PLAN MAITLAND


Plan para capturar Buenos Aires y Chile y luego emancipar el Perú...
Estimado Señor:
Hace un tiempo tuve el honor de someter a su consideración el borrador de un plan para atacar los asentamientos españoles en el Río de la Plata.
Mi objeto era procurar a Inglaterra un beneficio grande, aunque en cierto modo limitado, abriendo un nuevo y extenso mercado para nuestras manufacturas.
Ignorando cuán sensible era el asunto, o si la toma de esos asentamientos coloniales españoles podría satisfacer al Gobierno de Su Majestad, me limité a planear la mera obtención de un beneficio temporario, aunque considerable, y decliné entrar en la consideración de un proceso más amplio, que tuviera como objetivo la emancipación de esas inmensas y valiosas posesiones y la apertura de una fuente de permanente e incalculable beneficio para nosotros, resultado de inducir a los habitantes de los nuevos países a abrir sus puertos y recibir nuestras manufacturas, de Gran Bretaña y de la India.
Desde entonces, sin embargo, he tenido el honor de conversar con usted, y le he encontrado a usted inclinado, antes que a obtener un beneficio parcial, a adoptar una visión general del asunto. En consecuencia, he volcado mi atención a Sudamérica en su conjunto, a fin de considerar cómo se puede hacer impacto en todas las colonias españolas sin emplear una parte muy considerable de nuestras fuerzas disponibles ni trastornar en exceso ningún otro objetivo del corriente año.
Dada la inmensa extensión de las posesiones españolas, y las diferencias de situación y clima, así como la conocida debilidad del gobierno español, es difícil mencionar una parte de esas posesiones que no sea extremadamente vulnerable a una empresa militar de cualquier tipo, pero debe observarse que esas mismas causas contribuirán grandemente a obstaculizar el éxito de un plan destinado a tener efecto sobre el conjunto de las posesiones.
Se requiere, por lo tanto, una cuidadosa consideración antes de decidirse por un plan que, además de procurarnos inmediata posesión de alguno de esos países, también tenga un poderoso efecto sobre los otros y los induzca a compartir nuestros objetivos.
Es igualmente difícil, desde tan lejos, concertar un plan tal que le permita a una fuerza que actúe en la costa occidental [sobre el Océano Pacífico], cooperar y comunicarse con otra fuerza que debe actuar en el este, de modo de operar unificadamente, en frecuente y efectivo contacto con los Ministros de su Majestad.
Me parece perfectamente claro que, cualquiera sea la extensión que le demos a nuestras operaciones hacia el este del Cabo de Hornos, esas operaciones no pueden sino tener un efecto lento, y de ninguna manera seguro, sobre las posesiones españolas en Sudamérica.
Una expedición a Caracas desde las Antillas, y una fuerza enviada a Buenos Aires, podrían realmente proveer a la emancipación de los colonos españoles en las posesiones orientales, pero el efecto de tal emancipación, aunque considerable, no podría jamás ser tenido por seguro en las más ricas posesiones de España en la costa del Pacífico, y es menester observar que la razón por la cual los españoles han asignado importancia a sus posesiones orientales es que ellas sirven como defensa para proteger sus más valiosas posesiones occidentales.
Es razonable imaginar que, si bien nosotros, desde nuestro superior conocimiento y habilidad, podemos sentirnos capaces de llevar a cabo una operación en el oeste de Sud América, la ignorancia y el prejuicio de los españoles los inducirán a suponer que semejante esfuerzo es impracticable. Confiando en la supuesta fuerza de su situación local, y no obstante el recelo que nuestras operaciones en el este puedan provocar, ellos se sentirán aun capaces de mantenerse firmes en las más ricas posesiones al oeste.
Por lo tanto, yo concibo que, con vistas a un impacto sobre el conjunto de las posesiones españolas en Sud América, nada sustancial puede lograrse sin atacar por ambos lados, aproximadamente al mismo tiempo, con un plan y una coordinación tales que nos permitan reducirlos, por la fuerza si fuera necesario, en todas sus inmensas posesiones sobre el Océano Pacífico. [Tachado: Y es con este propósito que ahora tengo el honor de someter a usted el siguiente detalle de un plan que, sin ser muy optimista, ofrece a mi juicio una clara posibilidad, al mismo tiempo que me parece el único modo practicable de alcanzar tamaño objetivo nacional].
