FORMACIÓN POLÍTICA -Clase 2-

Clase Nº 2

EL ESTADO

De una sociedad de iguales se pasó a una sociedad de clases, (dividida en jefes y súbditos)

Para defenderse mejor en las guerras y obtener mayor bienestar en la paz, los hombres inventaron una nueva organización social que agrupaba a varias tribus en un solo lugar: la ciudad, y bajo un solo mando: el estado.

Con la aparición de las ciudades se acentúa, por un lado, la tendencia de los jefes a separarse perdiendo contacto con el pueblo, y por otro, la tendencia de los ciudadanos a separarse perdiendo contacto entre sí.

Al parecer, la primera ciudad fue Jericó (en Palestina). Esta ciudad, rodeada de muros y fosos defensivos parece haber sido fundada 7000 años antes de Cristo. Pero como por entonces los hombres no sabían escribir (no dejaron documento alguno) no podemos saber si esto era cierto. Lo que si sabemos es que hubo ciudades en Oriente entre 4000 y 3000 años a.C. –Egipcios y Sumerios–

Por esta época aparecen también los primeros escritos –escritura– de la familia humana. Al principio cada dibujo simplificado (o signo) correspondía a una palabra.

En un mundo de fronteras móviles y constantes guerras, los pueblos sólo podían sentirse seguros al amparo de las armas. Es fácil comprender entonces que los guerreros se transformaran en jefes naturales.

En un mundo aún profundamente dependiente de las fuerzas naturales, donde tantas cosas por incomprensibles parecían mágicas (o divinas), los hombres sólo podían aplacar sus miedos invocando la protección de dioses que todo lo pudieran, que todo lo supieran.

Como no comprendían el porqué de muchas cosas, esperaban de los dioses "la verdad revelada” Pero no era el dios-sol o el dios-caballo quien revelaba la verdad (y reglamentaba las leyes), sino los propios sacerdotes.

Así, proclamándose "enviados" de dios, los sacerdotes también se transformaron en jefes. Y como todo lo que ordenaban (en nombre de dios) se cumplía, pronto los sacerdotes (como los guerreros) terminaron aprovechándose de esta situación en beneficio propio.

Los sacerdotes (que no producían ni guerreaban) terminaron transformándose en los inventores de la época.

Inventaron el calendario, (para regular los trabajos rurales y el nacimiento de los animales) así como la escritura y los números, para llevar la cuenta de las riquezas depositadas en los templos. Por entonces "los templos funcionaban de hecho como bancos".[1]

En esta época (3.000 años a.C.) aparecen también las primeras escuelas. Pero a esas escuelas sólo asisten los hijos de los "nobles" y de los propios sacerdotes.

Así las tierras, los rebaños y las riquezas sobrantes, que antes eran de todos pasan a ser propiedad del estado, es decir, de los jefes de estado. Sin embargo el estado no es una persona, ni un grupo de personas.

El Estado es el poder que tienen esas personas de mandar a los demás. Los sacerdotes tienen el poder de mandar "por las buenas", los guerreros "por las malas"; los sacerdotes para exigir ofrendas, los guerreros para recolectar impuestos; los unos para dominar las conciencias, los otros, los cuerpos: la fuerza de trabajo.

Y si bien es cierto que hubo jefes de estado que intentaron distribuir correctamente las riquezas y realizaron grandes obras que sirvieron a todos por igual, en general las leyes y las armas del estado más que al servicio de la comunidad estaban al servicio de las minorías dirigentes.

Los jefes de estado gobernaron primero pequeños territorios, (la ciudad y sus alrededores), luego zonas cada vez más grandes, dando origen así a los primeros estados territoriales. Los estados territoriales pocas veces eran agrupamientos espontáneos, la mayoría de las veces eran el resultado de invasiones y guerras.

Un pueblo se transforma en imperio cuando se lanza a la conquista de otros pueblos a los que domina por la fuerza. El robo reemplaza al trabajo. La guerra es la principal actividad de la sociedad imperial.

Aplicando las leyes de la guerra aun entre parientes, se suceden las traiciones y los golpes de palacio. Guerreros y sacerdotes se asesinan unos a otros para quedarse con el trono, que al final está siempre manchado de sangre.

