FORMACIÓN POLÍTICA -Clase 5-

Clase Nº 5

  • ESTADO MODERNO

El desmembramiento del Sacro Imperio Romano y el abandono de la idea imperial, dio lugar al surgimiento de la teoría política. Su aspiración dejó de lado la ideología de la cristiandad –la ciudad cristiana– para dar paso progresivamente a la idea territorial de los nuevos poderes.

Con ideas residuales de la anterior visión cristiana del orden político como proyección del orden superior, nace la idea “moderna” de aferrarse a lo terrenal y como consecuencia inmediata de esto, una toma de posición en el imaginario colectivo de lo “político”.

Tres acontecimientos sellarán definitivamente la suerte del “mundo antiguo” –incluyendo la etapa “medieval”– que sentarán las bases de su imagen “moderna”:

  1. El Renacimiento
  2. La Revolución Religiosa del siglo XVI –Reforma y Contrarreforma–
  3. La Revolución Comercial a partir del 1400

Estos “acontecimientos” revolucionarán respectivamente la cultura, la religión y economías “antiguas” dando paso al surgimiento de proyecto europeo-cristiano-occidental, es decir que tiene en su génesis la idea “euro-céntrica” del mundo.

A partir del año 1300 declina el mundo cristiano feudal. Las más prestigiosas instituciones medievales con sus ideales comienzan a decaer. Se derrumban uno tras otro, la Caballería, el Feudalismo, el Sacro Imperio Romano, la autoridad universal del Papa, el sistema gremial de comercio y la industria; y sinnúmero más de pilares del “antiguo” orden. Aparecerá en escena una nueva “matriz” que le dará significación a los nuevos valores de un nuevo orden histórico-espiritual “moderno”, que increíblemente recibirá el nombre de Renacimiento (1300-1650). Será de un autentico proyecto civilizatorio que, en su conjunto, responderá a dos misiones fundamentales:

  1. Superación del mundo medieval
  2. Recuperación del orden moderno

En cuanto a la primera, su comparación con el proce­so medieval arroja notorias diferencias y significativas novedades. Acertadamente ha bautizado Paul Hazar a dicho cambio como el pasaje "De la estabilidad al movi­miento"[1]. Se trata, efectivamente, de la sistemática apertura de un universo cerrado sobre sí mismo" –den­tro del cual "hombre" y "mundo" se expresan con no­toria regularidad– hacia horizontes por completo no­vedosos que terminarán por quebrar su "lugar" y su "tiempo". El viejo ideal de la "estabilidad" y la "medida", cederán paso al "movimiento" progresivo y cons­tante y al afán consecuente de romper con todo "limite".

Hombre y mundo sufrirán, en consecuencia, cambios fundamentales. Este último dejará de ser ese Todo divinamente jerarquizado en cuyo centro la Tierra reina para gloria y seguridad de sus moradores; la teoría heliocéntrica de Copérnico derrumbará sin con­templaciones tan reconfortante panorama, complementándose adecuadamente con la imagen que el joven Ga­lileo propondrá para ese universo así descentrado y los nuevos caminos para la ciencia que el inglés Bacon sintetizará bajo el título de Novum Organum.

Otro tanto ocurrirá con la Sociedad. El viejo "colecti­vismo" medieval -por llamar de alguna manera sintéti­ca a esa profunda relación hombre/mundo en virtud de la cual aquél recibe su sentido y su destino en insepara­ble relación con éste –será ahora suplantado por un ego­ísmo cada vez más acentuado, rompiéndose, simultá­neamente, el ideal político medieval de una comunidad universal bajo la autoridad soberana del Sacro Empera­dor y del Papa. Su lugar será ocupado por el nuevo ("moderno") Estado particular (Nación), libre de inter­vención externa, persiguiendo –sin trabas de ninguna naturaleza– su prosperidad y engrandecimiento (dos excelsas y representativas "virtudes moder­nas").

A su vez, dentro de ellos, también la autoridad rebasará su antiguo orden: las pormenorizadas doctrinas medievales acerca de los límites de la autori­dad y de los fundamentos éticos de la Política, serán ahora expresamente rechazadas en aras de una ilimitada (palabra clave para comprender la "modernidad") libertad de procedimientos. La figura será Maquiavelo.

