FORMACIÓN POLÍTICA -Clase 6-
Clase Nº 6
- AMÉRICA
Humboldt calcula en 5.445.000.000 de pesos los metales preciosos que ingresaron desde América a Europa al cabo de tres siglos de colonización –de los cuales 4.746.200.000 llegaron a España, aunque bueno es recordar que ésta sólo sirvió de intermediario–. Entre el siglo XVI y el XIX se quintuplicaron las existencias de oro en Europa, triplicándose las de plata. Con razón podrá afirmar un latinoamericano en nuestros días:
"Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y neocolonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convierten en veneno".[1]
Otro tanto les ocurrirá a las tristemente célebres Indias Orientales, la Compañía Inglesa percibió en sus primeros viajes a esos territorios ganancias que oscilaron entre un 195 y un 334 por ciento y es cosa ya bastante conocida el hecho de que el mismo Vasco Da Gama retomó a Lisboa (en 1499) con un cargamento que pagó setenta veces el costo de la expedición y produjo un beneficio del 6.000 por ciento. Con razón afirmará también uno de los adalides de la modernidad imperial –Adam Smith–: "El descubrimiento de América y el del paso a las Indias Orientales por el Cabo de Buena Esperanza son los mayores y más importantes sucesos que recuerda la historia de la humanidad"[2] Aunque es muy probable que los pueblos respectivos no estén muy dispuestos a darle la razón a este economista inglés.
Como se advertirá entonces, no fue sólo la "fuerza pujante" o el "espíritu decidido" de unos cuantos burgueses o, lo que es más o menos lo mismo, las sutiles relaciones o componendas "de clase", las responsables mayores del proceso de acumulación interna al proyecto imperial europeo; lejos de ello los capitales de la burguesía europea tuvieron nombres y apellidos extraños: millones de nuevos contemporáneos los financiaron (y financian) con el sencillo costo de su propia vida.
Gran parte de la riqueza y creciente prosperidad de las actuales naciones industriales se ha generado sobre el saqueo y colonización del ahora denominado "Tercer Mundo" o "países subdesarrollados"; empresa desarrollada por aquellas naciones que –a partir del siglo XV– produjeron su incorporación al mercado mundial en calidad de "complemento" o "reserva" (mano de obra y materias primas).
A su vez, esta "acumulación originaria", le permitió a las naciones centrales romper definitivamente con el comercio entendido como trueque (el oro y la plata no eran ya mercadería sino "prenda" de mercaderías) e iniciar una verdadera revolución en su mercado interno en cuanto al consumo, precios y necesidades se refiere.
Por lo demás una invitada de piedra se sienta al banquete del "proyecto" –y no abandonará más su sitial preferencial– la especulación: los mercaderes y comerciantes operarán sus mercancías de acuerdo con los vaivenes y fluctuaciones del mercado financiero internacional; hombres y mujeres –a veces pueblos entero– estarán, de aquí en más, pendientes de éste. Su suerte se jugará de acuerdo con las reglas de un juego del que, por supuesto, no participan.
Ser tratados como "pieza de Indias" será, durante muchos siglos, el destino de nuestra gente. Veamos, para finalizar este aspecto económico de la modernidad europea, algunas notas fundamentales de la denominada "revolución comercial" de los siglos XV a XVIII.
Lo primero que nos sale al paso es el vertiginoso desarrollo de la banca, es decir del préstamo organizado de dinero con fines lucrativos. Sus fundadores serán las grandes "casas italianas", hacia fines del siglo XIV; sus precursores, sin duda, los Médicis de Florencia que llegaron a operar con un capital equivalente a los 7.500.000 dólares como respaldo de sus actividades comerciales. Su insignia comercial –el racimo con tres uvas de oro– es todavía el emblema de los banqueros del "mundo occidental y cristiano".
La creación de los primeros “bancos", en el sentido más institucional de este término, corresponderá al siglo XVII: el de Suecia en 1656 y el de Inglaterra en 1694.
Paralelamente a esto, se operará un cambio decisivo en la organización de las actividades comerciales: aparecen las célebres Compañías; primero reguladas (asociación simple de comerciantes, unidos para correr un riesgo común), más tarde, por acciones (conjunto de "inversores" que tomarán o no parte directa en el negocio).
De lo primero será un buen ejemplo la famosa compañía inglesa de los "Comerciantes Aventureros", creada con el propósito de comerciar con los Países Bajos y con Alemania.
La segunda estructura –decisiva para la componenda de la maquinaria colonial– permitirá una organización mucho más estable que la anterior, consiguiendo algunas de ellas el rango de privilegiadas en virtud del cual recibían del gobierno de turno el monopolio del comercio e una zona determinada, acompañado de un gran margen de autoridad política sobre sus habitantes.
Sus tipos (más representativos fueron, sin duda, la Compañía Británica de las Indias Orientales, la Compañía de la Bahía de Hudson, la Compañía de Plymouth, la de Londres y un número considerable de similares que, en su conjunto, conforman la prehistoria de la moderna empresa capitalista internacional.
Tomas Mun –director por muchos años de la primera mencionada– expresará en una breve obra la "filosofía" inherente a estos proyectos: la riqueza de Inglaterra a causa del comercio exterior o, El balance de nuestro comercio exterior es la regla de nuestra riqueza, publicada en 1664, después de su muerte[3].
Como consecuencia de los dos acontecimientos señalados, no puede dejar de mencionarse la creciente decadencia de los gremios artesanales y simultáneamente la aparición de nuevas "industrias".
En efecto, aquellos disminuirán paulatinamente en número y calidad quedando exclusivamente controlados por "maestros" que se mantienen cerrados y excluyentes. Frente a ellos, pujantemente, surge la manera "industrial" (y no ya artesanal) de encarar la producción: abarcará, en sus comienzos, los ramos de la fundición de metales, minería y fabricación de artículos de lana, más tarde comprenderá todo el espectro económico de la sociedad.
Considerada ahora en su conjunto vemos que esta Revolución Comercial –impensable separadamente de la Religiosa y Cultural– sienta las bases económicas del posterior desarrollo de ese proyecto que Husserl denominó "idea de Europa". Una serie de conceptos e instituciones (bancos, préstamos, compañías, industrias, monopolio, especulación) nacen con ella y signan de manera decisiva el posterior devenir de los tiempos.
Así el "proyecto" también rompía todo "limite" y se "planetarizaba"; exportaba su experiencia –como se gusta decir ahora–: rompía con el feudo en el orden interno, hacía del resto del mundo un feudo en el orden externo.
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