todas las clases sociales la poseen, por donde se concluye que debe ser un don natural. Si mis bellas compatriotas se dignaran imitarles en este sentido, abandonando su característico "paso de cartero", mi admiración por ellas aumentaría.
Los modales de los habitantes se mantienen a una feliz distancia de la vivacidad francesa y la flema británica. Un inglés se siente cómodo a su lado, y aunque no posea el idioma no debe temer que se burlen de sus errores. Es proverbial el cuidado que ponen en atender a los enfermos; muchos de mis compatriotas han podido experimentar todas las delicadezas que les prodigaron. Conocer a esta gente es apreciarla. Los pocos cuidados de la existencia y una feliz disposición natural vuelven raros los suicidios, esa calamidad de nuestra populosa Europa. El deber de ganar el pan para la familia no logra turbar la tranquilidad en un país donde "una vaca vale unos pocos peniques". (Esta expresión fue usada por un guardacostas inglés que trataba de convencer a un marinero desertor de que no se fuese al desierto). Aunque hay familias acomodadas, no creo que las haya extraordinariamente ricas, es decir, que posean de 30 a 50.000 £. Las casas, el ganado y los campos constituyen la propiedad más segura. El entusiasmo de los españoles hacia las mujeres, como tantas otras cosas, ha sido exagerado. Afortunadamente, esto no ocurre en Buenos Aires: la consideración a las mujeres se basa en un verdadero respeto a las virtudes del sexo y, por consiguiente, perdurará siempre.
El carácter celoso atribuido a los españoles es una patraña -o bien un gran cambio ha tenido lugar:- nada semejante ,se observa entre sus descendientes. Los caballeros se conducen muy cortésmente con las mujeres, tratándolas con deferencia y respeto. Me han asegurado que son maridos negligentes. No cabe duda de que en cualquier ciudad populosa pueden encontrarse muchos de esta suerte; pero los maridos de Buenos Aires que he tenido el placer de conocer atienden religiosamente a sus esposas y las tratan con una ternura que seria difícil hallar en la misma Inglaterra -esa tierra de felicidad doméstica-.
Las damas corresponden a este afecto y son tiernas y amorosas madres. Es reconfortante observar el cuidado y cariño que muestran hacia sus hijos. Un extranjero que se detenga un día en Buenos Aires no puede dejar de observar este hecho, más elocuente que muchos libros. No tienen la costumbre antinatural de entregar los niños a una nodriza, pues no ponen reparo en criar a sus propios hijos. Creo que hay tantos matrimonios felices como en cualquier ciudad de sanos hábitos domésticos.
Los hombres se saludan en forma parecida a los ingleses, por ejemplo: el simpático y afectuoso apretón de manos. La costumbre francesa de besos y abrazos entre hombres no se sigue, lo cual me agrada mucho. A pesar de la estimación que profeso a mis amigos criollos no deseo que labios no-femeninos rocen mi mejilla.
El saludo entre mujeres al despedirse para un largo viaje o a la vuelta de él es besarse y abrazarse. No difieren mucho de las inglesas: son quizá un poco más afectuosas. He visto damas, de vuelta de Montevideo, abrazando a su negra sirvienta con un ardor y afecto que no encuadran dentro de nuestras nociones de corrección. Tan pronto como una señora desea bostezar se santigua de la manera más cómica: para descifrar sus. movimientos habría que comprar un misal. Se tocan las mejillas, la barbilla y el pecho rápidamente con el dedo pulgar. Como diría un cura: en un santiamén.
Existe una práctica muy graciosa de regalar flores a los visitantes: una bella joven ofrenda una rosa o un tulipán. Recuerdo que, a los pocos días de mi llegada, una encantadora niña me dio una rosa, lo cual no halagó poco mi vanidad. Luego me sentí defraudado al saber que era una costumbre del lugar.
Fumar cigarros es muy general entre hombres, mujeres y niños -excepción sea hecha de las señoras de buena familia- aunque no falta quien asegura que, en secreto, se permiten el lujo de un cigarro. Espero que las murmuraciones sean falsas: en verdad, creo que es así. Una dama fumando seria tan ultrajante a mis sentimientos británicos que el entusiasmo que profeso hacia las criollas quedarla muy mermado. En los hombres me agrada, y el placer que parecen experimentar fumando me ha hecho lamentar repetidas veces el no haber adquirido este vicio. Se ven chicos de ocho, nueve y diez años fumando.
Los ingleses siguen la moda; algunos encuentran tanto placer en el tabaco como los nativos, quienes fuman desde la mañana hasta la hora de acostarse. Cuando cabalgan llevan el cigarro en la boca. Si necesitan fuego se lo piden a la primera persona que encuentran en la calle. He sonreído a veces viendo un criollo elegante encendiendo su cigarro en el de un negro sucio.
Los cigarros habanos gozan de las preferencias generales, pero son caros y no siempre llegan en buenas condiciones. Los cigarros de papel y los cigarros de hoja, hechos de hojas de tabaco, son más usados y hay quien los prefiere. La fabricación de cigarros emplea un vasto personal, incluso mujeres.
Tan refinada es la cortesía criolla que una persona fumando se retira el cigarro de los labios al pasar otra a su lado. La cortesía de Buenos Aires no es sobrepasada siquiera por la de Paris. Por ejemplo: al encontrarse dos hombres en la calle invariablemente se descubren. La moda inglesa de tocarse el ala del sombrero es demasiado plebeya para ser adoptada aquí, se descubren completamente. Al encontrarse con señoras permanecen descubiertos hasta perderlas de vista. Se quitan el sombrero graciosamente, cogiéndole por detrás, como los que tienen la costumbre de llevar peluca. Hacen esto para no estropear la parte delantera, que en otra forma quedaría muy manoseada. (3)
La planta llamada "yerba", que crece en el Paraguay y en el Brasil, es el té de Buenos Aires. Lo sirven en un pequeño globo al que aplican un tubito. Tanto el recipiente como la bebida reciben el nombre de "mate". Los mates son generalmente de plata y se pasan de mano en mano en las reuniones -Práctica no muy limpia-. Cuando vi por primera vez la bombilla en la boca de las damas supuse que estaban fumando. El sabor del mate no es desagradable, pero no puede compararse con el del té. Se dice que hace mal a los dientes. Recuerda su aspecto a la pipa de tabaco, lo cual me hace mirarlo con desagrado en manos de las señoras. El horario de las comidas de familia es aproximadamente el siguiente: lo primero que toman es el mate, a menudo en la cama; a las ocho o las nueve se sirve lo que llamaríamos nosotros el breakfast: bife, etc.; el almuerzo tiene lugar a las dos o las tres; entre las seis y las siete se toma mate, que suele ser seguido de una cena. La moda inglesa de almorzar a la una o las dos de la tarde y comer a las ocho o nueve de la noche aún no impera en este continente. Beben vino en vasos grandes. La "siesta" no está tan generalizada como antes: se han vuelto más diligentes y no pueden permitirse el sueño durante el día. Esto torna inexacto el dicho popular de que en la hora de la siesta no se ven en la calle más que perros e ingleses. La siesta tiene su citación: empieza en la temporada veraniega, en octubre, y termina con el fin del verano, en Semana Santa. Las personas activas e industriosas pronuncian anatemas contra este hábito que fomenta la pereza; pero a mi parecer un ligero sueño después de almorzar es refrescante y saludable en latitudes tórridas. Las casas no tienen llamador: hay que gritar a los sirvientes o golpear contra la puerta. Los sirvientes y esclavos se hacen presentes en la hora de las comidas. En invierno todo el mundo se acuesta a las 10 u 11 de la noche; en verano más tarde, pues suelen gozar del fresco en las azoteas o sentarse junto a las ventanas. Pasear por las calles en una hermosa noche de verano no es una faena pesada, dado el número de hermosas paseantes que se encuentran por las calles o sentadas en sus ventanas. Las damas hacen sus compras al atardecer 1as noches de sábado, vísperas de fiestas, las tiendas están repletas. Las familias respetables que tienen hijas solteras celebran tertulias y bailes durante el invierno. Me dicen que esto se hace con el propósito de conseguir marido para las niñas: como no estoy en el secreto, lo doy como lo recibo. Estos bailes son sencillos y modestos. Una señorita se sienta al piano; hay licores, masas y budines: con unos pocos pesos se arregla todo. Me agradan estas reuniones por su aire familiar. Las celebraciones suntuosas que tienen lugar en Inglaterra imponen tanta etiqueta que quitan todo placer.
Los cumpleaños son muy festejados: se reciben regalos, se ofrendan dulces, cenas y tertulias. Estos días son más celebrados que entre nosotros, pero los músicos callejeros en la puerta de la casa, ya no se ven tanto.
Hay gran consumo de confitura, especialmente entre los niños. En los cafés espolvorean de azúcar las tostadas. Como no soy dentista no puedo afirmar que sea ésta la causa de la pérdida de los dientes, muy frecuente entre los jóvenes, así como toda clase de enfermedades dentales. Se ven constantemente personas con la cara atada por padecer de dolores de muelas: la mala dentadura es, en verdad, una enfermedad del país. Tener mala dentadura es muy lamentable, pues los dientes son "útiles y decorativos". Como no es fácil procurarse dientes postizos, en Buenos Aires todo el mundo se entera del defecto. En Londres y París estas cosas pasan inadvertidas.
En la calle las damas no se apoyan en el brazo del caballero, como no sea por la noche. Esto no va con nuestras costumbres. Sin embargo, al anochecer, las damas nos honran aceptando el brazo: entre personas casadas esto es corriente. Los matrimonios ingleses, desafiando las costumbres españolas, caminan los domingos cogidos del brazo por la Alameda. Los caballeros acompañan a las señoras al teatro y a los lugares públicos: las visitas y salidas de compras se hacen en compañía de mujeres. Si alguna dama infringiera esta regla, permitiendo que un caballero la acompañase, quedaría socialmente desprestigiado. Muy otra es la etiqueta británica. En los bailes las mujeres se sientan juntas. Con paso vacilante se aproxima un caballero a solicitar un "vals" o un "minuet".
Los españoles se alaban de la delicadeza y el respeto con que tratan a sus mujeres y, aunque hay muchas costumbres españolas más honradas en teoría que en práctica, ésta es una cuidadosamente cumplida.
Los porteños adoran el baile. En las horas de la noche, hijas, madres y abuelas se entregan a esta diversión con espíritu juvenil. Es un espectáculo edificante la prueba de que la vejez no va siempre acompañada de tristeza. Me ha regocijado ver a padres, madres, hijos e hijas bailando despreocupadamente, como si la vida no tuviera otro objeto que el placer.
Una noche que caminaba por los alrededores de la ciudad, me llamó la atención un baile familiar y miré por la ventana. Las señoras me vieron y el dueño de casa salió a pedirme que entrara, mediante la fórmula española: "La casa es suya". Pareció apenado porque yo no acepté la invitación. Estos bailes de familia son encantadores.
Se dice que la alegría de los franceses les impide envejecer: lo mismo podría decirse de esta gente. En nuestra Inglaterra la educación, el clima y las condiciones sociales tornan a los habitantes muy graves y serios. Nos parece frivolidad lo que otras naciones consideran esencial a la existencia. Sin embargo, no somos tan sombríos como algunos extranjeros pretenden. Amamos y odiamos con la misma intensidad que algunos consideran como peculiar de climas más cálidos.
Algunas danzas son bonitas. Los pasos de los bailes españoles son muy regulares. Las damas se mueven con mucha gracia (en verdad, nunca dejan de ser encantadoras).
El "Cielito" comienza con canciones a las que sigue un chasqueo de dedos; luego tienen lugar las figuras. La contradanza tiene movimientos complicados, que ofrecen dificultades al extranjero; contorsiones de brazos y corridas hacia adelanté y hacia atrás como en el juego de enhebrar la aguja, o como nuestra danza cómica "oca-madre" salvo la parte de los brincos. La contradanza inglesa es más alegre y variada, tanto en la música como en, la figura. El vals tiene gran aceptación no han leído los sermones de nuestros moralistas y se entregan a las volteretas frenéticas de esta danza voluptuosa. El minueto local es lánguido y desairado. El instrumento musical más usado es el piano; toda señorita culta está en la obligación de saberlo tocar. Las he oído interpretar con mucho gusto y destreza. La joven e interesante hija de D. Cornelio Saavedra, doña Dominga, toca con mucha habilidad; con un poco de más estudio seria experta. Esta señorita, de belleza floreciente, posee talentos que, cultivados con esmero, serán adornos de la sociedad. Su padre, D. Cornelio, fue el primer Director de la Provincia después de la revolución y pertenece a una de las familias más antiguas y respetables. Sus modales son muy agradables: físicamente se asemeja a un general inglés. Como tantos otros, ha cambiado la espada por el arado, y reside a 90 millas de la ciudad, en las orillas del Paraná.
Un buen piano cuesta mil pesos: los ingleses compran muchos, y las marcas de Clementi, Stoddart, etc., se encuentran en muchas casas; la señorita Saavedra posee un espléndido Clementi. Los pianos franceses y alemanes no se venden con rapidez. los maestros de música (al nombrarlos recuerdo a Anastasio) encuentran en esta ciudad musical abundante ocasión de ejercer sus habilidades. Una señorita inglesa, Miss Robinson, da lecciones de este celestial arte. El conservatorio instalado en el Consulado atrae la atención de los peatones por los gorjeos femeninos que allí se oyen por la mañana. A la 1 de la tarde, acompañadas de sus mamás y esclavas, con el libro de música bajo el brazo, las pequeñas sirenas se dirigen a sus hogares. Una o dos veces se han efectuado concursos musicales delante de parientes y amigos. Una sociedad musical llamada "La filarmónica" cuenta entre sus socios a criollos y extranjeros conspicuos. Los músicos y cantantes del teatro enseñan sus respectivas artes. Se imparte una enseñanza de alta calidad en una espaciosa sala que fue, en lejanos tiempos, una prisión: "La cuna". Orfeo ha desalojado a los esbirros.
Las madres porteñas cuidan celosamente sus hijas en los lugares públicos y en las calles. Si la madre no puede hacerse presente la tarea es delegada a alguna esclava o sirvienta que recibe órdenes secretas. No obstante... ¿no podría sobornarse a la esclava? Se dice que esto sucede, y que el ardiente amante ha logrado establecer una correspondencia con su amada por medio de la negra mensajera.
Las muchachas casaderas son guardadas con gran severidad -si no con austeridad- por sus madres. Me temo que aquí, como en todas partes, las mujeres se casen sin amor. -"¿Por qué se casó Vd.?" -le preguntó un amigo mío a una señora que parecía desgraciada-. "Para ser libre -exclamó ella- como tantas otras mujeres antes de mi”.
Las mujeres se casan muy jóvenes, a menudo entre los trece y los catorce años. Verdad es que la pubertad es mucho más temprana que en nuestro país, y que sus gracias se marchitan más pronto. Una inglesa de cuarenta años parece tan joven como una criolla de treinta. En Inglaterra encontramos mujeres atractivas y encantadoras de cuarenta años, y aunque no estoy de acuerdo con nuestro soberano en su admiración por "las gordas rubias de 40", sin embargo, he encontrado inglesas de esa edad con encantos más que suficientes para hacer latir nuestros corazones. También he visto en Buenos Aires mujeres cuya belleza parece aumentar con los años, pero esto es raro.
La costumbre de vivir toda la familia en la misma casa nos resulta exótica, y no podemos dejar de imaginar los odios y rencillas que surgirán entre tanta gente. No obstante, la costumbre y una feliz disposición natural, libre de las preocupaciones que se imponen a nuestra consideración en países más populosos, impiden que esto último ocurra. No puedo menos de envidiarles en esto y deseo que sigan viviendo en paz y tranquilidad. Me hago perfecta cuenta del dolor que experimentaría si, teniendo un hijo debiera verlo alejarse del techo paterno.
Los mujeres casadas conservan su nombre de solteras unido al de sus maridos. Los niños usan el apellido paterno. Bautizan a muchos con el nombre del santo que corresponde al día de su nacimiento y, como la Iglesia Romana tiene un santo para cada día del año, las dificultades señaladas por el reverendo Mr. Shandy no existen aquí.
Cualquier clase social puede sacar la grande en la lotería de los nombres. Resulta cómico oír a las negras llamarse entre sí Eugenia, Marcela, Florencia, etc. Algunas hermosas damas llevan los románticos nombres de Rosario, Irene, Magdalena, Victoria, Martina, Fortunata, Celestina, Adriana, etc., mientras otras, no tan afortunadas, deben contentarse con los vulgares nombres de Juana, Tomasa, etc. ¿Pero qué es un nombre? ... Una rosa tendrá el mismo aroma bajo cualquier nombre. Juan es sin duda el más vulgar de los nombres, más vulgar aún que Tomás. Todo el mundo lo emplea cuando ignora
el nombre de alguien. Los extranjeros en Buenos Aires son apodados "don Juan". La costumbre española de usar el nombre de pila en lugar del apellido es muy agradable; como soy muy romántico no es menester que exprese mi admiración por los "don Carlos", "don Enrique", “don Guillermo”, etc., sustitutivos de los vulgares Mr. Smith, Mr. Wilkins, Mt. Tomkins; y doña Clara, doña Dominga, doña Saturnina en lugar de Miss Williams, Miss White o Miss Brown.
Familias muy respetables, no encuentran deshonroso dar piezas en alquiler, tomar lavado y remendar ropa blanca. No consideran inferiores estas ocupaciones, Las esclavas hacen el trabajo pesado. (4) Me sorprendió grandemente, apenas llegado al país, que la esposa de un alcalde me pidiese trabajo de aguja. Creí que la señora bromeaba ¡La esposa de un alcalde, de un magistrado, aceptar costura! Me estremecí ¿Qué pensarían Sir Richard Birmier y otros de Bow Street, Marlborough Street, etc.?