Definida así la Política, las guerras–consecuencia necesaria e inevitable para que el sistema funcione– se encargarán del resto. Sobre la base de los antiguos y maltrechos feudos, fragmentarán las modernas unida­des nacionales cada una de las cuales buscará –de aquí en más– imponer sus términos y condiciones al cumpli­miento del "proyecto" (que, se ha­ce ahora literalmente planetario)[2].

Si tal es, en grandes rasgos, el nuevo ordenamien­to cultural, no puede faltar en el mismo la nueva com­prensión de la divinidad y la consecuente misión terre­nal de la Iglesia. Ambos le serán proporcionados al “proyecto" por ese movimiento que se extiende entre 1517 y 1560 y que hemos denominado Revolución Reli­giosa, en su interior se desarrollarán dos acontecimien­tos complementarios –de allí nuestra unión en un solo movimiento–:

  1. la Reforma Protestante encabezada por Calvino y Lutero
  2. la Contrarreforma Católica tímidamente iniciada por Adriano VI de Ultrecht, regimentada por el célebre Concilio de Trento (1545), expresamen­te asumida y ejecutada por la Compañía de Jesús.

Am­bos elementos, dialécticamente enfrentados[3], darán la tónica de dicha Revolución Religiosa que, en su conjun­to, aporta dos nuevas situaciones al "proyecto":

  1. la división de la "cristiandad" en una multiplicidad de sec­tas hostiles
  2. la necesidad imperiosa de la tolerancia como elemento decisivo de la unión.

En suma el "pro­yecto" pierde homogeneidad; mina­da la cristiandad debe soportar en su interior una serie de subproyectos que agudizarán sus contradicciones con el transcurrir del tiempo y, simultáneamente, ya no tiene más remedio que recurrir a una "virtud" –con lo endeble que ésta se ha vuelto–, la "tolerancia", para ha­cer posible la unión por sobre el deterioro.

Un tercer elemento quebrará –junto con los dos ya mencionados: Renacimiento y Revolución Religiosa– el mundo antiguo-medieval: la denomi­nada Revolución Comercial. Amplia cadena de sucesos y nuevos principios, se extenderá a lo largo de tres si­glos (1400/1700) produciendo dos acontecimientos deci­sivos en el campo de lo socioeconómico: la ruptura del sistema medieval y la posibilitación del posterior modo de producción y vida capitalista.

Las causas de este fenómeno decisivo han sido múltiples al igual que las consecuencias mediatas e in­mediatas: A nosotros en particular nos interesará des­tacar ciertos aspectos decisivos de ese largo acontecer los que, por su significatividad, nos permitan visualizar mejor aún este cambio de orientación y nivel dentro del "proyecto europeo-occidental" que ahora estamos des­cribiendo y que culminará en su cima "globalizadora".

Al respecto, tres consecuencias fundamentales se extraen del acontecer de dicha Revolución Comercial:

  1. la transformación del comercio en empresa mundial;
  2. la consolidación económica de Europa para su ulterior y planetaria aventura capitalista

y la siste­matización de un conjunto de principios ideológicos –acordes con el nuevo acontecer– que, aún dispersos y fragmentarios, darán vida al "mercantilismo" como filo­sofía política de la modernidad imperial.

Veamos cada una de ellas. En cuanto a lo primero -y "primero" por cierto que en todos los sentidos- asistiremos en su comienzo a la decadencia de los gremios artesanales, posteriormente a la decadencia del propio modo de pro­ducción medieval (manufactura, trueque, economía ce­rrada y limitada) y, finalmente, al enfrentamiento del sistema así decaído con el nuevo tipo de mercado, pro­porcionado por la búsqueda y consecuente descubri­miento de nuevas tierras por parte de las potencias eu­ropeas; significará esto último el literal aniquilamiento de los restos de la vieja economía feudal y la aparición de un nuevo modelo económico acorde con un mercado –que al igual que la Política, el Cosmos, el Hombre, la Autoridad– ha rebasado sus propios límites.

El comercio se hace mundial, esto significa, por un lado, el ensanchamiento (cuantitativo de todo tipo) de la magnitud y dimensiones del mismo; pero también, lo que es más importante, el signo bajo el cual el hombre europeo deja atrás sus límites espacio-temporales y se encuentra con otros hombres y con otros pueblos: el comercio.