En el este, como ya lo indicara en mi anterior escrito, yo humildemente he concebido un ataque sobre Buenos Aires que, para darle una alta probabilidad de éxito, se realizaría con 4.000 efectivos de infantería, 1.500 de caballería desmontada y una proporción de artillería.
Esta expedición debería partir en mayo, para llegar a la boca del Río de la Plata hacia fines de julio, con lo cual tendría tres meses para actuar, antes de que comiencen las fuertes lluvias [?]. Una vez capturadas Buenos Aires y Montevideo, su objeto debería ser enviar un cuerpo a tomar posición al pie de la falda oriental de los Andes, para cuyo propósito la ciudad de Mendoza es indudablemente el lugar más indicado.
La formación de la expedición naval que debe llegar por el Pacífico es un asunto de mayor dificultad y, a mi entender, sólo puede practicarse del siguiente modo.
Yo propondría que la fuerza fuera la siguiente:

Infantería: 3.000
Caballería desmontada: 400 con una proporción de artillera

Esa fuerza debería ser reunida y empleada en la siguiente manera. 1.500 infantes, o dos regimientos, deben dirigirse de Inglaterra al Cabo de la Buena Esperanza en barcos destinados en última instancia a Sud América.
La infantería a bordo debe desembarcar en el Cabo y ser reemplazada por igual número de efectivos, destinados al objetivo final, que han de ser enviados inmediatamente a Botany Bay, donde se efectuará el rendezvous de toda la expedición.
Los otros mil quinientos serán provistos por la India, desde donde se dirigirán, apenas estén listos, directamente a Botany Bay. Allí debe ensamblarse todo e impartirse las últimas órdenes.
El objetivo de esta fuerza, en mi opinión, debe ser indudablemente Chile, y mi razón para creer esto es que, en primer lugar, Chile está a barlovento del rico asentamiento de Perú en México [sic]. Tomando Chile, cortaremos las provisiones de grano, que son absolutamente esenciales para la existencia de las otras provincias. Y estableciendo una comunicación con una fuerza que actúe en el este, le daremos solidez y estabilidad al conjunto de nuestra operación.
Si el plan fuera exitoso en toda su extensión, el Perú quedaría inmediatamente expuesto a ser ciertamente capturado y, alimentando a nuestra fuerza en Buenos Aires, últimamente podríamos extender nuestra operación hasta desmantelar todo el sistema colonial, aun por la fuerza si resultare necesario.
En cuanto a la fuerza del este, su poderío debe naturalmente asegurarnos contra el fracaso. En cuanto a la fuerza del oeste, puede ser apropiado hacer una o dos observaciones.
Si resultara que los españoles tienen la fuerza suficiente para hacer que un inmediato ataque sobre Valparaíso o Santiago resulte desventajoso en el primer momento, nuestra fuerza debe dirigirse al río Bío-Bío y obtener refuerzos mediante un trato con los indios, que son muchos y se hallan constantemente en hostilidad con los españoles. Así los describe el muy inteligente, aunque desafortunado, navegante [Jean Francois de Galaup, conde del La Pérouse: "Es impropio dar a esa gente el nombre de sujetos del Rey de España, con quien ellos están casi siempre en guerra. La función del Comandante español es, en consecuencia, de gran importancia. Él está al mando de las tropas regulares y de la milicia, lo cual le da gran autoridad sobre todos los ciudadanos. Además, tiene a su cargo exclusivo el gobierno del país y está obligado a pelear y negociar incesantemente".
Si acaso algún accidente impidiera que la fuerza occidental tuviera éxito en primera instancia y en la medida deseable, entonces parece haber poca duda de que adoptando este modo alternativo de operar se podría últimamente alcanzar el mismo fin.
En suma, así como no me cabe la menor duda sobre la posibilidad de llevar a cabo el plan expuesto, tampoco dudo de su éxito inmediato y de su resultado final, que dejará completamente abierto todo el comercio con las colonias españolas, proveyéndonos un beneficioso medio de disponer de nuestras manufacturas, lo cual impediría cualquier recesión comercial al restablecerse la paz con España, que nosotros naturalmente debemos buscar, pero que requiere adoptar algunas medidas para asegurar la libertad de comercio con las colonias españolas. Si nosotros aseguramos eso, estaremos en una situación de esplendor comercial y naval infinitamente más grande que la que tenemos actualmente.