El lavado es caro: de cuatro a diez pesos mensuales según la cantidad de ropa. La esclavitud fue abolida en el año 1810, para los nacidos ese año y los subsiguientes (5). Es conocida la humanidad de los españoles hacia sus esclavos; en Buenos Aires son muy bien tratados. Las mujeres esclavas a menudo ocupan un lugar que más parece de amigas que de esclavas o sirvientas. Acompañan a sus señoras cuando éstas salen de visita, y se sientan en el suelo de la sala para esperarlas presenciando los bailes que a menudo se realizan entre los miembros de la familia. Este roce trae como consecuencia que las muchas esclavas sean corteses y pulidas, imitando a sus superiores. Las he visto bailar el minueto y la contradanza española con mucho
gusto. Los esclavos del sexo masculino son tratados con análoga bondad siempre que lo merezcan: es altamente honroso y estimable encontrar tanta bondad entre los amos. En otros países he visto maltratar bárbaramente a estos infelices -hasta por mis mismos compatriotas-. Nada malo resulta de este trato benévolo: en Buenos Aires los esclavos parecen felices y agradecidos. Por supuesto que no faltan descontentos, pero hablo en general. Una noche -aunque creo que no es costumbre vi esclavas sentadas, tejiendo en la misma habitación de sus señoras y el resto de la familia.
Los esclavos pueden solicitar su papel (vale decir el contrato de venta) y buscar otros amos; en caso de crueldad tienen derecho a elevar una queja al "alcalde". El propietario tiene derecho a hacer azotar sus esclavos cuando se trata de una falta grave. Para las mujeres existen otros castigos.
Los esclavos del sexo masculino no son muy numerosos, porque muchos de ellos se han alistado en el ejército.
Los ingleses prefieren los sirvientes a los esclavos, y han comprado muy pocos. Los negros que sirven a los ingleses han aprendido un poco nuestro idioma, que emplean con orgullo.
Hay numerosos negros norteamericanos en la ciudad y en el puerto, los que pululan en las pulperías. Los negros tienen gran confianza en toda clase de bebedizos para curar las enfermedades: aplican una vaina de alverja para curar el dolor de cabeza, otra para el dolor de muelas, etc, También llevan colgada del cuello una cruz envuelta en una pieza de cuero en la forma de una de esas carteras de tafilete que se venden en Londres; esto es un escapulario.
El orden y la decencia observados en la calle por las clases inferiores es muy notable en comparación con otros países. No se escuchan bromas obscenas y los hombres pueden acompañar a las señoritas por la calle sin temor a ser molestados por la plebe, que muestra hacia los extranjeros un gran respeto.
Es imposible no estimarles por su afabilidad, que vuelve la estadía de un extranjero, exenta de todo cuidado.
La agitación característica de la clase baja inglesa es considerada por algunos como uno de los males de la libertad. Pero no consentiría yo en prescindir de esta libertad si ella es el precio de las buenas maneras. No obstante, me agradaría que los modales de este pueblo fueran imitados. No querría que mis compatriotas fueran serviles -los buenos modales no entraban servilismo-, sino que moderaran las manifestaciones de esa libertad, manifestaciones que a veces rayan en la ferocidad.
La bebida no constituye un vicio en este país; sin embargo, se ven de vez en cuando negros, mozos de cordel, borrachos. Los obreros pasan sus horas de ocio tocando la guitarra: en las noches de verano las puertas y ventanas están abiertas y pueden verse parejas bailando, otras cantando o fumando cigarros. En mi patria, los obreros dan preferencia a las tabernas, en donde pueden, en medio de bebidas y cantos, denigrar a los ministros y a los impuestos, jurando al mismo tiempo ser británicos de pura cepa.
El comportamiento correcto en las calles de Buenos Aires haría pensar a un extranjero que se encuentra en una ciudad de moralidad muy estricta, no se ven aquí mujeres escandalosas que paseen borrachas por las calles, despertando horror y asco. Los enredos amorosos son frecuentes, pero nunca alcanzan mayores proporciones; por otra parte hay más tolerancia por las debilidades femeninas que en nuestra escrupulosa Inglaterra. Muestran más compasión por las adorables pecadoras. No hay aquí trámites judiciales que puedan divertir a un juez malicioso o inflamar los deseos de un jurado.
El país tiene su provisión de mendigos que a veces resultan muy molestos, sitiando los patios, etc. La mejor manera de librarse de, ellos es exclamar: "¡Perdone por Dios!" Esta singular expresión obtiene por lo general el efecto deseado; pero
el "¡Perdone por Dios!" seria poco eficaz -ante la tenacidad de los mendigos europeos.
La operación de "despiojar" -tan común en la vieja España- se continúa aquí, entre ciertas, clases. Es muy desagradable ver dedos femeniles haciendo el oficio de peines.
Solía oponerse gran resistencia a ocupar una casa donde una persona hubiera muerto de fiebre, si antes no era perfectamente aseada.
Siguiendo el plan inglés se ha establecido un banco de ahorros, que dudo prospere en Buenos Aires, pues estos meridionales se cuidan muy poco del futuro. Si la carne costara un real la libra, sus ideas cambiarían bastante; los trabajadores serían más industriosos y no se negarían a trabajar en días de lluvia, como ocurre ahora. El Banco de Ahorro ha reunido, sin embargo, una suma respetable.
Existe mucha propensión al juego en Buenos Aires, pero entre los hombres, únicamente. Los vicios de -las damas elegantes de Londres en este respecto no son imitados por las hermosas habitantes del Río de la Plata. No existen casas destinadas públicamente al juego; el gobierno las ha prohibido: pero ¿quién puede contener al jugador empedernido? Pocas noches después de mí llegada visité una casa de juego y en la mesa se jugaba una partida semejante a las nuestras. Llegó la policía. Creí que todos terminaríamos en la cárcel, según la costumbre inglesa; pero fueron más considerados y sólo arrestaron a los dirigentes: varios ingleses entre ellos. Si se me ha informado correctamente, hay en Buenos Aires individuos que en el manejo de los dados compiten con los caballeros de la parroquia de St. James, lo que pueden atestiguar algunos diputados sudamericanos que residen en Londres. Hasta los chicos de Buenos Aires sienten inclinación por el juego; sobre todo los lecheritos que suelen volver a su casa sin la ganancia del día.
Todas las clases sociales toman baños en verano -especialmente las damas-, siendo una de las diversiones más en boga. Hay cosas que interesarían al extranjero, pues no hay aquí las casillas de Ramsgate, Margate o Brighton para proteger a las señoras de los ojos que las miran en éxtasis. Usan trajes de baño, y son muy diestras en el arte de vestirse y desvestirse.
Se bañan frente a la ciudad acompañadas de sus esclavas. A veces he sonreído viéndolas juguetear en el agua, con el cabello suelto, cual un grupo de sirenas a las cuales sólo faltara el peine y el espejo para ser perfectas. Al oscurecer las escenas continúan, y al no sentirse expuestas a las miradas masculinas dan rienda suelta a su alegría y travesura.
Se encienden tantas linternas que a uno le parece hallarse en una fiesta china.
Sería menester construir casillas, porque se debe caminar cerca de un cuarto de milla para llegar a lo profundo del agua. Excepto en algunas partes, el suelo es pedregoso y desagradable. Es un sitio muy molesto para bañarse. Algunos extranjeros, "soi-disant" recatados, han censurado la costumbre femenina de bañarse en esa forma, calificándola de indecente. Esta afirmación carece de toda exactitud. Desde hace largo tiempo se practica esta costumbre, y tal es el decoro usado que una casilla de baño añadiría poca respetabilidad a la escena. Entre las mujeres de clase baja ocurren a veces hechos grotescos (bañarse con un cigarro en la boca por ejemplo). Se usan a veces sombrillas para protegerse del sol. Ningún caballero respetable se aproxima al lugar ocupado por las bañistas.
(1) Los países extranjeros aprecian debidamente este valioso descubrimiento. Tan sólo en Inglaterra, la patria de Jenner, hay personas -supongo que muy pocas- que se obstinan en negar la eficacia del tratamiento. "No hay profeta en su tierra".
(2) Célebre entre las bellezas rubias de Buenos Aires, es la señorita doña Segunda Iglesias. Esta niña -aún no tiene 16 años- es una perfecta Hebe. Doña Isaaca, su hermana, dos años menor, forma un contraste encantador con la rubia Segunda.
Otra niña hermosa y elegante, a quien los ingleses llamamos "la marquesa" por su parecido con la marquesa de Hertfort, despierta gran admiración. Esta joven siente pasión por la música en el teatro, cuando la orquesta interpreta uno de sus trozos predilectos, su animado rostro evidencia la emoción que le inspira el divino arte.
(3) Encontré una vez en París a un francés conocido mío. Tenía este hombre un empleo en Las Tullerías, y al felicitarlo me dijo que todo andaba bien, menos el negocio de los sombreros. Al pedirle explicación me contestó que siendo empleado público, debía quitarse el sombrero tan a menudo que esta prenda le venía a costar £30 anuales.
(4) Las lavanderas de Buenos Aires presentan un aspecto singular al extranjero. Cumplen su cometido junto al río, y este ejército de jaboneras se extiende hasta cerca de dos millas: todo el lavado de la ciudad lo hacen aquí las esclavas negras y sirvientas. A una gran distancia sobre el agua semejan la resaca espumosa. Lavan bien, colocando la ropa sobre el suelo para secarla. Las ladronas son castigadas con zambullidas. Una boda u otra ceremonia jubilosa es celebrada con magnificencia africana. Forman pabellones de ropa blanca y la heroína pasa debajo de ellos; llevan bastones con trapos rojos a guisa de banderas, hacen ruidos con tambores y cacerolas; bailan sólo como en Guinea y Mozambique, según presumo; la música consiste en cantos y golpeteos de manos, siguen tempestades de aplausos jamás alcanzadas por Parigot y Angiolini. Las diversiones terminan en gritería general. Es peculiar la forma en que se conservan sus hábitos africanos. Si se aproxima una tormenta la confusión alcanza un grado culminante, se produce el caos y las mujeres se desbandan en todas direcciones para salvar sus ropas de la despiadada tormenta.
(5) Oí en cierta ocasión a un joven lamentarse haber nacido un día antes de la promulgación del decreto aboliendo la esclavitud. "Si hubiese nacido un día después sería un hombre feliz y no un esclavo" –decía.
Capítulo V
La moda masculina y la femenina. - Medios de locomoción. - Los coches de viaje. - El apero de montar. - Las carretas. - Los caballos. - Deportes y diversiones. - El manejo del lazo. - La feria de la Recoleta. - El carnaval. - Aprovisionamiento. - La carne. - Las aves. - El asado. - El pan. - Los vinos. - Legumbres y frutas. - La matanza de perros. - Fauna de la campaña.

os caballeros porteños se visten a la moda inglesa pero no nos han imitado en la de adoptar los sacos sin cola franceses, usados solamente por porteros y pescadores cuando yo vivía en Inglaterra.
Durante la canícula se usan sacos pantalones de géneros livianos y sombreros de paja, generalmente unos de forma muy singular fabricados en Chile. No es bien visto el uso del saco en los teatros y reuniones. De noviembre a marzo las ropas ligeras son agradables, a no ser en los días frescos.
En Inglaterra se reirían de la indumentaria de los niños porteños; llevan sacos largos, capotes, grandes sombreros, pantalones a lo Wellington y botas. Todo esto, a niños de 8 a 9 años de edad, los convierte en liliputienses. El traje de las mujeres de Buenos Aires incluye cuanto de encantador tiene la indumentaria femenina. El vestido de calle es muy agradable e igual al vestido de baile en Inglaterra. Predomina el color blanco. El talle no es tan corto como en Francia ni tan largo como en Inglaterra. Llevan chales de todas formas; algunos sirven de velo y de chal, cubriendo el seno y cayendo vaporosamente por detrás de la cabeza: el rostro nunca se cubre.
Cuando hay buen tiempo se quitan el chal de la cabeza y pasean por las calles, conscientes de su belleza, sin prestar atención a los ojos deslumbrados que, contra la voluntad de sus poseedores, se vuelven a mirarlas cual si fueran seres de otro planeta. Muchas veces hice esto, siéndome imposible desviar los ojos hasta que la distancia o el miedo de llamar la atención me obligaron a ello. Algunas hermosas provocativas llevan la falda y la enagua tan cortas que exponen una parte del tobillo y de la pierna, aumentando nuestra tentación. Los cuerpos de estas bellas son la simetría misma.
Tan grande es la coquetería de las damas porteñas que, para aumentar la belleza de sus pies y tobillos, usan zapatos muy estrechos y su paso, a menudo tambaleante, evidencia la gran molestia con que pagan esta vanidad.
El traje de baile es muy semejante al de teatro, si bien menos sencillo, pero algunas niñas "no han menester otros diamantes que sus propios ojos". Algunas damas cambian de vestido tres o cuatro veces al día.
Se presta mucha atención al cabello, que se deja crecer muy largo, sosteniéndolo con una peineta por detrás y formando bucles por delante. únicamente las ancianas llevan gorras o capotas. Las señoras maduras arreglan sus rizos blancos y usan el velo en forma análoga a las jóvenes. No emplean polvos ni otros artificios para disimular su edad. En sociedad son desenvueltas, habladoras y muy alegres. Es interesante observarlas cuando se dirigen a la iglesia vestidas de negro. Visitan constantemente la iglesia - ¡marchitos restos de lo que quizá fue una vez tan bello!
El vestido negro que usan las señoras para ir a la iglesia y que yo tanto admiro, es una antigua indumentaria española: la basquiña.
No se lleva luto tanto tiempo como en Inglaterra, jóvenes y hermosas viudas no necesitan afearse con esas gorras fúnebres que se usan en mi patria.
Tanto me encanta la indumentaria de las damas criollas que estoy sospechando que mi antipatía hacia la gorra y el sombrero ingleses es un prejuicio. Si la Providencia me permitiese volver a Inglaterra encontraría nuevamente agradables esos tocados. En Buenos Aires me resultan odiosos: en mi patria son más apropiados, por razones de clima.
Nunca falta un abanico en manos de las damas, sea en el teatro, sea en la calle, en el baile o en el salón; la manera de manejarlo es singular y graciosa. Los abanicos son caros; he visto pagar $ 60 ó 70 por uno. Los franceses envían muchos, provistos de todas esas chucherías que constituyen su especialidad.
Los vestidos de las niñas son tan bonitos como los de las mujeres; hay poca diferencia entre ambas blusa de mangas cortas, cabello rizado y abanico. Pasan por la calle con aire muy importante: sus madres en miniatura.
Los niños de Buenos Aires son hermosos; algunas chiquillas son perfectos serafines, que se adelantan rápidamente a reemplazar a aquellas cuyos encantos constituyen hoy nuestra admiración. A veces contemplo a estas criaturas con una emoción de carácter melancólico, pensando que dentro de muy pocos años sustituirán a las jóvenes que hoy resplandecen de belleza. . . para ser sustituidas a su vez por otras y otras generaciones. ¿Quién puede apreciar la vida cuando el sueño de nuestra felicidad es tan breve y la fugacidad de los años venideros arroja su sombra sobre nuestras ardientes imaginaciones juveniles?
Las mujeres son muy hacendosas y hacen no solamente sus vestidos sino también -según me han dicho- los zapatos de seda que llevan puestos: una dama inglesa no sabría qué hacer sin su modista. Una de éstas obtendría éxito aquí, siquiera fuera en razón de la novedad.
El número de carruajes o coches aumenta pero, por ahora, se ven muy pocos. El carricoche es muy usado; tiene dos caballos o mulas con un postillón, y en la forma se parece mucho a nuestros carros de panadero. Los pasajeros se sientan a ambos lados.
Algunos comerciantes ingleses y criollos poseen coches de estilo inglés, pero la condición de los caminos y las calles no les permite lucirse mucho. Un inglés, Morris, tiene un próspero negocio como fabricante de coches, y no hay otro en la ciudad.
Los coches de viaje que llevan las familias a sus estancias, sitas a cientos de millas, son vehículos pesados e incómodos, construidos según el antiguo estilo español. Una familia que parte para el campo es un espectáculo curioso; las mulas y carros siguen con el equipaje, y los numerosos jinetes -esclavos y sirvientes- emponchados y con pequeños sombreros sucios, que acompañan al carruaje donde van las señoras y las esclavas, dan la impresión de una turba de bandoleros custodiando su presa.
Un caballero que viaja, lleva botas sucias de cuero blanco, grandes espuelas, poncho, sombrero gacho, pistolas, espada, daga y cuchillo. Parece un jefe de ladrones, otro Rugantino; por lo general va acompañado de uno o dos esclavos.
En el camino hay postas; las del camino a Chile son muy regulares, hay relevo constante de caballos y no faltan guías. Pero en muchos casos las personas acompañan a caballo por el placer de andar. El viaje a los Andes se hace en 14 días. Tres semanas son menester para cruzar las montañas y llegar a Santiago de Chile desde Buenos Aires, siempre que se marche al galope. Los coches son caros y lentos, pero ahorran muchas penurias.
En Europa hay quienes creen que para hacerse de caballos en América del Sur basta con, atraparlos. Pero en Buenos Aires no sucede esto: todos los animales tienen dueño.
El precio de los caballos varía entre trece y cien pesos de acuerdo a su calidad; un buen caballo puede obtenerse por diez y siete pesos. El término medio de altura de los caballos es de doce a trece pies. La cola es por lo general larga. Son muy resistentes. El paso normal es en ellos el galope largo o corto; el trote, paso natural del caballo, no es corriente aquí, pero debemos excluir los caballos de tiro. Hay algunos hermosos equinos en Buenos Aires que serán admirados por quienes no conozcan los caballos de caza o de tiro pesado europeos. Ningún criollo cree que puedan venderse caballos en Inglaterra a dos, tres, cuatro y cinco mil guineas.(1)
Si bien estos animales son baratos, su alquiler es elevado: de doce a diez y siete pesos por mes. El heno no es muy usado; todas las mañanas pasan carros con pasto verde por la ciudad, vendiendo su mercancía.
Los establos no tienen las comodidades de los nuestros: Los caballos descansan bajo un cobertizo o al aire libre; la benignidad del clima no exige más cuidados. Los caballos empleados en la Aduana en faenas penosas trabajan tanto como los caballos ingleses de posta o de alquiler.
