FORMACIÓN POLÍTICA -Clase 7-

Clase Nº 7

  • EL CONTRATO SOCIAL

Como concepto científico de lo social, la idea de sociedad es desarrollada en la Edad Moderna europea por los pensadores clásicos de las burguesías inglesa y francesa.

En grandes líneas, este desarro­llo adopta dos formas principales. Por un lado, la filosofía jurídico-­política, donde la sociedad se constituye a partir de un contrato o un pacto voluntario entre los individuos racionales que la componen.

Esta versión de la filosofía política, que sustenta su desarrollo teórico en la idea del contrato social, va a formular, sucesivamente, dos conceptos diferentes de Estado que, a su vez, se basan en sendas visiones acerca de la naturaleza humana originaria: la teoría del estado absoluto y la teoría del estado representativo o liberal.

La primera tiene su más destacado representante en Thomas Hobbes, para quien la sociedad se constituye ante la necesidad de superar el estado natural caracterizado por "una guerra de todos contra todos". Dicha guerra está movida por un perpetuo e incesante deseo de poder, para garantizar la propia seguridad y supervivencia primer principio de la naturaleza humana, que coloca a los indivi­duos en mutua contraposición.

Sin embargo, el otro principio natural ­-la razón- al permitirles prever las consecuencias negativas de esta lucha, les enseña a evitar una disolución antinatural y aporta la condición para que los hombres puedan unirse y cooperar.

Los dos factores combinados -la búsqueda egoísta de la supervivencia y la razón- dan como resultado la posibilidad humana de formar una sociedad. La constitución de la sociedad se realiza a través de un pacto; pero sólo es posible garantizar ese pacto si existe un gobierno fuerte y eficaz para castigar al incumplimiento: "Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre en modo alguno”.[1]

Luego de la Revolución inglesa de 1688, la monarquía parlamentaria, el Estado Representativo encontrará en John Locke el fundamento teórico de su legitimidad.

Según Locke, el estado de naturaleza en que se encuentran los hombres es de completa igualdad y libertad para ordenar sus actos y disponer de sus propiedades y de sus personas como mejor les parezca, dentro de los límites de la ley natural. Dicha ley coincide con la razón y enseña que, siendo iguales e independientes, nadie debe dañar a otro en su vida, libertad o posesio­nes.

A fin de ejecutar la ley natural e impedir que los hombres atro­pellen los derechos de los demás y se dañen recíprocamente, es preciso castigar a los transgresores con un castigo tal que impida su violación. Para ello y dadas las deficiencias e inconvenientes que experimentan viviendo aisladamente, los hombres superan el estado de naturaleza a través de un pacto por el cual todos acuerdan formar una sola comu­nidad y un solo cuerpo político.

Por lo tanto, la sociedad es producto de un contrato entre individuos que tienen voluntad y conciencia para ingresar en él y se da sólo por consentimiento de sus miembros.

En esta concepción, el orden social que se constituye a través del pacto es un orden jurídico, en tanto la sociedad civil se manifiesta y concreta en las leyes o normas.

El acto primero y primordial de una sociedad es la constitución del poder legislativo, porque con ello provee a la permanencia de su unidad bajo la dirección de ciertas personas y por medio de los lazos de las leyes hechas por mandato expreso del pueblo.

Pero, al mismo tiempo, sólo se constituye una sociedad política o civil cuando un cierto número de hombres se une renunciando cada uno de ellos al poder de ejecutar la ley natural. De esta manera, el Estado dispone del poder de hacer las leyes –origen del poder legislativo– y también de la facultad de castigar las trans­gresiones cometidas por los miembros de esa sociedad o por alguien ajeno a ella el poder de la paz y de la guerra –origen del poder ejecutivo–.

Locke otorga la soberanía al pueblo, que retiene el derecho supre­mo de apartar o cambiar a los legisladores; en consecuencia ambos poderes –el legislativo y el ejecutivo– están subordinados a la comunidad política.

La forma de gobierno del Estado dependerá de la manera como se otorgue el poder de hacer las leyes (democracia, oligarquía, monarquía electiva, monarquía hereditaria).[2]

Para que ese contrato se siga reproduciendo es necesario que los individuos interioricen las normas, pautas o valores y las transmitan a los nue­vos miembros que se incorporan a la sociedad por el proceso bio­lógico del hombre.

La educación cívica es así esencial, dado que sólo se es "ciudadano" cuando se está preparado o maduro para participar en el pacto. Estos lineamientos de Locke van a conformar la matriz del liberalismo jurídico-político, asentado en la teoría del contrato social y la división de los poderes, posteriormente enrique­cida, entre otros, por Montesquieu o Stuart Mill.

Un siglo más larde, la otra forma fundamental que toma el con­cepto de sociedad en el pensamiento liberal es la desarrollada por la Economía Política, cuyos primeros representantes son Adam Smith y David Ricardo. Basándose en el concepto de naturaleza humana egoísta formulada por Hobbes, aunque con una idea distinta de lo social, el liberalismo económico va a articular una matriz teórica claramente diferenciada de la filosofía jurídico-política liberal. Para esta matriz de pensamiento, la sociedad aparece como un orden o estructura que los individuos crearían sin tener conciencia de ello, al perseguir sus fines particulares.