En la ciudad de Tebas (1900 a.C. (?)) se encontraron escritas estas palabras:

"Canaán está devastada, Ashkelón despojada, Gézer arruinada, Jenoam reducida a la nada, Israel desolada y su raza no existe mas... Assurnasirpal (rey asirio, 880 a. C.) "termina una de sus campañas haciendo quemar 10.000 prisioneros sin dejar uno como rehén". [2]

Para hacer frente a los invasores la guerra se hace inevitable, y hasta los pueblos más pacíficos deben armarse en defensa de su libertad y sus riquezas. A la guerra de conquista se opone entonces la guerra de liberación.

Con el objeto de realizar "grandes obras", los imperios de la antigüedad reunieron a miles de esclavos en cuadrillas y los hicieron trabajar hasta la muerte. Hoy "podemos admirar las pirámides como una proeza de la arquitectura pero representan un gasto de trabajo de centenares de miles de hombres para el hipotético beneficio del alma del faraón y para el prestigio y el provecho exclusivo de los sacerdotes.[3]

En la sociedad imperial los trabajadores (libres y esclavos) no eran los únicos sometidos. En 1750a.C., Hammurabi, rey de Babilonia dejó un código donde se lee: “si la mujer abandona su casa y descuida a su marido sin razón debe ser arrojada al agua” –ahogada–; "si el hijo se rebela contra la autoridad paterna puede ser vendido como esclavo o marcado con un hierro candente.

La mercancía

Al principio, campesinos y artesanos se reúnen en las plazas e intercambian sus excedentes por simple trueque, dando origen así a los primeros mercados y las primeras mercaderías.

Mercaderías son aquellos productos del trabajo humano que no fueron creados para ser usados, sino para ser intercambiados en el mercado. Con la producción de excedentes y con el intercambio de los mismos, la humanidad pasa de una economía natural (donde sólo se produce lo necesario para vivir), a una economía mercantil (donde se producen además bienes destinados al mercado).

Pronto, con el desarrollo de los mercados y la extensión del trueque se hace cada vez más necesario utilizar unidades de valor, es decir unidades que se puedan cambiar por cualquier producto, y sean fáciles de transportar.

Las primeras unidades de valor (o primer dinero) fueron los granos de especies, las "cabezas" de ganado, o los "panes" de sal –salario–.

En los mercados las mercaderías se intercambian de acuerdo a su valor. En principio, el valor de cada mercadería se determina por la cantidad de trabajo necesario para producirla. Pero con la extensión del comercio aparecen en los mercados mercancías producidas en el extranjero con métodos desconocidos, cuyo valor es por lo tanto también desconocido. Ante la imposibilidad de los ciudadanos de conocer el verdadero valor de las mercaderías comerciadas, surge para el comerciante la posibilidad de fijar el precio de las mismas por encima de su valor.

El comerciante tiene ahora la posibilidad de recibir por las mercaderías más dinero del que pagó por ellas, y del que desembolsó para transportarlas al mercado. Así, sin producir nada, mediante el simple recurso de comprar barato donde hay mucho, y vender caro donde falta, los comerciantes se van quedando con una parte importante de la riqueza social.

Con todo, la actividad comercial fue durante mucho tiempo factor de progreso.

"Habría gran miseria en muchos pueblos si los mercaderes no llevaran lo que en un lugar abunda, a otro donde falta."[4]

El comercio intercomunica zonas aisladas, divulga inventos, facilita la división del trabajo entre los pueblos, y da origen al artesanado como oficio estable.

Con el comercio surge una nueva clase de hombres, que lentamente va a ir ocupando un lugar intermedio en la sociedad, entre los trabajadores y los "nobles" una nueva clase que va a vivir sin producir, transportando mercaderías y dinero de un lado para otro, comprando y vendiendo lo que otros construyen con sus manos. Los mercaderes.



[1] John D. Bernal. Historia social de la ciencia. Tomo I, pág. 523. Edición Casas de las Américas. Cuba

[2] Los hombres de la historia N° 66. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1976

[3] John D. Bernal. Historia social de la ciencia. Tomo II, pág. 424. Edición Casas de las Américas. Cuba

[4] Jacques Le Goff. Mercaderes y banqueros en la edad media. Sexta edición, pág. 88. Eudeba, Buenos Aires 1972

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