Las monturas inglesas están de moda. El recado, o montura del país, es bastante aceptable, y está hecho en tal forma que sirve de montura y de cama en los viajes largos. Las riendas y freno españoles son preferidos tanto por los ingleses como por los nativos. La costumbre española de llevar los estribos largos ha sido generalmente adoptada, y me parece mucho más elegante que la nuestra. Los estribos y espuelas de plata no se usan tanto como antes. Hubo tiempos en que los robos de caballos, riendas y monturas eran muy frecuentes, en las calles, pero la vigilancia de la policía ha dado fin a estas irregularidades. Todo caballo tiene una marca de fuego que indica su procedencia.
Las damas también montan, pero ni su atavío ni su estilo de cabalgar puede competir con la destreza graciosa de las amazonas inglesas. Los paisanos galopan millas llevando en el estribo tan sólo un dedo del pie. Hay costumbre de atar las patas delanteras de los caballos en la calle, para evitar que se escapen. En la ciudad no se permite galopar.
Las carretas del campo son techadas con cueros, y tienen grandes ruedas que chirrían al andar, sin que nadie se tome la molestia de engrasarlas. Familias enteras y grupos de amigos realizan grandes viajes de semanas y meses en carretas tiradas por bueyes, durmiendo en ellas. Seis u ocho bueyes que marchan en parejas, uncidos por el yugo, tiran la carreta. Son azuzados con palos provistos de un clavo en la punta (picanas) : los carreteros llevan una vara que parece de plomo, semejante a los bastones de nuestros policías con la cual golpean en los cuernos a los pobres animales. Se echa aquí de menos una Sociedad Protectora de Animales. Los bueyes, constantemente aguijoneados, han adquirido la mala costumbre de dar patadas. No conociendo tal hábito recibí cierta vez un regalo de esta naturaleza, por lo cual, a partir de entonces, me mantengo a una prudente distancia de las carretas.
* * *
Cerca de la Recoleta hay un camino bastante aceptable donde cuando el tiempo lo permite, se realizan carreras de caballos. Los criollos montan en pelo, y los caballos son muy briosos. Algunas veces organiza la colectividad inglesa una carrera en la cual intervienen jinetes criollos.
Los deportes náuticos no gozan de popularidad. Los habitantes no demuestran afición por las pequeñas embarcaciones a vela ni por las regatas y el remo. El aspecto poco atractivo del río determina, en parte, esta indiferencia.
En algunos sectores populares existe una decidida afición por las riñas de gallos, y se llegan a pagar 30 ó 40 pesos por un gallo inglés de riña. Los marineros que trajeron estos animales han hecho una venta beneficiosa. Los gallos de riña del país son buenos, aunque inferiores en fuerza y coraje a los ingleses.
Los galgos y mastines obtendrían muy baja cotización en el mercado, pues ni el clima ni el terreno son apropiados para la caza. Mis compatriotas amantes de la caza del zorro no encontrarían su elemento aquí porque no hay zorros, pero sí muchos venados. En cuanto a los deportes atléticos, son patrimonio de países capaces de estimarles.
Los aficionados a la caza con escopeta se encontrarían en su elemento. Hay tantos pájaros como para hacer desaparecer el encanto de la caza. A poca distancia de la ciudad se encuentran lagunas pobladas de patos silvestres, gansos, cisnes, etc. En invierno y en otras épocas vuelan sobre la ciudad y descienden junto a la playa. Los cisnes de cuello negro son hermosos animales. El pato silvestre constituye un manjar mucho más apetitoso que el pato doméstico, y se vende mucho en el mercado. Las perdices son de mayor tamaño que las nuestras, pero se echan de menos los faisanes.
Los ingleses vestidos a la usanza británica, con chaqueta fusil y la jauría detrás, dan una nota típica que recuerda a los cazadores de Gloucestershire y Norfolk.También los franceses gustan de la caza; llevan chaqueta, gorra, y marchan a pie según costumbre de su patria. He observado que tan sólo a lo extranjeros les gusta este deporte. Únicamente algunos individuos de clase baja del país se entretienen, a veces, disparando contra las gaviotas que pululan en la playa.
La pesca como deporte, resulta sumamente molesta en este terreno, y el pescado que se obtiene, con raras excepciones, merece ocasionar tanto inconveniente. La pesca general se hace a caballo. Se atan dos caballos, uno a cada extremo de la red sobre cada uno de ellos va un hombre de pie, a la manera de los jinetes de Astley. Avanzan tanto dentro del río que los caballos se ven forzados a nadar, y uno podría imaginarse que el pescador va a caer al agua. La red se arrastra luego hacia la costa, seleccionándose los pescados comestibles. El resto se tira. No se pesca en botes. Los marineros de las embarcaciones que atraviesan la rada exterior, obtienen grandes cantidad, de pescado, desdichadamente no de muy buena calidad. Predominan los bagres.
El deporte predilecto en el país es el de tirar el lazo, y 1os criollos lo arrojan con gran maestría. Un jinete con un lazo en la mano cabalga entre el ganado y enlaza el animal que desea; generalmente les basta arrojar la cuerda una vez para atrapar su presa: desde niños se adiestran en manejarlo y un arma formidable contra un enemigo que huye. Se efectúa una feria anual en un espacio libre situado frente a la Iglesia de la Recoleta, a dos millas del Fuerte, una milla al norte de la ciudad. Comienza el 12 de octubre, día de la natividad de Nuestra Señora del Pilar, y dura una semana. Hay pocos juegos: unos pocos puestos para comer y beber, hamacas, dos o tres payasos sin gracia que andan de aquí para allá y una banda militar. Las banderas de Gran Bretaña y Estados Unidos son izadas en las barracas y lugares de esparcimiento cuyos dueños son ingleses o americanos. Por la noche los paisanos bailan hasta muy tarde en las barracas, y se pueden estudiar sus movimientos. He caminado entre ellos y tanto los gauchos como sus mujeres se portaron con gran amabilidad, ofreciéndome asiento e invitándome a bailar. La música es ejecutada por guitarras, con el usual acompañamiento de cantos y castañeteos de dedos durante el baile. En las noches templadas concurre público elegante, entre el cual se destacan las bellas de la ciudad, pero el tiempo, próximo al equinoccio, es por lo general inestable. En 1822 la feria fue interrumpida por una gran tormenta que dio en tierra con barracas, banderas y tablados; cientos de personas se refugiaron en la Iglesia. En el teatro (donde me guarecí durante la tormenta) el polvo era tan espeso que oscurecía el escenario. El granizo y la polvareda golpeando paredes y ventanas producían el efecto de un diluvio de perdigones.
En lo concerniente a juegos, la feria de la Recoleta del año 1824 fue muy poco brillante. Sin embargo, se vio bastante concurrida: las elegantes damas de Buenos Aires se presentaron con sus mejores atavíos, y las osadas mulatas, con medias de seda, trajes blancos y velos, parecían decididas a rivalizar con las hermosas de las clases superiores. Como de costumbre, los inconvenientes del equinoccio se hicieron sentir. (2)
Llegado el carnaval, se pone en práctica una desagradable costumbre en vez de música, disfraces y bailes, la gente se divierte arrojando cubos y baldes de agua desde los balcones y ventanas a los transeúntes, y persiguiéndose unos a otros de casa en casa. Se emplean huevos vaciados y llenos de agua que se venden en las calles. A la salida del teatro en Carnaval, el público es saludado por una lluvia de esos huevos. Las fiestas duran tres días y mucha gente abandona la ciudad en este tiempo, pues es casi imposible caminar por las calles sin recibir un baño las damas no encuentran misericordia, y tampoco la merecen, pues toman una activa participación en el juego. Más de una vez, al pasar frente a un grupo de ellas, he recibido un huevo de agua en el medio del pecho. Quienes por sus ocupaciones deben transitar por la calle salen resignados a soportar el baño. También se divierten los extranjeros. Un armador inglés, recién llegado, fue saludado con un cubo de agua. No teniendo noticias de la costumbre, el hombre recogió unos ladrillos y juró que no dejaría un vidrio sano en la casa. Fue difícil apaciguarle. Muchas personas se han enfermado gravemente de resultas de este juego. Los diarios y la policía han tratado de reprimir estos excesos sin obtener mayores éxitos. No obstante, el entusiasmo es algo menor. Se dice que es una vieja práctica del país, y, como otros absurdos, morirá de muerte natural. Las damas abandonarían este juego si supieran cuán poco se aviene con el carácter femenino.
En 1825, el gobierno, con motivo de las victorias del Perú, decidió dedicar los tres días de Carnaval a regocijos públicos. Circularon programas en que se pedía a padres y cabezas de familia que asistieran, y prohibiesen los juegos de agua, llamándolos "vergüenza de un pueblo civilizado". El pedido tuvo, en cierta medida, el efecto deseado; pero por la noche la gente no pudo prescindir de su diversión favorita, mojando a los transeúntes con agua, sobre todo en la Plaza, donde jóvenes traviesas me obsequiaron con estas singulares demostraciones de júbilo. Día llegará en que el buen sentido del pueblo ha de comprender el absurdo de esta costumbre, de la misma manera que ha ocurrido con otras prácticas antiguas, tales como las funciones musicales de la cuaresma -un triunfo de la razón sobre la gazmoñería clerical.
* * *
El Mercado nuevo, en el centro de la ciudad, está convenientemente surtido; grupos de soldados, estacionados alrededor, mantienen el orden. La carne de vaca se vende a tres reales la arroba; el cordero o la oveja entera a seis reales; no se permite sacrificar terneras, y el cerdo es tan malo que pocas veces puede comerse. Los pavos cuestan de cinco a siete reales; los pollos y patos tres reales y medio; las perdices y palomas se venden a un real y medio la yunta; el precio de los gansos es barato: tres reales cada uno. Los vegetales son carísimos: un real las coles; zanahorias, arvejas, coliflores, espinacas, etc., se venden en la misma proporción.
Aunque los artículos de primera necesidad son baratos, el gasto de cocina les vuelve tan costosos como en Inglaterra. El carbón, importado de Gran Bretaña, se vende bastante caro.
La carne de vaca es buena, pero inferior a la nuestra, y la manera de prepararla le confiere un sabor semejante al del carbón y leña, bastante insípido por cierto. No les pasa por las mientes que pueda usarse un espetón. Mr. Booth, un inglés dueño de un almacén, es celebrado por sus almuerzos al estilo inglés.
La carne no se conserva en buen estado durante el verano y las reses deben ser carneadas el mismo día en que se consumen; en invierno se carnean la noche anterior. En Inglaterra se dejan pasar dos o tres días para que la carne se vuelva más tierna; aquí se emplea el procedimiento contrario -según me dicen- pues como no he sido dueño de casa no tengo experiencia de estas cosas.
La carne de cordero no es buena: se asegura que en algunas estancias la hay de mejor calidad, pero no he tenido la suerte de comprobar esta afirmación. Los criollos no aprecian esta clase de carne; tan poco valían las ovejas que se las mataba para usarlas como combustible en los hornos de ladrillo. Pero ya no sucede tal cosa, pues el número de estancias provistas de buen ganado lanar aumenta día a día, y se envían muchas majadas al interior para la venta. Mr. Halsey, un caballero americano, se dedica a estas faenas.
Las aves no son de buena calidad; por lo general, pequeñas y de carne correosa. Una buena volatería exige que haya personas encargadas de engordar las aves, o, en su defecto, granjas dedicadas a esta especialidad. Los patos son mejores; los pavos tienen gran tamaño y cuando se les ha cuidado bien son tiernos: los gansos muy inferiores. El alimento de casi todas las aves es carne de vaca, por la cual parecen sentir mucha inclinación. He observado que cuando se ofrece a los pavos carne de vaca y trigo, prefieren la primera. En un lugar donde tantos animales se alimentan de carne de vaca es lógico que el cerdo obtenga su parte. Este derroche seria codiciado por los pobres de la populosa Europa. Tan famoso es el país por su ganado vacuno como el Cabo de Buena Esperanza por su ganado lanar. Un buey sin cuero cuesta actualmente $ 8; hubo épocas en que se compraba por diez reales. El cuero se vende a $ 6. Algunas estancias poseen de cuarenta a cincuenta mil cabezas de ganado.
Una ordenanza prohíbe vender la carne de vaca a más de tres reales la arroba. En el año 1823 hubo una gran sequía y murieron miles de animales. La venta de carne disminuyó mucho, apenas podía conseguirse un poco, y ese poco era muy malo, pues el ganado que se enviaba al mercado representaba una gran pérdida para los estancieros. La ineficacia de un precio fijo en un régimen de libre competencia fue plenamente probada.
Cuando se ponía carne a la venta había lucha entre los esclavos y sirvientes de distintas familias. Los pobres soportaron las privaciones con resignación (el pueblo inglés hubiese demostrado más descontento).
Además del mercado principal, hay algunos otros en diferentes partes de la ciudad; también se vende la carne en carros que se detienen en cercados y terrenos baldíos, constituyendo carnicerías ambulantes. La carne se corta en el suelo y la simple vista de tal operación, tan diferente a los higiénicos hábitos de las carnicerías inglesas, hasta para chocar a un extranjero. La carne salada o "corned beef" puede obtenerse buena en invierno, aunque muy inferior a la inglesa. Es un plato que solamente se encuentra en las mesas inglesas y americanas; los criollos dicen no gustar de él, si bien les he visto comerlo con muestras de gran satisfacción.
El "beef-steak" es un plato tan inglés que conserva su nombre original en todos los idiomas. Se le puede encargar en los cafés pero, como el "biftec" francés, no vale gran cosa.
Los gauchos de la campaña se alimentan de carne: el pan es para ellos un lujo. Como, no tienen hornos se ven obligados a asar la carne en estacas clavadas en el suelo. Me agradaría que hiciesen lo mismo en Buenos Aires: comería yo la carne entonces con más apetito. El verdadero "roast-beef" es el que aderezan estos gauchos.(3)
La carne con cuero y el matambre son apreciados aquí por muchos (entre los cuales no me cuento).
Me gustarían las salsas si no fuera por el horrendo ajo con que son aderezadas.
En los almacenes pueden obtenerse buenos jamones ingleses, queso, papas, etc.; los dos primeros a cuatro reales la libra, el último artículo a un real; los impuestos son más bien altos. La botella de cerveza cuesta cuatro reales; también se puede obtener a veces cerveza en barriles. Los artículos de esta clase son casi todos de origen inglés. El viaje es tan largo que no es posible que lleguen nuestros sabrosos quesos ingleses. El queso "Penco", procedente del distrito chileno que lleva su nombre, es bastante parecido a nuestro queso de postre.
El pan es caro: dos panes pequeños (apenas más grandes que nuestros bollos franceses) se venden a un medio real. De acuerdo con la calidad de la harina, disminuyen de tamaño. El pan de harina norteamericana es el mejor. Por el momento dependen de la importación extranjera y los norteamericanos han retirado grandes sumas de dinero. El trigo del país, por alguna causa insólita -falta de cuidados o cosechas deficientes- no llega a satisfacer la demanda. Suelen moler el trigo en las panaderías, que por una ley reciente deben instalarse fuera de la ciudad. En la tarea de moler el grano se emplean mulas.
Los criollos no muestran mucha afición por el té, si bien la muestran más que anteriormente. En las casas inglesas es un artículo de primera necesidad; se vende a un peso o peso y medio la libra. El café cuesta tres reales y medio la libra. El azúcar en terrones es malo y escaso; se usa el de La Habana y el del Brasil. El chocolate se vende a dos y medio o tres reales la libra.
En realidad la vida en Buenos Aires es más cara y menos cómoda que en Inglaterra.
Hay aquí vinos de todas clases, "desde el humilde oporto hasta el imperial Tokay", pero de calidad mediana. Oporto y Madeira se venden a un peso la botella. El champagne cuesta $ 1.50. Hay un vasto surtido de vinos franceses y españoles. El vino más corriente es el vino de Cataluña o, como se dice, vino Carlón, comprado a dos o tres reales la botella y que está muy lejos de ser desagradable. La producción nacional es escasa- el vino de Mendoza es dulce y sabe como nuestros vinos caseros. La cerveza es un lujo. La cerveza embotellada no tiene el sabor que posee la cerveza de los barriles de Londres. El Brandy, la ginebra y el ron son abundantes. El último llega del Brasil, La Habana y la Isla de Francia. El ron viejo de jamaica es difícil de conseguir. La caña, una especie de brandy blanco procedente de La Habana, el Brasil y España que llaman "aguardiente español", es muy bebida y entona el ánimo.
A mi modo de ver, las legumbres de este país dejan mucho que desear. Se extraña aquí el delicioso sabor de los repollos, espárragos y lentejas ingleses. Pero puede procurarse una buena ensalada de pepinos y cebollas. Los nabos son malos y escasos, el maíz es abundante.
Las papas inglesas son muy buscadas: los marineros traen muchas (4) y tan ansiosos se muestran los comerciantes por adquirirlas que una vez llegaron a pelearse, debiendo ir con la querella al Consulado, quien se habrá formado una opinión muy extraña de los comerciantes ingleses.
Todos los esfuerzos hechos para aclimatar papas en este país han fallado: siempre crecen pequeñas e insípidas. Un inglés, Mr. Billinghurst, se ha afanado durante varios años por obtener el cultivo, sin alcanzar éxito. Las papas de Montevideo son algo mejores. En el Perú son tan buenas o mejores que las papas de Inglaterra, pero nuestras islas son su verdadera patria.