Será éste el ámbito desde y por el cual avista­rá lo nuevo; con el que, consecuentemente, no podrá dejar de tener una postura reductiva. Los "otros" que aparecerán ante sus ojos tendrán, para su mirada pre­determinada en el "proyecto", el valor de mercancías; serán útiles o inútiles, en mayor o menor plazo, con ma­yor o menor ganancia, y esto determinará la naturaleza de su relación.

La Fe medieval queda suplantada por el dinero moderno –por ende, la conversión por el usufruc­to– y el antiguo cruzado cede ahora bajo el peso y el empuje del burgués ansioso de decisiones rápidas y nuevos horizontes. Participará de este nuevo proyecto sólo que en condiciones de socio menor y en tanto y en cuanto favorezca la concreción de las metas decisivas. Una nueva forma –el comercio entendido como empresa mundial– ha tomado su lugar y no lo abandonará en el futuro.

En sus horizontes se divisa el nombre de sus primeras grandes cuentas: América, África, Asia. Colón arribará a la primera en 1492; Vasco de Gama cir­cunvalará la segunda en 1497, llegando en el ‘98 a la In­dia; Asia aguardaba desde hacía más de un siglo. Entramos así de lleno en la segunda de las consecuen­cias de esta Revolución Comercial que antes hablamos señalado: la consolidación económica de Europa para su ulterior y planetaria aventura capitalista. En efecto, ella llevará a cabo la definitiva liquidación del orden medieval y el paulatino reemplazo por el sistema capitalista de consumo y producción que, posteriormente, se perfeccionará e irá adecuando a la "naturaleza de los tiempos". Este proceso –conocido técnicamente bajo el nombre de "acumulación originaria"– supuso una doble perspectiva, perfectamente amalgamada. En el orden interno el ascenso de la burguesía como clase dominante y en el externo el sistema colonial de explo­tación y enriquecimiento.

Lo primero se halla íntimamente vinculado con el de­caimiento vertiginoso de la economía y del orden feu­dal, que tomará a los antiguos señores impotentes pa­ra solventar sus propios gastos y los relacionados con las permanentes guerras en que se verán envueltos. Rota la "paz cristiana", fragmentadas las antiguas po­sesiones, la guerra entre señores se tomó algo cotidia­no; al igual que el inexorable decaimiento de las arcas de la Iglesia. La riqueza –y el poder consecuente que ésta acarrea y representa– comienza entonces a cam­biar paulatinamente de mano.

Los antiguos Señores y Caballeros deben recurrir a mercaderes y prestamistas para sobrellevar las necesidades impuestas por el or­den que se derrumba -–al igual que la maltrecha Iglesia Católica–; la naciente burguesía comienza así a asomar las narices en el poder.

Pero todo este proceso social hubiera sido nulo y hasta imposible si no hubiese esta­do acompañado por una nueva estructura económica –inédita hasta entonces en la Europa antigua– genera­da a partir de la explotación mundial que Europa hará de otros pueblos y culturas recientemente "descubier­tas". En efecto, hemos apuntado cómo todo ese nuevo orden social interno se generaba juntamente con la con­quista y colonización de territorios ultramarinos que re­vitalizarán, con su trabajo y sus riquezas, las arcas europeas posibilitando, en consecuencia, la ya mencio­nada "acumulación originaria".

Sobre el despojo de otros pueblos crecerá la naciente burguesía europea y sus flamantes capitales, los que, posteriormente aplica­dos a la industria (siglo XIX), asegurarán su primacía sobre el resto del planeta.



[1] Paul Hazard. La crisis de la conciencia moderna, Ed. Pegaso, Madrid, 1952

[2] Guerra de las Dos Rosas en Inglaterra (1455); Guerra de los Cien Años en Francia (1337-1453); guerra contra los moras en España, etc:

[3] Guerra de Esmalcada (1545-1547) librada por Carlos V en aras del restablecimiento de la Unidad del Sacro Imperio bajo la fe católica; lucha entre los protestantes franceses –hugonotes– y católicos (1562-1589), que finalizará con la “noche de San Bartolomé”, pactada entre el Duque de Guisa y Catalina de Médicis; revuelta de los Países Bajos en 1585 y posterior enfrentamiento entre el Duque de Alba y Guillermo el Taciturno (1585-1609)

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