Hay una serie de consideraciones vinculadas a este asunto que necesitan alguna explicación, sobre todo aquellas que conciernen a la recompensa.
En todos los planes que y he visto, los emolumentos de os individuos parecían ser la parte más importante a considerar. Para mí es realmente lo último en lo que hay que pensar, y no vacilo en decir que el servicio es de una naturaleza diferente al de cualquiera otro que se haya intentado hasta ahora, de modo que las reglas necesarias para su éxito deben ser propias de esta operación. Nadie puede querer impedir que los hombres que se embarcan para una expedición tan remota reciban todo tipo de beneficios, acordes a su situación, siempre que tales beneficios no operen contra el objeto mismo que el gobierno ha tenido en cuenta al formar la expedición.
Se me ha ocurrido, por lo tanto, que así como, por un lado, yo otorgaría como premio todo tipo de propiedad pública, por otro lado, prohibiría que se considerase a ese efecto propiedad privada alguna.
El cruce de los Andes desde Mendoza hacia las partes bajas de Chile es una operación de alguna dificultad que toma cinco o seis días. Aun en verano, el frío es intenso, pero con tropas a ambos lados, cuesta suponer que nuestros soldados no pudieran seguir una ruta que ha sido adoptada desde hace tiempo como el canal más apropiado para importar negros a Chile.
Expondré ahora, con la mayor brevedad posible, mi visión sobre este muy importante asunto, avanzando sobre lo ya dicho. Cuanto más lo pienso, más me convenzo de que, a fin de lograr nuestro objetivo, es indispensable prestar atención a ambas posiciones (sobre el Pacífico y sobre el Atlántico). Primero, no se puede hacer un impacto sobre el conjunto si no se ataca por ambos lados. Segundo, un ataque sobre ambos lados sin conexión o relación entre sí, aun cuando ambos sean exitosos, no nos conduciría a nuestro gran objetivo, que es abrir el comercio de toda Sudamérica.
El destino de las fuerzas es una decisión que ofrece alguna dificultad.
La perspectiva de un beneficio inmediato e inmensa riqueza naturalmente inclinará a los participantes en esta operación a dirigir sus miradas, de inmediato, a las ricas provincias de Perú y Quito. Pero yo confieso que no puedo evitar este sentimiento: semejante intento, por más que pudiera obtener un rápido éxito, de ninguna manera conduciría, al final, a la emancipación de esas provincias, ni a asegurarnos a nosotros los beneficios del comercio permanente con esos países.
Un golpe de mano en el puerto del Callao y la ciudad de Lima podría resultar probablemente exitoso, y los captores podrían obtener mucha riqueza, pero ese triunfo, a menos que fuéramos capaces de mantenernos en el Perú, terminaría provocando la aversión de los habitantes a cualquier conexión futura, de cualquier tipo, con Gran Bretaña.
Por la información que yo he podido examinar, el clima en Perú y Quito no sólo es, como en todos los países tropicales, altamente desfavorable a la constitución de los europeos, sino que tiene, además, sus propios males locales.
Cualquiera sea la fuerza que nosotros podamos poner en tierra, por un lado el clima tórrido debilitaría nuestra facultad para actuar, y por otro lado, las enfermedades del país disminuirían diariamente nuestro número.
La posesión de una inmensa riqueza terminaría, según concibo, introduciendo la codicia entre las tropas y la situación de aislamiento en la cual ellos se encontrarían, sin ninguna información ni comunicación con su país nativo, indudablemente provocaría una disposición general al retorno, tan pronto como la avaricia hubiera sido suficientemente saciada. De semejante plan de operaciones, confieso ya mismo por lo tanto, no veo cómo podría derivarse un probable beneficio, que fuera honorable para nosotros como pueblo, o nos resultare permanentemente beneficioso.
Con vistas, entonces, a un efecto general y permanente al oeste del Cabo de Hornos, parece indispensable ocupar en primera instancia alguna posición que no sólo preserve la salud de nuestras tropas, sino que abra una vía de comunicación con nuestras tropas al este del Cabo de Hornos (en el Río de la Plata), permitiéndonos finalmente atacar las provincias tropicales con mayor grado de seguridad sobre el éxito y la estabilidad del logro.
Es por eso que yo considero que el único modo eficaz de llevar adelante nuestros planes seria emplear nuestras fuerzas en primera instancia contra Chile, y mi punto de vista sobre el plan bajo el cual debería operarse es como sigue.