Los duraznos que se venden de enero a marzo son excelentes y se consumen mucho, pues les consideran salutíferos; se venden en todas partes -mercados, almacenes y calles-. Por un medio real (equivale a tres peniques) pueden comprarse de 8 a 10. Las fresas, manzanas, peras, cerezas, etc., no son muy notables. Las uvas no son malas. Las naranjas no producen bien en este clima y los limones son muy inferiores. Las frambuesas, grosellas y ciruelas no se conocen más que de nombre. ¿Con qué pueden compensar estas tierras las frambuesas, grosellas, fresas, cerezas, manzanas, peras y ciruelas de otros climas? No crean los viajeros las propagandas que se hacen en Europa: no encontrarán aquí campos y árboles rebosantes de fruta, que invita a la mano para que los alivie de su peso. Aparte de las mencionadas, este país produce muy escasas variantes en vegetales y especies de ganado, constituyendo éste un problema para los residentes extranjeros que desean enviar un regalo a sus parientes europeos. La cantidad de ganado existente en las pampas es inmensa; podemos alcanzar una idea aproximada de ellos por los promedios que se establecen anualmente: en un año fueron exportados más de un millón de cueros de vaca y buey. Las mulas son baratas y numerosas; cuestan de dos a cuatro pesos cada una. Se exportan en reducida escala, a la Isla de Francia y a las Islas Occidentales. El gasto de manutención y cuidados encarece el costo del flete, lo cual, unido a los muchos animales que mueren durante el viaje, hace que las ganancias se reduzcan considerablemente. Los dueños de barcos han comprendido, por lo tanto, que las molestias ocasionadas por tales compañeros de viaje no son recompensadas como debieran. Gran número de tigres hay en el país, especialmente entre las islas del río Paraná. No tienen estos felinos la fuerza ni la terrible fiereza de los tigres de la India; guardan más semejanza con los leopardos y algunos que he visto no eran mayores que un perro ovejero. Pueden, sin embargo, atacar a personas, y sé de varios hombres que han sido devorados. Los gatos monteses son abundantísimos.
Pululan cantidad de perros en Buenos Aires, todos de muy escaso valor. Un bulldog inglés destrozaría a cincuenta de éstos. Existe la abominable costumbre de enviar a criminales armados de machetes y bajo custodia a matar perros callejeros. Los cadáveres abandonados se pudren en las calles. Muchos falderos han sido muertos por equivocación. Deberían inventar un método más humano de reducir el número de perros; esta cruel y desagradable costumbre es cada vez menos frecuente. La hidrofobia es conocida solamente de nombre; al menos no recuerdo haber oído de ningún accidente de esta clase.
Entre los animales pequeños de la campaña, es muy apreciada la nutria por su piel, que constituye un valioso artículo de exportación. Son muy semejantes a las ratas, aunque de mayor tamaño, y con los dientes delanteros fuera: pero son completamente inofensivas.
El armadillo es una especie de erizo sin púas y los criollos lo comen.
Hay aquí también la vizcacha, especie de tejón suramericano, y otro pequeño animal, semejante a la comadreja, que, domesticado, vive en las casas.
Las ratas y las hormigas son unas de las molestias de estos parajes. Hay verdaderos enjambres. Las ratas inglesas son tan feroces que no vacilan en hacer frente en caso de cortárseles la retirada; las ratas de Buenos Aires son más educadas.
En noches de verano pueden verse luciérnagas en el aire. No siendo éste un país boscoso las aves son muy poco variadas; se ven canarios, cardenales, gorriones, lechuzas, etc.
Cerca del Paraguay, y en otras regiones de bosques, hay pájaros hermosos, como el loro y el papagayo. Estos últimos abundan también en Entre Ríos, en la, orilla oriental del Paraná.(5)
En las pampas hay gran número de avestruces.
El bonito y menudo picaflor hace a veces aparición entre las flores. He intentado cogerle, sin obtener resultado.
En el verano de 1824 a 1825 padeció esta región de América del Sur una seria invasión de langosta. Los habitantes más viejos no recordaban haber visto una cosa semejante. Se oscureció el cielo y la tierra fue cubierta de millones de estos insectos. Los trajo un viento norte procedente del Paraná, cual si se tratara de una tormenta de nieve. Los árboles, las plantas, etc., padecieron terribles consecuencias. Los habitantes creen que tocando campanas y agitando cencerros y produciendo otros ruidos semejantes espantarán a las langostas. El viento del este, la lluvia y el frío son, según creo, las únicas cosas que pueden exterminarlas.
Los meses de diciembre de 1824 y enero de 1825 fueron nublados y secos, con un constante viento norte. La sequía ocasionó pérdidas de ganado.
Los hongos y los berros, no muy abundantes, se encuentran en las proximidades de la ensenada. Abundan también allí las sanguijuelas, que los médicos pagan muy bien.
Las flores son muy inferiores a las que adornan las Islas Británicas: no se ven aquí las primaveras, la rosa musgosa y tantas otras que desparraman su belleza y fragancia en nuestra patria.
(1) Despertó gran curiosidad el arribo del bergantín Roda, procedente de Londres, trayendo tres caballos ingleses de tiro y una yegua enviados al Sr. Rivadavia como regalo para el gobierno. Los animales desembarcaron en buen estado, a pesar de haber permanecido trece semanas encerrados en la bodega del barco. Su gran tamaño y fuerza muscular despertaron la admiración general. ¿Qué pensarían los vecinos de Buenos Aires si pudieran ver la caballería pesada de nuestros regimientos de guardia y los caballos que tiran carros de cervecero y de carbón? Un peón inglés condujo los animales a sus establos y un público numeroso se congregó para curiosear.
Mucho temo que las esperanzas de mejorar la raza equina, mezclándola con la sangre de caballos ingleses, no se realice, porque, pese al alabado clima y los pastos, estoy persuadido de que nuestros caballos no estarían a gusto, acostumbrados como están a las siempre verdes praderas inglesas. Les será imposible habituarse a la larga sequía y el calor de este país. Los porteños están orgullosos de su ganado, y si le prestaran más atención, éste sería, en verdad, excelente pero tratan a los caballos como los esquimales tratan a sus perros. Los establos confortables y los buenos cuidados son desconocidos aquí. Los caballos son tan abundantes y baratos que se les estima poco. Algunos caballos de sangre, enviados a Mr. Robertson desde Inglaterra, perecieron durante el viaje, de haber llegado los criollos habrían visto caballos ingleses de caza y de tiro. Los compatriotas que viven en Buenos Aires contemplan con mucho placer los caballos de su país; al pasar por las playas, los animales despiertan la admiración de los marineros, que comentan su noble aspecto.
En el Roda llegó también cierta cantidad de ovejas de raza "Merino".
El segundo día de la feria sopló un ventarrón, con la consecuencia de que el bergantín de guerra Plover naufragó entre la rada exterior y la interior, pereciendo cinco de sus tripulantes. Se hizo una colecta a favor de las familias de las víctimas, recogiéndose $500. Mr. Pousset, el vice-cónsul, se ofreció generosamente para tramitar el caritativo acto.
(3) Estos gauchos son gentes muy raras: llevan el cabello largo y trenzado, como los chinos. Entre otras singularidades de su indumentaria está la de atarse pañuelos bajo la barbilla que cuelgan sueltos por detrás. Sentados en el pasto, alrededor de una hoguera, recuerdan a las brujas de Macbetb.
(4) Los marineros están autorizados a traficar dentro de ciertos límites, y sus artículos más cotizados son papas y gallos de riña. Estos marineros son verdaderos baratilleros.
(5) Los loros traídos de Brasil, Paraguay, etc., a Buenos Aires son idénticos a los que vemos en Inglaterra y parlotean en la misma forma. Aquí se les oye decir: -"Lorito real; para España y no para Portugal"- "¿Es casada?" "¡Ay Jesús!"

Capítulo VI
Población. - Exportación e Importación. - Política económica del Paraguay. - El dictador Francia. - Los impuestos en Buenos Aires. - Casas de comercio. - Una colonia en las Malvinas. - Moneda. - Emisión de papel. - El Banco de Buenos Aires. - Especulaciones. - Fomento de la educación. - Colegios. - Difusión del idioma inglés. - Unos versos de Lope de Vega. - Estudiantes porteños en Inglaterra. - Escasa instrucción de las mujeres. - El idioma español. - Periodismo.
LA provincia de Buenos Aires tiene quinientas millas de largo y una anchura casi igual, no obstante lo cual cuenta con una población de 150.000 almas. La Patagonia, que depende del mismo gobierno, tiene mil habitantes.
Se calcula que en la población de Buenos Aires hay una proporción de un hombre por cada cinco mujeres. Si esto es cierto, algunas bellas ingresarán en la lista de las solteronas. Que nacen muchas más hembras que en Europa no puede ponerse en duda: conozco familias de ocho, nueve y diez mujeres y un varón. Las causas de esta desproporción deben estudiarlas los naturalistas.
Debido a su cuantiosa producción Buenos Aires llamará la atención desde el punto de vista comercial.
La exportación consiste especialmente en cueros de ganado vacuno y caballar, cerda, lana, seda, pieles de nutria, cuernos, pieles de chinchilla, carnes saladas y plata en cuñas y barras.
La cantidad de materiales europeos que se importan anualmente es muy grande; me sorprende que haya mercado para todos ellos. Los cargamentos procedentes de Liverpool con mercaderías de Manchester, Glasgow, etc., son de considerable valor, a menudo de setenta, ochenta o £ 100.000. A continuación va una lista de la cantidad de barcos mercantes que entraron en el puerto de Buenos Aires durante los años de 1821, 1822, 1823 y 1824:
1821 1822 1823 1824
Ingleses (1) 128 133 113 110
Americanos (2) 42 75 80 143
Franceses 19 21 24 21
Suecos 7 11 6 14
Sardos 3 7 6 6
Daneses 1 1 5 10
Holandeses 2 4 6 8
Bajo los pabellones de Portugal, Brasil y las Provincias Unidas llegan diariamente embarcaciones y barquichuelos procedentes de Río de Janeiro y otras poblaciones del Brasil, así como de la Patagonia y ríos del interior. También zarpan otros en esas mismas direcciones.
Se venden y rematan en Buenos Aires muchas embarcaciones norteamericanas que, izando el pabellón nacional, comercian con Río de Janeiro, Río Grande, Patagonia, etc. Muchas de ellas están capitaneadas por ingleses y norteamericanos que, dentro de breve tiempo, llevarán la bandera de Buenos Aires por todas partes del mundo; el personal de a bordo continuará siendo extranjero por el momento. La población criolla no siente la atracción del mar.
Algunas personas ganan su vida dando noticias o "avisos" de los barcos que llegan y de sus cargamentos. Una extensa información sobre el comercio del país ha sido dada por un comité de comerciantes británicos y presentada al cónsul y algunos resúmenes de este trabajo fueron publicados en los diarios ingleses. Su redacción y los detalles de este estudio revelan una gran capacidad, pero me parece que se han exagerado los hechos favorables.
Sería deseable que el Paraguay pudiera comerciar libremente con Buenos Aires. El actual gobernador, Francia, sigue el sistema jesuítico, y pone tales trabas a los extranjeros que quieren entrar al país, que unos ingleses que se aventuraron a ir allí con sus mercaderías fueron detenidos y aún no se ha decidido nada satisfactorio a su respecto. En febrero de 1823 los amigos de estos comerciantes enviaron un memorial a Sir Hardy, requiriendo su intervención en el asunto. El memorial había sido enviado al gobierno británico. Sorprende que el Paraguay, un país con numerosas riquezas naturales, soporte un yugo tan severo; la pasividad de sus habitantes obliga a pensar que están conformes con el régimen. Sin embargo, Francia ha permitido últimamente el comercio y otras comunicaciones con los portugueses del Brasil; la ciudad de Itapuá, en la frontera, constituye el centro de las comunicaciones.
No existe un lugar donde los comerciantes puedan efectuar sus cambios en Buenos Aires. Se habla de fundar una nueva cámara de comercio de la que podrían ser socios personas de todas nacionalidades. Los últimos reglamentos de la Sociedad Comercial Británica han sido satirizados. Ha obtenido tal sociedad el apodo de "Santa Alianza", y recibe numerosos anónimos en que se afean sus hábitos aristocráticos en un país extranjero. La negativa a admitir socios no británicos ha sido muy comentada; esta medida ha podido ser eficaz hace algunos años y ahora peca de iliberalidad.
Los criollos se han lanzado al comercio con mucho brío y los negocios se han dividido entre tantas manos que el dinero no circula con la misma rapidez de otros tiempos.
La competencia entre almacenemos provoca un acentuado descenso de sus ganancias, que las rebaja al nivel en que están las entradas de nuestras abacerías.
Hay numerosas tiendas en Buenos Aires, sobre todo en las calles adyacentes a la Plaza. Las tiendas y casas pagan un impuesto proporcional y hay otro impuesto a la propiedad basado en la concepción inglesa. Los actuales impuestos redujeron considerablemente la antigua ganancia de los propietarios.
Las lencerías presentan un inmejorable aspecto y sus dueños pertenecen a todas las nacionalidades. Están muy bien iluminadas y, aunque no igualan el esplendor de las lencerías de Londres, pueden ser equiparadas a las de nuestras ciudades interiores. Permanecen abiertas hasta las 9 o 10 de la noche. Se ha dicho que los habitantes de Buenos Aires son perezosos: los lenceros, por lo menos, no merecen tal calificativo.
Casi todos los tenderos son jóvenes que parecen haber aprendido las persuasivas artimañas de sus colegas londinenses. In- fluyen sobre las hermosas compradoras logrando que gasten dinero, lo cual trae como consecuencia rezongos de esposos y mamás, berrinches y ceños fruncidos que duran una semana. Estos caballeros de las tiendas son responsables de muchas rencillas domésticas.
Cualquier pieza de ropa puede ser comprada en las tiendas al por menor: sacos, chalecos, pantalones, etc., cuelgan en el frontispicio como en Mommouth Street. Mr. Niblett fue el primer inglés que abrió una tienda de este tipo. Muchos ingleses hacen traer la ropa de Inglaterra, pero el traslado y los gastos accesorios las vuelven tan caras como las compradas aquí.
Hay varios sastres ingleses cuyo corte es bastante bueno si se considera que no tienen oficiales de la misma nacionalidad. Estos trajes no logran el exquisito toque londinense.
Un saco se vende a $ 20; unos pantalones a $ 12; el resto proporcionalmente. Hay también muchísimos sastres criollos y de otras nacionalidades.
Existen en Buenos Aires fábricas de sombreros: una de ellas, la de Varangot, mantiene activo comercio y sombreros de buena calidad pueden obtenerse por 7 u 8 $. Son bastante superiores a los sombreros ingleses de segunda categoría; por desgracia, en cuanto se anuncia el tiempo lluvioso hacen de barómetros perfectos porque se ablandan completamente. Entre los sombreros importados se prefieren los ingleses, pero los altos impuestos favorecen la venta de los de inferior calidad. Pueden conseguirse excelentes sombreros de fabricación extranjera a 10 ó 12 $ -precio que permite una venta fácil-. Los franceses también importan este artículo, cuya calidad es muy inferior a la inglesa.
Los artículos ingleses manufacturados son baratos y abunda la mercadería, por lo que temo que los aventureros no logren ya ningún provecho. He comprado calcetines ingleses a un precio más bajo que en Londres, y guantes de cuero (de buena calidad) por un peso. La ropa blanca es más barata que en Inglaterra. He comprado excelentes corbatines de algodón por un precio equivalente a diez peniques. En verano las camisas de algodón obtienen la preferencia. Monturas y riendas inglesas se importan en gran cantidad. Les devolvemos de esta manera sus propios cueros, convertidos por nuestra industria en artículos escogidos. Muchas talabarterías pertenecen a ingleses; lo mismo ocurre con las relojerías.
Se importan de Inglaterra, cuchillos, tenedores y tijeras, y pueden obtenerse a un precio muy reducido; otro tanto ocurre con los muebles: mesas, sillas, etc. Los norteamericanos traen grandes cantidades de estos últimos artículos. Los chales de la India y otros artículos procedentes del Asia son muy estimados.
Efectos de escritorio llegan de todas partes: papel de escribir procedente de Gibraltar y los puertos mediterráneos que me parece de mejor calidad que el nuestro o, por lo menos, más agradable para escribir. Hay numerosas barberías. En las pulperías o tabernas se vende toda clase de artículos; son, en realidad, verdaderos bazares.
Las pastelerías dejan mucho que desear, tanto en su aspecto como en la calidad de sus productos. No se ven aquí bollos calientes y pastelillos de fruta por las mañanas, ni pasteles baratos que puedan ser comprados por los chicos en la calle. Los dulces están a la orden del día. Una repostería de tipo inglés tendría mucho éxito con sus bollos calientes por la mañana; ninguno de estos lujos es conocido aquí.
Me parece que un pintor retratista encontraría mucho ambiente en Buenos Aires; de todos modos, dispondría de un lindo campo de estudio. Un artista inglés, llamado Hervé, practicó algunos meses pero debió abandonar el país por enfermedad.
Más de una vez he pensado que un Monte Pío tendría éxito en esta ciudad. Cualquier tendero o persona adinerada actúa de prestamista, y personas respetables no vacilan en enviar cucharas de plata y mates valiosos para obtener dinero en casos de emergencia. No conozco la tasa del interés, pero lo sospecho usurario. La pobreza no es bien mirada en Inglaterra, pero aquí no teme darse a conocer. Tal es mi delicadeza en todo lo que atañe al dinero que preferiría estar en situación de acudir a los usureros ingleses antes que soportar la publicidad dada aquí a estas miserias.
Un inglés ha realizado recientemente una especulación que importó una considerable suma de dinero para obtener el privilegio de llevar ganado a las Islas Malvinas -quedando estipulado que sería el único propietario durante varios años-. Ha llevado a su nueva soberanía una pequeña colonia compuesta de paisanos, sirvientes, etc.; las posibilidades de éxito son escasas. Buenos Aires pretende la jurisdicción de estas islas, pero sus pretensiones no darán lugar a una disputa como la de 1770. El viaje desde Buenos Aires se hace en catorce días.
En el año1822 la plata era tan escasa que resultaba imposible obtener cambio de un doblón sin pagar una cantidad suplementaria. Se atribuyó a los extranjeros la culpa de este estado de cosas. Para remediar el mal fueron emitidos billetes menores y, poco tiempo después, llegó una partida de monedas de cobre procedente de Inglaterra. El papel moneda y el cobre despertaron los temores y la burla de la población. No obstante, las ventajas comerciales del papel moneda no tardaron en hacerse sentir. En tiempos anteriores a la emisión se hacía necesario alquilar un mozo de cordel para trasladar cien pesos, y para cantidades elevadas un carro era de rigor. Contar miles de pesos en reales y medio reales era tarea larga y penosa, así como la búsqueda de la moneda falsa: a menudo se empleaban horas y días en tales faenas. Los contadores ya no son sometidos al tormento de contar pilas de monedas de plata. Los sábados tienen lugar los balances generales.
Los billetes impresos en Inglaterra van de $ 5 a 1.000 y son garantizados por el Gobierno y el Banco. El pueblo ya no mira con hostilidad el papel moneda y empieza a comprender que el oro y la plata no siempre acreditan la riqueza de una nación.(3)
Además de los billetes arriba mencionados está el doblón de $ 17; el medio, cuarto y semi-cuarto doblón; el peso, medio peso y cuarto peso; reales, medios reales y cuartillos. Los pesos fuertes son escasos, pues se destinan al pago de deudas en el extranjero.
Para enviar dinero al exterior se ha hecho obligatorio un impuesto del 2 %. Como el impuesto es insignificante, el fraude es también poco frecuente -no así en épocas anteriores-. Sin embargo, los pagos en mercaderías son preferidos cuando éstas pueden obtenerse sin perjuicio, pero suelen ser a veces tan escasas y caras que la compra resulta ruinosa.
El cambio usual en estos tres últimos años ha sido de 45 peniques el peso español.
El Banco de Buenos Aires -el primero de la provincia- fue fundado en 1822. Tiene un capital de $ 1.000.000 en 1.000 acciones de $ 1.000 cada una. Hay diez directores: seis criollos y cuatro ingleses. El establecimiento ha funcionado muy bien hasta ahora. Las acciones se elevaron a 170 de la par, pero rápidamente declinaron 90 y 100, niveles que parecen estacionarios. El último dividendo dio un 30 % de interés.
Con motivo de la fundación de un Banco Nacional hubo cierta alarma entre los dueños de bancos particulares: numerosas controversias periodísticas tuvieron lugar en la ocasión. El ambiente está ahora más tranquilo.
Los capitales del gobierno de Buenos Aires han experimentado un considerable ascenso (de 28 a 100). Los alcistas llevan todo por delante y los bajistas han tenido que pagar buenas cantidades. ¿Quién sabe si no podrá establecerse una Bolsa de Comercio dentro de unos pocos años? Grandes sumas de dinero han sido invertidas en los fondos públicos de Buenos Aires y, en atención al interés que demuestran todas las clases sociales por la especulación, es probable que personas irresponsables se confundan con las solventes. Cualquier almacenero tiene hoy invertido su pequeño capital y en un mercado tan reducido la situación presenta serios peligros.
El gobierno manifiesta la laudable intención de contribuir al desarrollo de la educación, fomenta la creación de escuelas de acuerdo al sistema lancasteriano, y los numerosos establecimientos de pupilaje con que cuenta la ciudad hacen honor a sus habitantes.
El Colegio cuenta con ciento veinticinco alumnos, entre quince, diez y seis y diez y siete años de edad. En sus paseos visten uniforme negro con una cinta azul en la casaca. Su comportamiento es superior al de los muchachos de nuestras escuelas públicas: un extraño puede mezclarse a ellos sin temor a tener que soportar las insolentes pullas y dicharachos tan comunes entre los estudiantes ingleses, y que obligan a las personas a evitar el encuentro con uno de esos grupos.
En el Colegio de Buenos Aires se instruye a los pupilos en todas las ramas de la cultura clásica.
No poseen, verdad es, la ventaja de ser enseñados por nuestros profesores de Oxford, Cambridge, Eton, Westminster y los demás colegios, quienes no solamente constituyen un motivo de orgullo para sus compatriotas sino que honran la especie humana en general. Algunos alumnos han demostrado poseer un gran talento. Un joven descendiente de la familia de Belgrano, Manuel, escribió una comedia inspirada en La Virgen del Sol que obtuvo bastante éxito al ser representada. Dicho joven adquirió también algunos conocimientos de inglés y actualmente desempeña un cargo en las oficinas del Consulado Británico.
En la iglesia de la Merced, 30 jóvenes se dedican al estudio de la teología.
Entre los numerosos colegios existe uno dirigido por una señora inglesa, Mrs. Hyne, que disfruta del favor del público; cuenta con setenta alumnos a los que se les enseña con otras cosas indispensables el idioma inglés. Si se juzga por la ansiedad que tienen los padres de enseñar a sus hijos nuestra lengua, la próxima generación resultará totalmente anglicanizada. Colocando a los pequeños bajo la tutela de una dama protestante han demostrado no tener miras tan estrechas como yo suponía, pues no creen que su religión sufrirá Por ello. Uno de los jóvenes alumnos conversó el otro día conmigo en buen inglés, aprendido en poco tiempo.
Una buena cantidad de caballeros nativos escriben y hablan el inglés con -corrección. Don Manuel de Sarratea, que ha sido gobernador de la provincia y residió varios años en Londres como ministro, domina el idioma y es hombre de talento. Es muy atento con los ingleses, quienes lo respetan y estiman mucho. Otro ejemplo notable es D. Manuel Riglos; este caballero ha visitado Gran Bretaña y habla el inglés con tan leve, acento extranjero que cuando me fue presentado creí conversar con un compatriota; sus maneras son muy simpáticas y es sumamente amable. Algunos jóvenes han adquirido por sí mismos nociones del idioma; otros muestran gran deseo de aprenderlo. En las escuelas públicas es hoy el inglés una asignatura de rigor, y dado el continuo intercambio que tienen criollos con ingleses, norteamericanos y otras personas que hablan inglés, la conveniencia de aprenderlo será cada día más patente.
En lo que se refiere a negocios, el inglés les resultará más conveniente que el francés.
Los viejos prejuicios decaen rápidamente: los sudamericanos, y aún los españoles, ya no nos miran como renegados, herejes y abandonados de Dios. Hace veinte años que Inglaterra y sus hijos eran tan conocidos y comprendidos por los criollos como es hoy conocido el interior del imperio Chino por el resto del mundo.
Durante muchos años se inculcó en el espíritu de los españoles la animosidad contra nosotros y nuestra patria, y no es extraño que se hayan conservado restos -de los antiguos odios. Sus mejores poetas nos han insultado- recuerdo haber oído en Buenos Aires la parte de una popular balada de Lope de Vega que dice así:
"My brother Don john to England's gone
To kill the Drake, the Queen to take,
And the heretics all to destroy:
And he han bring you a Protestant maid
to he your slave, &c."
Es por demás grato observar que los criollos que han estado en Inglaterra muestran hacia nosotros mucho afecto.
En el Colegio de Stonyhurst, próximo a Liverpool, reciben educación varios jóvenes porteños. El Gobierno Británico merece alabanza por el reglamento puesto a este Colegio, desatendiendo las quejas de nuestros propios católicos que se lamentan de no tener lugar donde educar a sus hijos, pues en el colegio se da preferencia a los muchachos extranjeros. Esta es una mira estrecha, porque se debe pensar que los muchachos se sentirán ligados al país en que recibieron sus primeras impresiones. Antes que contaminar a los ingleses con su catolicismo,(4) puede darse el caso de que. ellos se conviertan al protestantismo.
Dará a los extranjeros una oportunidad de observar directamente las instituciones liberales de nuestra patria y las ventajas de su sistema liberal de gobierno.
La educación de las mujeres es muy deficiente: saber leer y escribir, aprender música y baile, es todo lo que se exige. En estas últimas artes hay alumnas entusiastas y aventajadas; el estadio de idiomas o la lectura de buenos libros no son considerados necesarios. Se dice que a los maridos españoles no les agradan las marisabidillas: porque como sus mujeres suelen tener mucho talento natural, esto las llevaría a otros estudios más abstrusos.
Si las criollas no son muy cultas, en cambio poseen una indescriptible suavidad de modales, libre de afectación, que da confianza a los extranjeros tímidos y causa placer a todos quienes tienen la felicidad de tratarlas. Rara vez se dirigen a una persona sin la sonrisa en los labios, escuchan atentamente y sin la distraída indiferencia que he observado en otros ambientes.
Día llegará en que América del Sur pueda presentar sus Mesdames de Staël al mundo. Otra "Corina" conducirá a su alnado por la escena meridional, los altos Andes coronados de nieve y el Cuzco imperial, con tanto ardor como su rival italiana. Por el momento, los naturales talentos de la mujer permanecen en la sombra por falta de cultivo.
Las cartas entre mujeres son muy efusivas. Tuve oportunidad de leer una que decía así: -¡"Adiós, idolatrada y adorada amiga mía! Recibe el corazón de tu devota, constante, fiel, etc.". Pese a este fervor nunca me he enterado de que tuviera lugar una de esas vinculaciones amorosas que tan trágicamente terminan entre nosotros. ¿Es que el corazón femenino es tan tierno en estas latitudes que no puede admitir la muerte del amado? ¿O es que se han convencido de que "los hombres mueren y los gusanos se los comen, aunque no por amor", y, por consiguiente, ponen en duda la sinceridad de las protestas masculinas? ¡Ay! Me temo que en la amable ciudad de Buenos Aires sea posible encontrar muchas Violas y Rosalindas, pero no muchas Julietas. En cuanto al otro sexo, los Werthers brillan por su ausencia.
El idioma español es, sin duda, delicioso; sus sonidos traen reminiscencias de los caballerescos días de D. Guzmán y D. Antonio. Me gustaría que el estudio de este idioma se popularizara en Inglaterra, como en los días de la gran Isabel, en vez del trivial francés. Dadas las transformaciones políticas del orbe hispánico, este conocimiento sería muy útil para nuestras futuras negociaciones con América del Sur.
Una obra publicada en castellano en Londres por Mr. Ackerman, con láminas, llamada Variedades y Mensajero de Londres, obtiene aquí muchos compradores; se publica trimestralmente y hace honor a su autor. Esta publicación dará a los sudamericanos una excelente idea de Gran Bretaña y de Europa en general: contiene artículos de los mejores autores.(5) Los periódicos publicados en Buenos Aires son El Argos, Teatro de la opinión, El Republicano y el Registro Oficial. Había un periódico dominical llamado El Centinela, que ha cesado de aparecer, por razones desconocidas para mi, pues estaba muy bien dirigido. Existe una relativa libertad de prensa: la libertad de la prensa inglesa seria peligrosa aquí.
La Gaceta Mercantil, editada por Mr. Hallet, un caballero norteamericano, es muy útil: tiene toda clase de informaciones comerciales. Un periódico del mismo tipo, El Diario dirigido por un portugués, se fundió por falta de venta.
Numerosas publicaciones efímeras aparecen de cuando en cuando, "pasando por la escena del mundo sin dejar rastros".
En el almanaque de 1824 hay una selección de retruécanos y chistes ingleses para divertir a los porteños, dándoles una muestra del gracejo popular británico.
Las imprentas son espaciosas y contienen todo lo indispensable. Un impresor inglés, Mr. Cook, está empleado en uno de estos establecimientos, y se dice que su capacidad es de primer orden.
(1) Entre los barcos británicos los siguientes procedían de Londres y Liverpool:
1821 1822 1823 1824
De Liverpool 33 35 23 -
De Londres 10 7 8 -
El resto provenía de Río de Janeiro, Gibraltar, La Habana, etc.
(2) El número de barcos americanos que entraron en el año1824 ha sido mucho más grande que en años anteriores. Cargan en particular harina, y aunque al principio tuvieron pérdidas, el negocio es ahora muy productivo.
(3) Los ingleses que visitaron Francia después del armisticio de 1814 no ponían inconvenientes en recibir oro francés, pero pronto se cansaron y pidieron, en su lugar, billetes. Me encontraba yo en el Banco de Péregaux y Lafitte de París cuando uno de estos pedidos fue formulado. El empleado respondió que Francia tendría que obtener crédito antes de correr la aventura del papel moneda.
(4) Un libro llamado Historia de los jesuitas, saturado de ataques a la fe católica, advierte que el colegio de Stonyhurst representa un peligro y apoya su afirmación en que el número de católicos ha aumentado en los alrededores del lugar. Lancashire ha sido siempre católico, y es lógico suponer que las familias de estas creencias habiten una región donde sus prácticas sean respetadas. No creo que los prosélitos sean numerosos: estamos demasiado satisfechos de nuestra religión para adoptar una extraña.
(5) Muchos porteños de la clase inedia e inferior tienen nociones confusas de Londres. Creen que Londres es toda Inglaterra, y hablando de la llegada de un barco a Liverpool o Falmouth u otro puerto, se refieren "a Liverpool en Londres". Todos los pasajeros ingleses que llegan "provienen de Londres". Como ven tantos ingleses en su país, la plebe está muy engreída de la superioridad de Buenos Aires sobre el resto del mundo. No hay por qué asustarse de sus pretensiones: también las tenemos nosotros, lo que ha impedido que otras naciones se nos impongan.
Capítulo VII
Religión. - La misión Muzi. - Las iglesias durante los oficios - Música y cantos religiosos. - La confesión. - La clausura de los monasterios en 1822. – La revolución de Tagle. - Los conventos de monjas. – Fiesta familiar a una profesa. - La procesión de la Virgen - Fiesta de San Nicolás. - La Semana Santa. – La quema de judas. - Sermones de Cuaresma. - El paso del Sacramento. - Ceremonias fúnebres. - Los protestantes
CON anterioridad al reciente tratado con Gran Bretaña no se admitían en Buenos Aires más que templos católicos. No sin muchas discusiones, se ha impuesto legalmente la tolerancia religiosa. Se ha dicho que la fe católica es una religión de los sentidos y la fe protestante una religión del cerebro. Un libro, Italia de Blunt, que acabo de leer, demuestra ingeniosamente el origen pagano de la mayoría de las ceremonias católicas. El autor apoya sus argumentos en una comparación entre los festivales romanos y los papales; hay tanta semejanza que uno se inclina a dar crédito a la afirmación. Pero también la iglesia reformada tiene sus incongruencias. Nunca he presenciado en Buenos Aires algo que se compare a la superstición que reina en Bélgica; hay fanáticos, pero no lo son más que algunos sectarios nuestros. La nueva generación criolla ha ido de un extremo al otro y es completamente volteriana. Cuando en el teatro salió a escena un cómico que representaba a Voltaire, hubo aplausos entusiastas.
En enero de 1824, un arzobispo de nombre don Juan Muzi, llegó procedente de Roma con un gran cortejo, en una embarcación sarda que llevaba izada la bandera papal además de la suya propia, y saludó con un disparo. Hace algún tiempo este acontecimiento hubiera provocado revuelo en la población. No sucedió así, y muy pocas personas fueron a verle desembarcar. La recepción que le hizo el gobierno fue muy poco cordial y poco después el arzobispo partió para Chile. Durante la estadía se alojó en el hotel de Faunch, y allí impartió bendiciones al público, compuesto por mujeres, posiblemente más atraídas por la curiosidad que por motivos religiosos.
La apariencia del arzobispo provocaba una sonrisa: había rosarios, cruces y otras chucherías accesorias de la Iglesia Católica. Personalmente, con su venerable aspecto y pulidas maneras, el arzobispo ganóse la estimación general; de cualquier manera el poder papal es actualmente un pálido reflejo de lo que pudo haber sido aquí en otros tiempos. La Iglesia Católica, en manos de sacerdotes liberales, podada de sus absurdas supersticiones podría hacerse respetar en todas partes.
Aun cuando no sea durante un oficio o ceremonia, siempre habrá algo en las iglesias católicas que atraerá la atención. Pueden verse cantidad de ancianas, arrodilladas delante de su santo predilecto, pasando atentamente las cuentas del rosario mientras el murmullo de sus oraciones es el único ruido que se escucha en el templo; muchas veces he andado de puntillas, para no turbar sus oraciones. En el templo casi vacío es posible apreciar además los deslumbrantes altares, vírgenes, santos y madonas. No hay peligro de que manos profanas se apoderen de nada dentro de los muros sagrados. ¡Dios mío! Nuestros ladrones no serían tan escrupulosos.
Las iglesias en los domingos y días de fiestas son dignas de atención. Y el extranjero que observe debe conservar su calma ante el espectáculo de tanta belleza en reposo: los vestidos, los velos, el gesto de muda adoración. Parecen en realidad otras Lauras ante Petrarca; deseos dan de renegar de la religión de nuestros padres, convertirnos en apóstatas, e ingresar en el seno de una iglesia tan encantadora.
Los oficios tienen lugar a varias horas; la primera misa se oficia a las seis de la mañana, y ya en hora tan temprana puede verse el cortejo de las encantadoras niñas y de sus madres apresuradamente dirigirse a la iglesia.
Las familias son acompañadas a misa por sus sirvientes y esclavas, quienes llevan una alfombrita sobre la cual han de arrodillarse las damas. Tienen pocos misales y supongo que se asombrarían de ver a nuestros criados ingleses de resplandeciente librea, cual si fueran mariscales austríacos, caminar delante de sus patronas con una pila de libros de misa, así como también la multitud de coches que va a una iglesia de moda.
Al entrar o salir de la iglesia muchos feligreses reciben el agua bendita de otras manos; es decir aquel quien está próximo a la pila, moja su mano y proporciona a tres o cuatro personas unas gotas del sagrado elemento para santiguarse. Algunas damas se dignan a menudo tocar las frentes de sus esclavas y criadas con el agua bendita.
A la hora del Ángelus, a la caída de la tarde, suena una campana pequeña en todas las iglesias, y se supone que todos los buenos católicos musitan entonces una oración. Mucho me temo que en Buenos Aires no suceda esto. La música que se canta en las misas es a veces hermosa: el cuerpo del coro está compuesto por las mejores voces sacerdotales y de muchachos. El padre Juan (de la catedral) posee una hermosa voz de bajo.