Quizás sea necesario manifestar que mi opinión ha sido fuertemente influida por el relato hecho, sobre este mismo asunto, por un Monsieur [?], ingeniero jefe de Monsieur La Pérouse. Siendo un ingeniero francés de alto rango, y dada la naturaleza de los servicios que estaba prestando, debemos dar cierto crédito a su juicio y discernimiento.
Este ingeniero, por un lado, no especifica el número de hombres que debe desembarcar un enemigo, pero como, por otro lado, dice cuál es la fuerza que puede ser opuesta a tal enemigo, estamos en condiciones de formarnos un prudente juicio de cuál sería el resultado de una operación militar, limitada a los esfuerzos de su propia fuerza, sin tener en cuenta la situación política del país.
Este hombre parece opinar que, por un lado, cualquier esfuerzo militar que descansare sólo en su propia fuerza fracasaría inevitablemente; y que cualquier otro que se hiciera en concertación con los indios inevitablemente tendría éxito; lo cual, con independencia de sus juicios, me parece tan perfectamente fundado en los principios de una sabia política y sentido común que no tengo dudas en decir que me parece la única línea que podemos prudentemente adoptar. La medida del éxito será al final la aniquilación del poder español.
Sin embargo, para poder hacer esto con eficacia, será necesario primero un perfecto entendimiento con los indios, mucho antes de que nuestra fuerza militar aparezca en la costa de Chile, lo cual sólo puede ser logrado mediante una comunicación que debemos establecer con ellos desde Buenos Aires.
Para cumplir este gran objetivo, él debe ser uno de los asuntos de la mayor atención para el oficial que se envíe a Buenos Aires. Los indios sudamericanos, según se afirma universalmente, poseen muchas de las cualidades de los indios norteamericanos, particularmente la de la inviolabilidad del secreto. Nuestros planes pueden, por lo tanto, ser tranquilamente explicados a ellos, quienes están completamente preparados para actuar, tan pronto como nuestra fuerza arribe a la boca del Bío-Bío, el río que separa el territorio español del indígena. El establecimiento de esta comunicación no puede ser asunto de gran dificultad y como nosotros de hecho no podemos tener ningún objetivo que no esté perfectamente de acuerdo con sus sentimientos, no puede caber duda sobre nuestro éxito.
La fuerza que partirá de Botany Bay deberá dirigirse directamente a la bahía de Concepción y, en coordinación con los indios, destituir al actual gobierno de Chile, al mismo tiempo que ocuparse de abrir una rápida comunicación con las fuerzas de Buenos Aires.
Logrado este último propósito, el conjunto de nuestras posiciones obtendría de inmediato un grado de estabilidad y solidez mayor que cualquier posesión de los españoles en sus otros asentamientos, tanto en el este como en el oeste. Una comunicación directa será inmediatamente abierta con Inglaterra _para recibir instrucciones y tropas, que ya no será necesario transportar en barcos a través del Cabo de Hornos.
Chile se convertiría en un punto desde el cual podríamos dirigir nuestros esfuerzos contra las provincias más ricas. Una vez que hubiésemos adquirido la sólida posesión de la primera, la naturaleza y forma de nuestras expediciones contra las otras serían muy diferentes.
Sin ir más lejos, entonces, con la adquisición de Buenos Aires y Chile habríamos logrado nuestro propósito en gran medida y, dada la coherencia de nuestros planes, estar en posesión de esos dos puntos haría, sin duda, que el efecto de tales expediciones fuera naturalmente sólido, permanente y beneficioso.
El fin de nuestra empresa sería indudablemente la emancipación de Perú y México [Quito], lo cual sólo se podrá lograr mediante la inmediata posesión de Chile.

[Notas]

El tipo de comunicación entre Buenos Aires y Santiago de Chile es perfectamente explicado por una variedad de autores. La distancia total supera las 1.000 millas, pero los medios de transporte son tan abundantes, y la cantidad de caballos y ganado tan inmensa, que no puede haber dudas sobre la posibilidad de enviar de un lado a otro tropas ligeramente equipadas.
Parece ser que hay postas a lo largo de todo el camino, y la facilidad de viajar puede deducirse del hecho que, en los carruajes que van de Buenos Aires a Mendoza, la tarifa por el transporte de 609 kilos de mercadería, a una distancia de 264 leguas, es poco más de dos dólares, aun en ese país, donde las barras de metal precioso son tan abundantes.

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