El himno (religioso) portugués(1) es cantado con arte, pero como yo ya lo había escuchado en la capilla del embajador portugués en Londres, interpretado por los primeros cantantes de la Opera, la impresión que me produjo no fue muy intensa. Escogen siempre música profana, siguiendo el precepto que se dice fue dado por el Rev. Rowland Hill antes de que los feligreses entonaran Rule Britannia y Corazones de roble:- "Es una vergüenza que todas las canciones bonitas sean propiedad del diablo." Si la música es el alimento del amor también lo es de la religión, pues insensiblemente conduce el ánimo al entusiasmo y la dulzura que compensan las horas tristes. Me agradaría que la monótona y melancólica música de nuestras iglesias fuese reemplazada por una mejor. No es que pida una animada danza, pero sí algo menos fúnebre que el actual repertorio musical. Mis amigos ingleses se sentirán horrorizados al saber que en una iglesia de Buenos Aires se ha cantado la deliciosa aria inicial de nuestra opereta Pablo y Virginia: "Ved que del océano se eleva" ... En Montevideo escuché nuestro canto de guerra tirolés Merrily 0, interpretado en el órgano de una iglesia. La música y la religión tienen y tendrán el poder de llevar estos pueblos a la guerra y al furor; es menester que otras causas se agreguen para producir el mismo efecto en los ingleses.
Niños y niñas se confiesan en edad muy temprana: hasta de diez años. Para confesar, el sacerdote se sienta en un confesionario y a través de una rejilla escucha las confesiones de los devotos arrodillados a ambos lados. He observado que muchas mujeres se confiesan: lo cierto es que el sexo femenino es más piadoso que el masculino. Sin duda alguna es un alivio para un corazón atribulado poder explayarse y recibir los consuelos de la religión, y puedo imaginar la tranquilidad que traen las bondadosas advertencias de un sacerdote comprensivo quien, al mismo tiempo que condena la falta, exhorta al pecador a no desesperar de la misericordia divina. Nosotros, los protestantes, nos dirigimos directamente a Dios, desdeñando la intervención terrena. El sistema que consiste en divulgar nuestros más íntimos pensamientos ha sido siempre utilizado como un argumento en contra de la Iglesia Romana. Se arguye que la paz de las familias y naciones es puesta a merced de un mortal, y que si bien las traiciones son raras, no sería imposible que algún villano provocara la ruina de sus confiadas víctimas. En honor del clero católico ha de decirse que tal probabilidad es remota. Sospecho que yo sería un mal confesor: las bellas arrodilladas destruirían mi filosofía; acordaría de inmediato absolución, remisión y todo lo que fuera necesario; y, olvidando mis votos y mi sagrada investidura, caería a los pies de quienes me creían su pastor y guía. Se suelen ver en las calles mujeres vestidas de monjas, con hábito de franela, crucifijos, rosarios, etc., que cumplen una penitencia prometida durante una enfermedad o un dolor moral. Los pecados de algunas de estas jóvenes pueden haber sido muy graves; yo las perdonaría por el placer de recibir sus confesiones una vez más. Hay un retiro donde las mujeres pasan semanas en penitencia y oración.
Se ha observado que la mujer española, luego de entregarse a todas las voluptuosidades del placer, corre a la iglesia, se postra delante de su santo favorito, y vuelve a pecar de nuevo. No me atreveré a condenar estas prácticas: pero, cuando mis ojos vagaban sobre las figuras de las hermosas porteñas, arrodilladas graciosamente delante de las imágenes, descubrí algo que ningún libro habría podido enseñarme. La contemplación de aquellos rostros "que parcelan haber conocido el paraíso y gozado de su beatitud", me indicó cuántos elementos terrenos intervenían en aquella devoción aparentemente celestial.
He visto estatuillas de la Virgen María en fanales de vidrio, en varias casas. Las he visto en las farmacias, posiblemente, con el objeto de que impartieran su bendición a las medicinas. He visto tales objetos en las casas pobres; la lujosa estatua y el cuarto pobre y miserable formaban un notable contraste. En la calle de Cuyo está la imagen de un santo, de cuerpo entero, con un enrejado y lámparas a cada lado, puesta allí en cumplimiento de un voto hecho en tiempos de peligro.
Pero, en general, hay muy pocas imágenes religiosas en calles y caminos.
Al pasar frente a una iglesia es costumbre descubrirse, pocos lo hacen ahora. Alrededor de los sagrados edificios pululan mendigos que imploran limosna en nombre de Dios y de la Virgen del Rosario, o de cualquier santo. Estos mendigos suelen ser rateros : sus visitas profesionales a mi alojamiento me han costado varios objetos de mi propiedad. No tienen costumbre de correr con las muletas y piernas artificiales debajo del brazo al llegar la policía, como sus colegas londinenses. Uno de mis amigos me ha hablado de una vieja que escupe a todos los que imagina ingleses. Como no he tenido el honor de recibir los favores de esta señora no puedo garantizar la verdad de la noticia.
El clero no es tan liberal como nos habían dicho. Hay costumbre de afirmar que albergan un intenso odio contra los protestantes, adjudicándoles todas las desgracias que han sobrevenido a los católicos desde la edad moderna. Es menester admitir que también nosotros tenemos nuestros prejuicios.
Entre los sacerdotes de Buenos Aires hay hombres de mucho saber, y, aunque haya hostilidad contra el sistema, no la hay hacia los individuos. Quizá puedan encontrarse una o dos ovejas negras en el rebaño. Los escándalos se encargan de hacer públicas sus hazañas, sobre todo las que se refieren a sus amores, pero la fragilidad de nuestra naturaleza debería enseñarnos a ser jueces benignos cuando de la carne se trata. El pueblo profesa mucho respeto a sus sacerdotes, y, según me cuentan, este respeto es merecido. Se dice que en otros tiempos, cuando un malhechor era azotado en las calles, bastaba la presencia de un sacerdote pidiendo misericordia para que cesara el castigo. Si así ocurriese en Inglaterra nuestros ladrones indultados les dedicarían plegarias.
Hace cuatro años, dos ingleses riñeron y uno de ellos debió refugiarse en la Iglesia de la Merced. El otro le persiguió, golpeándole en presencia de un sacerdote que procuró defenderlo. Se llamó a la policía y el infractor fue encarcelado. Como era hombre de buena conducta, fue puesto en libertad bajo fianza, y el incidente terminó en un costoso pleito judicial. Hace algunos años se hubiera castigado más severamente su desconsideración.
Algunos sacerdotes son hombres hermosos: uno de ellos se parece a Young, el actor dramático. La indumentaria, la coronilla y el cabello oscuro favorecen su aspecto físico. La fea sotana que ahora llevan les va muy mal. Cuando me he encontrado con ellos siempre los he hallado amables y atentos, y no he sentido la desconfianza y temor de un extranjero que entra al sagrado recinto.
Nunca ha habido inquisición en Buenos Aires, pero a veces he pensado con malicia que tal cual fraile tenía aspecto de inquisidor.
La clausura de los monasterios, en 1822, constituyó un tema de apasionantes discusiones. Entre la gente bien inclinada no faltaban los medrosos que parecían dispuestos a dejar el mal en pié antes que correr los riesgos de un cambio. El gobierno debe haber sentido su propia fuerza cuando se atrevió a reformar una situación tan importante para la Iglesia, debiendo oponerse a los fanáticos prejuicios de aquellos que, educados en el antiguo orden de cosas, consideran cualquier ataque contra la inviolabilidad del clero como una manifestación de herejía. Los frailes eran íntimos de las mejores familias de Buenos Aires, que los recibían como a huéspedes respetados. Los frailes (algunos de ellos, al menos) deben haber sentido gran desagrado al dejar los conventos, en los cuales pensaban pasar el resto de sus vidas (sin contar la infracción que esto constituía a las reglas de su orden).
El descontento llegó a veces a alcanzar proporciones amenazantes, y hubo una conspiración que terminó con el destierro del jefe.: Tagle. Otra, aun más seria, tuvo lugar el 19 de marzo de 1823. El fracaso de estos movimientos sirvió para afianzar la seguridad y las fuerzas del gobierno. La mayoría consideraba, según creo, que era necesario un cambio en el clero; muchos habían tenido ocasión de apreciar en sus viajes por Europa el estrecho criterio español con que se les había educado.
En todos los países del mundo es cosa sabida que las viejas son más devotas que el resto de la gente. Los frailes de Buenos Aires encuentran serios defensores entre ellas.
Para contrarrestar las fuertes simpatías de que disfruta el clero, la prensa diaria ha recurrido al ridículo: una publicación llamada El Lobera estaba salpicada de anécdotas y artículos tan indecentes que a veces constituían una vergüenza para la causa que pretendían defender. Esta publicación se clausuró muy pronto. Entre tanto, prosiguió lentamente el cierre de los monasterios, y el único existente hoy en Buenos Aires es el de los franciscanos.
Los edificios serán probablemente habilitados para otras instituciones. Los monjes, abandonando su hábito, adoptaron un vestido semi-clerical, bastante semejante al de nuestros pastores. Los dominicanos, merceditas, etc., se encuentran ahora en las calles como simples ciudadanos, no usando ya la vestidura impuesta por los fundadores de las órdenes. Hace tres años podían verse grupos de frailes a la puerta de las iglesias, en los cafés y en las calles, fumando y en apariencia sin prestar mucho respeto a las leyes de la Iglesia. Pero cuando los proyectos de reforma comenzaron a discutirse, se volvieron más severos y las puertas de los conventos se cerraron después de cierta hora. Los franciscanos, que son los únicos que no han sido disueltos, se ven muy poco, con excepción de los hermanos legos, quienes por su aspecto y figura son buena copia del tipo que aparece en La dueña.
Si las leyes conventuales hubieran sido observadas con estrictez, muy pocos se hubieran encontrado para entrar en las órdenes. Una buena cantidad de dinero se ha dado a los sacerdotes que abandonaron los conventos cuando el gobierno se apropió de los terrenos adyacentes para beneficio del Estado.
El tiempo, según parece, ha cicatrizado la herida de los descontentos, aunque se pretende que la llama aún arde débilmente:
"Ponedla a prueba -afirman- y la herida se abrirá."
Existen dos conventos de monjas; San Juan y Santa Catalina; las reglas de San Juan son muy rígidas; cada uno de ellos contiene una treintena de mujeres: éstas usan trajes de los géneros más toscos --otro tanto puede afirmarse de lo que se refiere a sus lechos y a todo su mobiliario. Nadie puede verlas, con excepción de sus parientes más allegados, y esto muy rara vez. ¡Dios mío! ¡Qué devoción tan ardiente deben poseer para aceptar voluntariamente tal vida! Una novicia puede retirarse al cabo de un año; de lo contrario profesa y debe aceptar para siempre todas las reglas. Muy pocas, según creo, aprovechan este beneficio. Tan grande es su exaltación religiosa que alegremente se despiden del mundo, no deseando más padre, madre, amante o amigo que su Dios y Salvador.
En Santa Catalina las reglas no son tan severas y las monjas disfrutan de indulgencias desconocidas para las semi-mártires de San Juan.
Nunca he tenido ocasión de ver a las bellas recluidas; pero he escuchado atentamente cuanto se habla de las monjas de Buenos Aires, esperando enterarme de algún amor contrariado o alguna fe traicionada ¡Ay! Fue en vano: las monjas de San Juan y Santa Catalina han tomado los hábitos por rutina religiosa, con sólo una excepción de acuerdo a lo que cuentan -y no pude satisfacer mi curiosidad sobre estos chismes de convento--. Se dice que en el convento de San Juan hay una víctima de amor contrariado. Su amante, un militar, (¿cuándo no? ¿Por qué los hombres de armas andan siempre en estas cosas?) se incorporó al ejército del Perú y se casó con otra. A la edad de diez y siete años la hermosa y traicionada niña tomó el velo, reprendiendo a su llorosa madre por la crueldad y espíritu mundano que mostraba al intentar disuadirla de su propósito. Una descripción de la ceremonia me fue hecha -¿Pero quién intentará narrar una escena semejante después de los apasionantes episodios que nos brindan hoy las novelas? ...
La mayoría de las monjas de estos dos conventos son viejas, y muy pocas jóvenes han ingresado últimamente. ¿Es que los hombres -¡los pérfidos hombres!- son ahora más constantes y ya no destrozan los corazones de las bellas? También puede ser que las mujeres sean menos sensibles, prefiriendo "el mundanal ruido" al sombrío claustro en que se exclama con la Clara de Sheridan:
"Adieu, thou dreary pile where never dies,
The sullen echo of repentant sighs." (2)
Hasta para los detalles más ínfimos del culto la Iglesia Católica tiene una fórmula que, en razón de su antigüedad, está hondamente impresa en el alma de los fieles. En lo que se refiere a la vida conventual el primer deseo manifestado en ese sentido ya tiene carácter de ceremonia, aun antes de que las jóvenes abandonen la casa paterna.
En el año 1822, presencié un acto de esta naturaleza: fui invitado a una casa en que una dama que deseaba profesar recibía los últimos adioses de sus amigos. Era de noche y la multitud dificultaba la entrada frente a la casa. La dama estaba sentada en la sala, lujosamente ataviada, su cabeza y cuello adornados con joyas (esto se hace para hacer resaltar el contraste con el hábito que llevará en el futuro). Se oía música, y más bien parecía una reunión alegre donde no se hubiera podido adivinar el desenlace: el abandono del mundo por un semejante. La dama -iba a decir la victima- sonreía a todos. No Parecía estar triste y recibía la despedida d sus amigos con tranquila compostura. Un sacerdote, vinculado quizá al convento, estaba en el cuarto: al dejar la casa, fue la dama acompañada por él y sus parientes. Con paso firme inclinándose ante todos, se retiró. Al pasar frente a nuestra grupo, compuesto de varios ingleses, me pareció que nos miraba con deferencia, nos inclinamos y la puerta se cerró tras ella. Me dicen que esa misma noche fue encerrada dentro de las sombrías paredes de San Juan. Parecía tener 19 a 20 años de edad: no era hermosa, pero la ocasión la volvía muy interesante.
La primera procesión religiosa que he visto en mi vida fue la de la Virgen del Rosario, y no puedo olvidar la impresión que me causó. Los detalles que cuando yo era colegial imaginaba con tanto deleite eran ahora, ya hombre, puestos frente a mis ojos sin perder en lo más mínimo su misterioso atractivo. Descubrí que la imaginación no siempre sobrepasa a la realidad. Al visitar las iglesias de Francia y Bélgica experimenté emociones de otra índole. España y el orbe hispánico era general, pensaba yo, contienen todo lo que puede atraer la atención de un investigador protestante que desea ver revivir la Iglesia Católica del siglo XV en pleno siglo XIX. España se aferra a ella y a sus muchas imperfecciones como un rendido amante a su amada; en otra forma no habría permitido que los extranjeros invadieran su tierra. ¿Qué habrán dicho los héroes de Roncesvalles y Pavía ante estos sucesos?
La efigie de Nuestra Señora del Rosario pomposamente ataviada era llevada en andas por unos soldados. La Virgen María estaba rodeada de una multitud de fieles que llevaban cirios encendidos; estos últimos eran en su mayoría viejos y muchachos. El oficiante y los acólitos quemaban incienso ante la sagrada imagen, constituyendo un espectáculo imponente. Las oraciones son cantadas por grupos de frailes y la multitud los acompaña. La procesión es encabezada por unos sacerdotes que llevan una larga cruz, al parecer de plata. Acompañando al canto suelen figurar algunos violinistas que me hicieron recordar los músicos ambulantes que nos dan serenatas en las calles de Londres. La banda militar produce mejor efecto. De cuando en cuando la procesión se detiene en las esquinas o ante los altares callejeros que la devoción del pueblo ha levantado en la fachada de algunas casas: están construidos con una tabla envuelta en lino blanco con pequeñas estatuas de Jesús, la Virgen, cruces, etc., etc., y un espejo guarnecido de flores y otros adornos. Los soldados marchan delante de la procesión y la cierran por detrás. Como todos los que marchan con la procesión, van descubiertos, y cuando el sacerdote oficia deben arrodillarse. Las casas ostentan sedas, tapices y toda suerte de telas lujosas en las calles designadas para el paso de la procesión. Los balcones están llenos de espectadores. El santo y las imágenes que le acompañan son finalmente depositados en sus respectivos lugares en la iglesia. Siempre se ve una gran cantidad de mujeres en estas ceremonias, murmurando fervorosamente sus Ave Marías. Estas procesiones ofrecen muy pocas variantes, si bien me pareció que había más estandartes, insignias, etc., en la de San Nicolás, que tiene lugar el 6 de diciembre. Las calles estaban adornadas con opulencia, el camino y la vereda alfombrados de flores, hojas y ramas. Pequeños cañones fueron colocados en los atrios de las iglesias, y sus detonaciones, conjuntamente con los cohetes y otros fuegos artificiales, anunciaban que el santo y su sagrada compañía, salían de la iglesia. Civiles y militares de las mejores familias llevan a veces estandartes en las procesiones. Estos días se declaran feriados y una gran multitud pasea por las calles, engalanadas antes de que las ceremonias tengan lugar. Las ventanas, azoteas y bancos ubicados cerca de las casas son ocupados por mujeres tan hermosas que tentarían a un anacoreta. El espectáculo era tan novedoso que casi da en tierra con mi frío razonamiento; observé los sacerdotes, la música y todo lo demás, hasta perder la noción del tiempo y me pareció estar viviendo en los días en que la Iglesia Católica no tenía rivales.
La fiesta de San Nicolás en diciembre de 1824 fue un pálido reflejo del esplendor acostumbrado: sin embargo, la iglesia de San Nicolás iluminada estaba muy hermosa y hubo fuegos artificiales y música. Debía realizarse una procesión pero el gobierno no quiso pagar los gastos y la Iglesia, en su actual situación, no puede costear estos lujos. Los devotos murmuraron sus Ave Marías entremezclándolas con juramentos poco católicos; pero como San Nicolás no intervino para ayudarles, el día transcurrió con tranquilidad.
En la fiesta de Corpus Christi tienen lugar numerosas celebraciones. El cuerpo íntegro de sacerdotes, de las diferentes órdenes, salía en esta ocasión y, antes de la supresión de los conventos, constituía un llamativo espectáculo. La indumentaria de lo sacerdotes no difiere en nada de la que imaginamos en Inglaterra: la casulla y corona, con un pequeño crucifijo suspendido al cuello. Durante el año las procesiones solían ser muy numerosas. Después del cierre de los conventos, la influencia de los frailes ha decaído muchísimo y hoy puede decirse que la vista de uno es una curiosidad. En ocasión de las solemnidades para decorar las iglesias, los sacerdotes piden prestados cirios, sedas, etc., a sus vecinos.
Durante la cuaresma se Pronuncian sermones en las iglesias al atardecer. El público es muy numeroso y las mujeres permanecen todo el tiempo arrodilladas. Es muy extravagante la costumbre que permite que los hombres permanezcan sentados mientras el otro sexo está de rodillas.
Como el teatro está situado frente a la iglesia de la Merced, muchas personas, las noches de cuaresma, cruzan de la iglesia al teatro.
Durante la Semana Santa tienen lugar varias misas y sermones. Las tardes y noches de jueves Santo, todo el mundo se vuelca en las calles: no hay un alma en las casas. La multitud que concurre a las iglesias es muy numerosa (en su mayoría mujeres). Una regla del credo católico pide que se visiten siete iglesias ese día; esto es religiosamente obedecido y los fieles se detienen unos pocos minutos en cada iglesia, tiempo necesario para hincarse y rezar una breve plegaria. El gobernador y sus edecanes también concurren a siete iglesias. Una muchedumbre de personas de ambos sexos se amontona en las puertas, especialmente en la catedral, obstruyendo la entrada. Están arrodillados y rezan el rosario en profundo recogimiento. En 1821 vi imágenes y otros objetos religiosos en las esquinas de las calles principales; prisioneros con grilletes solicitaban caridad, mesas con vírgenes, cruces e imágenes de Jesús: pero estas costumbres están ya muy dejadas. Cerca de la iglesia se suelen erigir altares de este tipo el jueves Santo y el pueblo se estruja por besar las prendas de "la madre de Dios".
En 1824 cerca de la iglesia de San Juan, vi una hermosa estatuita de la Virgen, y envidié los besos que recibía de las encantadoras muchachas. Esa noche los componentes de la Banda Militar lucían sus uniformes de gala, y los tambores estaban de luto. Atravesaron la Plaza y las calles con paso solemne, tocando una música más melancólica que la marcha de la muerte de Saúl. Son precedidos por uno de los soldados, que lleva un globo pintado con una luz interior, muy semejante a los que veíamos en las calles de Londres en las agencias de lotería. Hombres y mujeres visten de luto en este tiempo. La muchedumbre en las calles y la ornamentación de las Iglesias llaman la atención. Algo muy distinto sucede entre nosotros: nosotros vamos a las Iglesias vestidos de colores.
Además de otras medidas tomadas el jueves Santo, las banderas de los barcos de naciones católicas están a media asta y las vergas cruzadas, permaneciendo así hasta el día del Sábado, hora en que, al disparo de un cañón, las vergas se cuadran, se iza la bandera, suenan las campanas y las tiendas se abren saludando la Resurrección. Pero las campanas no dan los sones armoniosos de nuestras iglesias de San Martín, San Clemente y las célebres campanas de Bow; éste es un ruido poco armonioso. Nuestras iglesias, tan espléndidas por su arquitectura, asombrarían a estos caballeros que no nos pueden imaginar más que vendiendo mercaderías o en trámites comerciales.
El Viernes Santo es considerado un día solemne de recogimiento y penitencia.
La quema del Judas es un espectáculo grotesco. En el medio de la calle se cuelgan muñecos de trapo rellenos de cohetes- y combustibles. En la noche del sábado se les prende fuego y don Judas estalla entre los gritos de la multitud. Esta costumbre ha decaído mucho y seguramente terminará por desaparecer. Los periódicos la han calificado de "bárbara". Yo no me entrometo en las diversiones de la plebe mientras no ofendan la decencia. la rencilla con el capitán O'Brien tuvo lugar en la Pascua de 1821. Se observó que uno de los judas llevaba un traje semejante al de un oficial de marina inglés. Cuando se dijo que representaba al capitán O'Brien, la policía ordenó su retiro. El pueblo no tomó interés en la disputa. Cuando estaba ésta en su punto álgido, el capitán pasó frente a una multitud que se hallaba frente a la Iglesia del Colegio y se le trató con gran respeto, haciendo espacio para que pasara "el comandante inglés". "Todos podemos sufrir con este incidente -dijo el capitán a uno de sus compatriotas- y si el asunto se repite vamos a vengarnos con honor."
La Semana Santa de 1825 transcurrió como de costumbre. Al atardecer del jueves las mujeres pululaban vestidas de negro en las calles e iglesias; como esa, noche había luna, la escena era por demás interesante y aunque yo no visité siete iglesias, fui a cuatro. Permanecí largo rato en la Catedral escuchando la música de vísperas. Se echó de menos la hermosa voz de bajo de Fray Juan, quien fue desterrado por haber intervenido en la conspiración del 19 de mayo de 1823.
Valentín Gómez, uno de los canónigos de la Iglesia, lucía ornamentos pontificales. Algunos criollos hacían chanzas en la iglesia sobre su aspecto imponente, tan diferente del que mostraba hace un año, al naufragar el barco en que viajaba frente al Banco Inglés, en el Río de la Plata. Mucha impresión me causó la visita a la Catedral; todo se combinaba para deslumbrar los sentidos: música, luces, refulgentes altares y mujeres de hinojos rodeadas de esclavas y criadas.
Los sermones de las tardes de Cuaresma atrajeron mucho público. El sacerdote que habla en la Iglesia de la Merced siempre tiene un numeroso auditorio. En la entrada de la Iglesia se hallaba una monumental efigie de Cristo en el momento de ser azotado. Muchas devotas besaban las sogas anudadas a las muñecas de la imagen.
Hasta ya muy entrada la noche el público permaneció arrodillado frente a la puerta de las iglesias, repasando las cuentas del rosario y musitando Ave Marías. A las 9 de la noche, tres bandas militares (la de la Artillería, Cazadores y Legión de la Patria, todas precedidas por el globo o balón transparente que llevan en la extremidad de un palo) hicieron su entrada en la Plaza, con tambores a la sordina y tocando música muy solemne. La Banda de Artillería fue muy celebrada: estaba compuesta por Masoni y otros profesores. Seguí a las bandas de música hasta sus cuarteles en Retiro. La noche era hermosísima, y muy tarde regresé a mi alojamiento con el pensamiento ocupado en rememorar los incidentes del día.
Fue muy concurrida la Iglesia de la Catedral en la tarde del Viernes Santo.
La costumbre de quemar un Judas declina cada año. El "Sábado de Gloria" llovió a torrentes, pero, unas noches después, Judas fue quemado cerca del café de la Victoria, entre fuegos artificiales y música.
Otra práctica que atrae la atención de los protestantes es el paso del Santo Viático por las calles de la ciudad, para suministrar los auxilios de la religión a quienes se hallan en trance de muerte. Un sacerdote y un ayudante ricamente vestidos van sentados en un coche tirado por mulas blancas. Avanzan con gran lentitud, con una escolta de pocos soldados y acompañados por negras, chicos y otras personas que llevan linternas encendidas, tanto de noche como de día. Una campana anuncia a los transeúntes que la procesión está cerca. Cuando se aproxima, éstos deben descubrirse y, al llegar el coche, ponerse de rodillas. Como esta última operación es muy enojosa en las calles sucias, los extranjeros suelen huir al toque de las campanas. Los jinetes descienden de sus caballos y se arrodillan. Cuando el Sacramento pasa de noche se iluminan las casas, y sus habitantes se ponen de rodillas.
-¿Por qué te arrodillas? - le pregunté a un muchacho esclavo de la casa en que me hallaba.
-Porque Dios está en el coche -me contestó.
Un brutal soldado de la escolta golpeó cierta vez a un inglés que no se había arrodillado a tiempo. Los magistrados se enteraron de esto y me dicen que ahora los extranjeros no están obligados a ponerse de rodilla -si bien, por respeto, deberían, por lo menos, descubrirse--. Al pasar frente a los -cuerpos de guardia, los soldados se hacen visibles y se oye el toque de los tambores. Ahora hacen sonar una campana grande, porque las pequeñas se confundían con las de los carros que surten de agua a la población.(3)
Esta ceremonia del Santo Viático despierta honda veneración: se dice que en otro tiempo hasta las mulas se miraban como sagradas. Cuando el cortejo pasa frente a los cafés y casas de juegos los ocupantes cesan sus diversiones y salen a arrodillarse. En el teatro la interpretación se interrumpe; actores y actrices se arrodillan en el escenario y el público sobre sus asientos. Varias veces he observado tales escenas con gran curiosidad, aunque a veces me he fastidiado con la venerable procesión, y he sido tan impío como para desear que hubiese tomado otra dirección. Recuerdo que durante la representación de una ópera, el cortejo pasó no menos de tres veces, interrumpiendo un delicioso dúo entre Rosquellas y la Tani.
El verano de 1824-1825 debe de haber sido muy malsano a juzgar por los numerosos cortejos del Sacramento que se veían por las calles. Generalmente estas visitas tienen lugar de noche. De cuando en cuando hay sonrisas, cuando la procesión elige un barrio muy concurrido y obliga a todo el mundo a arrodillarse. Frecuentemente se me presenta el contraste entre estas costumbres católicas y las de nuestra sobria Inglaterra.
Me cuentan que en el lecho del agonizante se toman muchas disposiciones y preparativos para esperar el Sacramento. No admiro tal cosa. El paciente, debilitado por su enfermedad, descubre que no hay esperanza de mejoría y suele desesperar. En estas ocasiones hacemos venir nosotros (los ingleses) a un pastor, sin pompa ni ceremonia: sus oficios son más bien los de un amigo y el enfermo se rinde suavemente a los propósitos deseados. Pero también deberíamos terminar con las horrendas campanas funerarias y el cierre de tiendas y ventanas: la vida nos recuerda con demasiada frecuencia la muerte para que tales complementos sean necesarios.
* * *
La sala en que se expone el cadáver es iluminada: grandes cirios rodean al ataúd y las paredes y mesas se hallan cubiertas de adornos blancos, cruces, etc. Las ventanas se dejan abiertas para que los transeúntes vean la lúgubre escena y reflexionen sobre la fugacidad de la existencia. Recuerdo mi sorpresa cuando vi por primera vez un espectáculo de esta naturaleza. El cadáver de una mujer de treinta años yacía en el ataúd; la tapa había sido retirada, las manos estaban cruzadas sobre el pecho y entre ellas se veía una cruz. El brillo del ataúd y las luces le daban el aspecto de una figura de cera; por unos momentos, no conociendo las costumbres del país, creí que era así.
Los muertos son enterrados dentro de las veinticuatro horas: precaución necesaria en un país de clima cálido. Los cementerios están repletos y ahora se llevan los cadáveres al Cementerio Nuevo, en la Recoleta, y se trasladan allí desde los cementerios de las iglesias, con lo que se producen escenas de confusión, en que madres, esposos y esposas prorrumpen en gritos al reconocer los cuerpos de quienes ya no esperaban ver más en este mundo.
Los carros fúnebres son de estilo francés, y los deudos no los siguen. Los parientes del muerto concurren al camposanto a recibir el cadáver, y las ceremonias religiosas tienen lugar unos días más tarde.
El fallecimiento de un sacerdote es anunciado por un tañido peculiar de las campanas. Las misas por el reposo del alma tienen lugar en varias iglesias, de acuerdo con los deseos de los deudos, que imprimen tarjetas de invitación. Cualquiera puede concurrir. Las personas respetables --que pueden permitírselo-- hacen celebrar muchas misas: pero esto es muy caro. La ceremonia dura de una a dos horas. Un ataúd simulado se coloca cerca del altar rodeado de luces. Si se trata de un militar u hombre público, la espada y sombrero se depositan sobre el cajón, y unos soldados disparan una salva en la puerta de la iglesia. Antes de terminar la misa se entregan velas a las personas del sexo masculino, para quitárselas y apagarlas unos minutos más tarde. Al final, los sacerdotes y acólitos, encabezados por el superior, se colocan en dos filas, junto a la puerta y reciben los saludos de los concurrentes.
Los parientes y amigos íntimos del difunto concurren a la casa del duelo (a veces al refectorio de la iglesia), donde se prepara un refrigerio de frutas, tortas, vino, licores, cerveza, etc. He escuchado buena música en estas misas, y el efecto no deja de ser impresionante: es una hermosa costumbre llevar una luz encendida durante el "réquiem", por los que amamos. Pero hay más sincero sentimiento en las simples ceremonias fúnebres de Inglaterra que en todos estos requerimientos a los sentidos. Un fantástico carro fúnebre para niños se ha puesto ahora de moda. Tiene ramilletes de plumas blancas en el techo y es tirado por dos mulas; el conductor, un muchacho, está ataviado como los jinetes de Astley.
Hasta el año 1821 los protestantes no tenían un cementerio fijo y, a fin de desviar la mala voluntad de la Iglesia, había que acudir a varios subterfugios para obtener algo parecido a un entierro cristiano. El gobierno dio autorización y un terreno cerca del Retiro, donde se erigió una capillita con un pórtico de orden dórico. El gasto alcanzó a $ 4.800, que fueron reunidos por los protestantes de todas las clases sociales: los ingleses fueron quienes más contribuyeron. El número de cadáveres allí enterrados, desde enero de 1821 a junio de 1824, era de 71, entre los cuales habían 60 ingleses. El servicio religioso es leído por cualquiera de los presentes.
En los entierros del Cementerio Protestante he visto muchos criollos, hombres y mujeres, atraídos por la curiosidad prestaban mucha atención, expresando su aprobación por nuestra costumbre de cavar la fosa muy honda.
Anteriormente a la habilitación de este terreno los protestantes eran enterrados sin que se leyera el servicio y con mucho descuido. Era un privilegio ser enterrado en un cementerio católico. Vi una vez el entierro de un marinero inglés en el Cementerio de la Catedral: un polizonte estaba presente para impedir que se empleasen medios ilícitos y tres o cuatro frailes rondaban por ahí. Los deudos del marinero, al verlos, declararon que era una vergüenza que no se hubiesen ofrecido para celebrar el servicio fúnebre. Pero ¿qué puede esperarse -añadieron- de un país tan anticristiano? Su descontento aumento ante la vista del mutilado cuerpo de un muchacho negro que, debido a la forma en que cavan aqui las tumbas, había surgido a la superficie.
(1) Adestes Fidelis.
(2) Adiós! edificio sombrío donde nunca muere el eco lúgubre de los suspiros de arrepentimiento.
(3) Carros Provistos de una campana van por las calles vendiendo agua. La ciudad está mal surtida, pues el agua del río es considerada malsana. Mr. Bevans, ingeniero, ha ordenado la excavación de un gran pozo en la Recoleta, que constituirá un manantial para la población. La obra continúa pero, hasta el momento presente, el agua tan deseada no se encuentra en ninguna parte.
Capítulo VIII

Policía. - Organización. - Hechos de sangre. - Hurtos. - Los pilletes de Buenos Aires. - Ejecuciones capitales. - Los pasaportes. - El ejército. - Indumentaria de soldados y oficiales. - Armamentos. - Castigos. - Bandas militares. - El aniversario de la Reconquista.
EN cada parroquia o barriada hay un alcalde que toma a su cargo los conflictos y querellas que tengan lugar dentro de su jurisdicción. También organiza la patrulla nocturna. Cualquier vecino del sexo fuerte puede ser obligado a formar parte de la patrulla o, de lo contrario, nombrar un sustituto y pagar seis reales. Como esto último sucede con frecuencia, los extranjeros lo consideran un impuesto. La patrulla está armada de mosquetes y bayonetas y marcha por las calles haciendo paradas en las tabernas, cafés, etc. Los oficiales subalternos de la policía o de otras oficinas públicas llevan una espada oxidada como emblema de su poder.
Hasta el mensajero que entrega la orden de concurrir a la patrulla nocturna llega armado de esa manera y a la menor provocación desenvaina la espada: esto se ha modificado algo en los últimos años.
Buenos Aires puede enorgullecerse de su población correcta y ordenada. Se cometen algunos robos, pero muchos menos de los que podrían ocurrir en una ciudad inglesa de igual población; allá tienen lugar más hurtos a pesar de la poderosa fuerza policial. He transitado por las calles hasta altas horas de la noche, y me he sentido tan seguro como en Londres y quizás algo más.
La única vez que me ocurrió algo desagradable en las calles fue cuando un soldado de guardia en el Cabildo intentó arrojarme de la vereda. No le di importancia al suceso, pero un amigo criollo insistió en que debía quejarme, alegando que en Londres se protegería a los extranjeros insultados. Fue conmigo al Departamento de Policía y presentó su queja ante un oficial. El soldado fue suspendido: parecía estar ebrio.
El inconveniente de este país es que, aun entre las clases inferiores, basta la rencilla más leve para que salgan cuchillos a relucir. Lo que en Inglaterra terminaría con ojos amoratados y narices sangrientas termina aqui con un homicidio. Hasta que un castigo rápido y certero sea la consecuencia de estos actos, no podrá impedirse nada.
La criminalidad ha disminuido desde que Rivadavia asumió el mando y se dio un decreto prohibiendo el uso de cuchillos. Pero la costumbre no ha desaparecido. Las sanciones son tardías y la probabilidad de que el criminal quede pronto en libertad de vengar sus días de cárcel, hace que la gente guarde silencio. En Inglaterra, donde la ley es severa, todos ayudan a prender un criminal, pero aqui hay mucha tibieza a ese respecto. En el término de tres años varias personas fueron asesinadas. Me inclino a pensar que una ley basada en el plan de Lord Ellenborough sería eficaz. Hace algunos meses, un portugués apuñaleó al sirviente de Mr. Bevans -el ingeniero cuáquero-, en pleno día. Los ingleses enemigos del “box” deberían meditar si es útil suprimirlo cuando ello podría dar lugar a que las disputas se decidieran con resultados fatales.
Mucho antes de mi llegada era frecuente ver expuestos en la Plaza los cadáveres de quienes habían hallado la muerte en una pendencia, con el objeto de que fuesen reconocidos por parientes y amigos. Había un platillo al lado, destinado a recolectar dinero para el entierro.
Estos asesinatos se producen entre el populacho y suelen ser consecuencia de una disputa entre ebrios. Cumpliré con la justicia al decir que no he tenido noticias de ningún asesinato deliberado, ya fuera la víctima criollo o extranjero.
Los anales de crímenes de Buenos Aires están exentos de los refinados asesinatos de nuestra refinada Europa; y hasta, siento decirlo, de los de nuestra Inglaterra. No podemos citar nuestra patria como ejemplo al censurar los crímenes individuales de otros países.
Las puñaladas eran algo tan corriente en Buenos Aires que nadie se ocupaba de prender al criminal. Si por casualidad era cogido, bastaba una breve prisión en el calabozo para que el homicida quedara en libertad de cometer más crímenes. Me han hablado de un hombre que cometió seis o siete crímenes con aparente impunidad.
Que las cosas tengan este carácter despierta el asombro de todos los extranjeros. Cuando los extranjeros llegaban por primera vez tenían costumbre de transitar armados por la noche; pero tal cosa no sucede ahora: cobran pronto confianza.
Los procedimientos de los ladrones criollos son tan ingenuos corno los de ladrones ingleses de segunda categoría. Una de sus operaciones consiste en enganchar trajes, ropa blanca, u otros objetos, de 1as habitaciones, por medio de un palo largo que termina en un gancho. Si las ventanas no se cierran por la noche ha .peligro de ser robado, aunque los barrotes, y de hierro deberían impedir la entrada. Unos amigos míos que residían en el Hotel Americano fueron burlados una noche por estos caballeros. Aun cuando eran tres en el cuarto, no descubrieron la falta hasta la mañana, al echar de menos sacos, pantalones, etc.; un escritorio había sido arrastrado hasta la ventana y los objetos valiosos extraídos; se veían papeles esparcidos por la calle y el cuarto. La comprobación del robo por la mañana y los juramentos de mis amigos contra los ladrones, eran de reír. Otro amigo despertó al amanecer y observó que su chaleco bailaba en el medio del cuarto, colgado de un palo, y que el brazo de un hombre lo sostenía a través de los barrotes de la ventana. Mi amigo tenia una espada y hubiera podido cortar el brazo del ladrón, pero la caridad le llevó a dar un grito de alarma; palo y chaleco cayeron entonces y el ratero huyó, Serias pérdidas de documentos han ocasionado a veces estos robos.
Los muchachos que rondan los teatros pidiendo la contraseña constituyen un verdadero tormento. Son grandes ladrones y muy desvergonzados. Debe a sus habilidades la pérdida de varios pañuelos de bolsillo. Habiéndome negado una noche a darles la contraseña me siguieron secretamente y cerca de la Iglesia de la Merced tuve la sorpresa de ser recibido por una lluvia de piedras y cascotes. Perseguí a los bribones sin alcanzarlos.
Los soldados procuran ahora impedir estás ocurrencias y dos o tres que han sido sorprendidos recibieron el consiguiente castigo.
Los muchachos de las calles de Buenos Aires son tan sucios y revoltosos como los de Londres, pero sin la audacia y el impulso belicoso de 1os muchachos ingleses. Algunos de sus juegos son semejantes a los nuestros (barrilete, bolitas, etc.).
Tienen un sistema de jugar a los barriletes que podría denominarse "corsario"; colocan un cuchillo en la cola del barrilete, con el cual tratan de enredar otros para cortarles el hilo y si lo consiguen, cuchillo, barrilete e hilo, todo resulta presa legal. No juegan al "críquet", ni al aro, ni a la peonza ni al salto. Suelen cabalgar con gran destreza sobre ovejas enjaezadas como caballos.
Los muchachos de las clases superiores son muy corteses y tienen maneras muy agradables; están por encima de nuestros muchachos ingleses en este sentido. Son educados muy cuidadosamente y no encontrarnos en ellos la aspereza de ni jóvenes compatriotas. Los muchachos criollos se dirigen a los extranjeros con el sombrero en la mano, dando muestras de gran deferencia.
En mi estadía en Buenos Aires he tenido la suerte de mantenerme alejado de todo trámite legal, y nunca -a no ser últimamente-- concurrí a los Tribunales por otros motivos que no fueran los de mera curiosidad. Sin embargo se solicitó mi presencia para informar de la moralidad de un marinero inglés que fue tomado preso en el Cabildo a raíz de una trifulca. Visité la prisión y encontré al hombre paseándose en un vasto patio, rodeado de otros prisioneros. Me informó del tratamiento bondadoso que allí había recibido. El juez (un hombre muy caballeresco), después de escuchar los informes puso en libertad al marinero, sin que fuesen necesarios más testigos. Mr. Pousset, el vice-cónsul, tomó participación en el asunto, recibiendo toda clase de atenciones de parte del juez.
Para las ejecuciones capitales se usa el fusilamiento. Muchos piensan que la horca sería más apropiada para castigar el asesinato, y que la muerte del soldado debe ser dejada tan sólo para los soldados. A pesar de esto, opino que la muerte borra todos los crímenes.
El reo condenado a recibir azotes es colocado sobre un caballo o mula, con las espaldas desnudas y las manos atadas. El castigo tiene lugar en el cruce de las calles: siempre que me ha sido posible he evitado la vista de tales escenas. Cierta vez presencié una: el desdichado no parecía sufrir mucho, e imaginé que en la escuela me habían azotado con la misma fuerza. Parecía que le golpeaban una docena de veces, con un objeto de madera semejante a un cepillo de piso provisto de púas.
Algunos presos trabajan en las calles, asegurados por fuertes grilletes.
Los marineros son castigados enviándoles a trabajar en los astilleros o en las calles.
Hacia fines de 1824, la criminalidad aumentó considerablemente en Buenos Aires. Dos negros asesinaron bárbaramente a un genovés que tenía una hojalatería cerca de la Iglesia del Colegio. Los criminales fueron apresados y fusilados en el Retiro; luego se colgaron sus cuerpos públicamente. Un muchacho complicado en el crimen que había facilitado la entrada de los criminales, salvó su vida por no tener la edad establecida por la ley: no obstante presenció la ejecución. Dos individuos penetraron en la casa de Mr. Nelson, un comerciante inglés, e hirieron a un sirviente en varias regiones del cuerpo; al darse la voz de alarma los criminales huyeron. El criado curó de sus heridas. Muchos otros robos han tenido lugar, entre ellos el perpetrado a Mr. Parvin, clérigo americano, y a tres de sus amigos, quienes fueron despojados de sus ropas en las afueras de la ciudad.
La primera ejecución de un monedero falso tuvo lugar en febrero de 1825 en la persona de Marcelo Valdivia, fusilado en el Retiro. Según la vieja ley española, a los monederos falsos se les cortaba la mano. Este joven había sido condenado a muerte, pero su pena fue conmutada por una exposición en la Plaza, encarcelamiento por ocho años, y destierro hasta el fin de sus días. En julio de 1824 soportó la primera parte de su condena. Permaneció sentado cuatro horas en la Plaza con los billetes falsos colgando del pecho. En la prisión falsificó algunos documentos, entré otros uno en que se ordenaba su libertad. El gobierno ha sido muy aplaudido por la firmeza con que castigó a este criminal. Los amigos del reo solicitaron vanamente la intervención del cónsul británico. El coronel Forbes, un americano, fue muy censurado por haber intervenido en 1821 en favor de un criminal, salvándole la vida.
Una negra fue fusilada por atentar contra la vida de su señora. La ejecución de una mujer es bastante rara en este país. Pese a lo mucho que ha adelantado la jurisprudencia criolla, todavía tiene mucho que aprender: sobre todo es deficiente la ley que ordena el encarcelamiento de las personas antes del juicio. Tuve ocasión de observar los dos casos que narro a continuación: Con motivo de la primera emisión de papel moneda se descubrieron algunas falsificaciones. Un capitán inglés, West por nombre, del barco Fortuna, conversando a este respecto en una taberna, observó que una falsificación podía ser hecha con facilidad y rapidez. Enterada de esto, la policía le envió a prisión, por sospechar que West pudiese estar complicado en las falsificaciones. Fue puesto en libertad después de varios días.
En otro caso, el capitán Harrison, de la embarcación Asia, sufrió un encarcelamiento de un mes por haber dado la falsa información de que Montevideo estaba bloqueado, lo cual era en parte verdad: barcos brasileños de guerra habían sido avistados allí en el momento en que el Asia partía para la Colonia.
Si estos procedimientos se siguieran en Inglaterra, tendríamos que edificar tantas prisiones como iglesias, pues... ¿qué sería entonces de los caballeros de la Bolsa de Comercio? El juicio por jurados, el único aceptable, todavía no se conoce en la América del Sur. Los abusos no pueden ser rectificados inmediatamente; ya han tenido lugar sucesos inconcebibles.
Los procedimientos legales son aquí costosos y tardíos, como en todas las partes del mundo. Ayudados por declaraciones, interrogatorios, etc., los pleitos duran años para regocijo de los abogados. Pero las engorrosas y viejas leyes españolas han sido reformadas, sobre todo en lo referente a los extranjeros y sus propiedades. Según estas leyes, cuando un extranjero moría su propiedad pasaba al Estado.
Para salir de Buenos Aires, aunque sea para dirigirse a un pueblo vecino, hay que obtener pasaportes, que cuestan dos pesos si se abandona el país y cuatro reales si el viajero parte a una ciudad del interior. Causa sorpresa que los ingleses prescindamos de estos requisitos; a unos viajeros procedentes de Inglaterra se les pidió al salir sus pasaportes ingleses. El ejército regular de la provincia cuenta de dos mil a tres mil hombres, distribuidos en seis regimientos: tres de infantería y tres de caballería. En la infantería hay un regimiento de artillería, otro de cazadores y otro de línea. Hay también dos regimientos de cívicos (o milicia).
Las tropas han mejorado considerablemente en cuanto a aspecto y disciplina, de los cuales estaban muy faltas. Hoy mismo no puede alabarse la organización de los ejércitos. Las maniobras son escasas: formación de líneas, compañías, etc., y algunos movimientos menores, como ejercicios de tiro, etc., que constituyen toda su preparación para una posible guerra.
El súbito cambio de frente, la columna cerrada, los cuadros sólidos, la rápida formación en línea y los asaltos con bayoneta no pueden verse en Buenos Aires. No podrían oponer más que una resistencia débil a soldados veteranos, pero en la defensa de una ciudad, con ayuda de los habitantes y las fortificaciones de las casas, serían invencibles. Aconsejarla yo a los criollos que utilizasen este último método en el caso de que su ciudad fuese atacada nuevamente.
El cuerpo de artillería es mejor: manejan los cañones con habilidad y poseen un buen tren de artillería de seis, ocho y doce libras tomado a los españoles en Montevideo y otros lugares. Se hacen repetidos ejercicios por la mañana temprano, en la playa, con estos cañones. La chaqueta de los soldados es azul con vueltas blancas, rojas y verdes; llevan gorras semejantes a las de nuestra infantería. El traje de cuartel consiste en una gorra de la cual cuelga una cinta lateral, y pantalón de todos los colores: algunos soldados no llevan ni zapatos ni medias. Los reclutas no visten desde un principio el uniforme, sino que se les deja andar sucios y harapientos. La población no tolerarla la forma en que se reclutan soldados en Europa: toman a quien pueden, y por ello no debe provocar asombro que los equipos y materiales del ejército dejen mucho que desear.
Si los soldados en su indumentaria parecen del famoso regimiento de Sir John Falstaff, no sucede así con los oficiales, quienes lucen uniformes vistosos y ostentan sombreros de tres picos provistos del escudo nacional. Los subalternos son jóvenes; los coroneles tienen aspecto muy militar. El coronel Ramírez, con su chaqueta azul y sus charreteras de oro, me recuerda siempre a un marino británico, y el coronel Álvarez, que fue herido cuando nuestro ataque a Montevideo, me trae a la memoria el Raimundo del teatro de Drury Lane.
Hay algunos oficiales franceses y alemanes de servicio: los primeros, con sus chaquetas azules y sus vueltas blancas, parecen soldados de Napoleón.
El único oficial inglés del ejército criollo es un caballero llamado Carlos Bowness, quien después de una residencia de quince años en el país, parece más español que inglés. Salió de Inglaterra muy joven y no ha vuelto a saber nada de su familia.
Muy pocas veces se ven oficiales militares sin uniforme: solamente en el teatro, en los cafés y en la asamblea. Pero la costumbre va cambiando y cuando no están de servicio se da ahora preferencia al traje civil. En Europa estamos en diario contacto con militares, y constantemente nos recuerdan el despotismo militar.
Los soldados de infantería están armados con un mosquete y una bayoneta: los mosquetes tienen la marca de la Torre de Londres, y lo mismo que los sables de la caballería, necesitarían más cuidado del que se les presta. Los sargentos de infantería no llevan alabardas. La caballería regular tiene pocos soldados y no son tan brillantes como el regimiento del marqués de Angulema o el 10º de Húsares.
Los azotes como castigo son empleados en los cuarteles: he oído los lamentos de los azotados en un regimiento de negros instalado cerca de mi alojamiento. Me temo que sea imposible conservar la disciplina sin este procedimiento. Si no fuera así la opinión pública ya habría hecho suprimir este castigo en Inglaterra.
Las bandas de música que integran los regimientos han hecho notables progresos: hace tres años no se les podía oír. Desgraciadamente, las autoridades militares no nos proporcionan muchas oportunidades de apreciar sus talentos. Tenían costumbre, en las noches hermosas de verano, de salir del Fuerte a las nueve (en invierno a las ocho) y atravesando la Plaza situarse en una de las calles adyacentes, por, lo general la calle Victoria a la cual nosotros llamábamos "Bond Street", por ser la calle de moda y tener muchas tiendas. Allí nos entretenían una hora o más, y he tenido el placer de escuchar muchas tonadas que me encantaron en Europa, como la obertura de Lodoiska. Otra atracción era la concurrencia de niñas en las horas nocturnas: más de un enamorado (“cuan dulce suena la voz de los amantes en la noches”) aprovechaba la ocasión para hablar a su amada. En las, noches de luna he observado los talles y los rostros de las bellas jóvenes, no afeados por ninguna gorra; pero los enemigos de la música me han privado de ese placer: me agradaría que leyeran la observación de Lorenzo en El mercader de Venecia, referente a las personas que no gustan de la música. Sin embargo, cerca de cuatro veces por semana, a las ocho o nieve de la noche, una de las bandas militares que marcha del Fuerte al Retiro suele interpretar buenos trozos de música. Cuando la noche es hermosa hay una numerosa concurrencia. La constante práctica ha dado flexibilidad a la interpretación musical se tocan hermosas piezas, incluyendo la obertura de Lodoiska y la polonesa de la ópera El gabinete. Siempre me acuerdo de Braham al escuchar esta última pieza, y del entusiasmo con que el público de Londres aclama a canción.
Los uniformes de las bandas están hechos a la turca, y aunque no tan espléndidos como los de nuestro tercer regimiento de guardias de a pie, pueden compararse a los uniformes de soldados de línea. Los instrumentos son de fabricación inglesa; poseen todo lo que constituye una banda militar: triángulos, címbalos y cascabeles como nuestro primer regimiento de guardias.
En 1820, algunos tenderos y artesanos ingleses, en un exceso de comedimiento, decidieron formar un cuerpo de caballería que constituiría el cuerpo de guardias del gobernador. Veinte o treinta hombres se vistieron con un uniforme azul claro y gorras estrambóticas y concurrieron al desfile como parte integrante de las fuerzas armadas de la Nación. La maniobra que llamamos de "San Jorge" y el ejercicio corriente de no formaban parte de su adiestramiento. Ya sea porque los ingleses no hacen buena figura al servicio de un país extranjero, ya sea porque la opinión pública, desde la caída de Coriolano, no es favorable a estos internacionalismos, lo cierto es que el antedicho regimiento fue decreciendo en número hasta reducirse a cinco o seis humildes componentes.
Hasta hace poco tiempo era costumbre disparar cañonazos en el Fuerte el 4 de julio, aniversario de la expedición Whitelocke. Estoy agradecido que nos hayan ahorrado la mortificación de recordar este desdichado suceso: es un que oprime el corazón. Nadie que vea las casas de Buenos Aires puede dejar de reconocer la imposibilidad de tal ciudad empleando la táctica que por desdicha fue la nuestra y teniendo una población enfurecida en contra; población que desde lo más alto hasta lo más bajo, era nuestra enemiga. Personas bien informadas saben que con cinco o seis cuerpos de ejército y una artillería adecuada se hubiera podido tomar la ciudad sin entrar en ella, y, más aún, hubiera sido posible conservarla. Los españoles no tenían tropas que oponernos aunque toda la población se hubiese volcado en las calles, el resultado no podía ser más que nuestro triunfo, pues como contestara el general Ross a un americano amigo mío (en Baltimore) prisionero entonces suyo: -"Me interesan los regulares de línea. De las milicias me río." Me dicen que nuestros heridos fueron tratados con bondad, sobre todo por las mujeres --que se habían revelado en la ocasión como encarnizadas enemigas-. Los "ingleses herejes" ya no son mirados con el mismo horror que en otros tiempos.
En. el almanaque anual ha sido agregado el siguiente párrafo al fatal 4 de julio: -"Servicio en la Iglesia de Santo Domingo: acción de gracias a Nuestra Señora del Santísimo Rosario por el triunfo obtenido sobre 12.000 ingleses que nos atacaron en el año 1807." Con "Macbeth" exclamaré: "¡Sea para siempre maldita esa infausta hora!"
Que este éxito inesperado les haya inflado la imaginación, era inevitable, pero, para hacer justicia a esta buena gente, diré que en presencia de ingleses nunca mencionan el episodio. Todos saben las desventajas que hubimos de soportar, y que nuestras tropas fueron expuestas a una terrible masacre.
Podría llenar páginas con las anécdotas que he oído de Beresford, Pack y otros oficiales. Pero es un tema que no me atrae.

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