En la búsqueda individual del lucro los hombres –guiados por una "mano invisible"– van conformando a través del mercado una estructura donde el comportamiento indivi­dual egoísta redunda en el bienestar general.

Este orden natural que se desarrolla a espaldas de los individuos, tiene una legalidad o necesidad propia de carácter objetivo, en tanto no es producto de la voluntad o de la conciencia subjetiva de cada uno de ellos.

Es la naturaleza de este orden –y no la formulación de un pacto racional entre los individuos– el que otorga al Estado la función prioritaria de garantizar el libre desarrollo del juego del mercado.

Lo único pleno de sentido entonces es alimentar esa actividad liberadora: no inventando nuevas leyes sino destrabando las ya existentes, corri­giendo las distorsiones que provienen de toda clase de injerencias extrañas.

En este marco, el Estado debe asumir el papel de mal necesario que garantiza la libre iniciativa de la sociedad, que sustenta la seguridad privada sin interferir en el sano despliegue de las leyes naturales del mercado.[3]

Carlos Marx y Federico Engels plantean una crítica radical a la ideología y a la sociedad burguesa en sus mis relevantes aspectos y desarrollan una versión teórica que intenta superar el pensamiento liberal expresado en la filosofía, la política y la economía, partiendo de una interpretación de la naturaleza humana originaria y de la historia de la humanidad, que considera al hombre como ser social.

En grandes trazos su formulación teórico-política critica al liberalis­mo demostrando la falacia de considerar al hombre sólo como ciudadano –tal como aparece en el sistema político y en el espacio de las relaciones de circulación e intercambio, en el mundo de la "igualdad y la libertad"– desconociendo al productor, que remite a la lógica de desigualdad del sistema de producción constituido, en la sociedad capitalista, por relaciones sociales donde la propiedad priva­da de los medios productivos da lugar a la gestación y apropiación de la riqueza social a través de la explotación de la mercancía fuerza de trabajo y la extracción de plusvalor.[4]

La sociedad se presenta para Marx como una totalidad articulada en dos instancias diferenciadas: el Estado y la sociedad civil. La verdad del Estado se encuentra en la estructura de la sociedad civil, conformada por clases sociales antagónicas en función de las relaciones de producción, de las formas de propiedad de los medios productivos: de allí que la crítica de la teoría política se formula a través de la crítica de la economía política.

De esta manera, mientras las corrientes de la economía política y de la filosofía jurídico-política liberal parten de un concepto del hombre como ser individual, idealmente pre-social; donde la sociedad se constituye respectivamente como un orden creado a través del accionar de los individuos en el mercado o por medio de un supuesto contrato para conformar un orden jurídico, para Marx el hombre es un ser social que no puede concebirse como tal al margen de su inserción en una sociedad históricamente determinada.

A partir de este concepto de la naturaleza del hombre, Marx y Engels van a desplegar su sistema teórico estableciendo los diversos factores que intervienen en la vida material de los seres humanos.

Afirman que el modo como éstos producen y las relaciones de producción e intercambio que establecen condicionadas por el desarrollo de las fuerzas productivas y la división social del trabajo.

El Estado es ante todo lo que los clásicos del marxismo han llamado el aparato de Estado.

Se incluye en esta denominación no sólo al aparato especializado (en sentido estricto), cuya existencia y necesidad conocemos a partir de las exigencias de la práctica jurídica, a saber la policía —los tribunales— y las prisiones, sino también el ejército, que interviene directamente como fuerza represiva de apoyo (el proletariado ha pagado con su sangre esta experiencia) cuando la policía y sus cuerpos auxiliares son “desbordados por los acontecimientos”, y, por encima de este conjunto, al Jefe de Estado, al Gobierno y la administración.[5]

Para Marx la ley de la acumulación que manda al capitalismo debía conquistar el mundo rápidamente, homogeneizar las condiciones sociales, creando por lo mismo, condiciones objetivas para una revolución socialista mundial. Sobrestimando el papel revolucionario histórico de la burguesía, Marx reducía la acumulación en la escala mundial a la expansión mundial del modo de producción capitalista.

Pero la ley del valor propia a este último implica una integración de los mercados en todas sus dimensiones (mercados de los productos, de los capitales, de la fuerza de trabajo).

En la escala del sistema mundial capitalista, estos mercados tienden a ser integrados en las dos primeras de sus dimensiones mencionadas, excluyendo la tercera. La ley del valor mundializada, fundada sobre este carácter truncado del mercado mundial, da cuenta de la polarización centros / periferias inmanente al capitalismo histórico, no superado y no superable en el marco de su desarrollo. Esta característica esencial del sistema plantea las cuestiones teóricas y prácticas relativas a la superación del capitalismo en términos que sean diferentes a los de las teorías sucesivas de la transición socialista tal como se han desarrollado después de Marx.

La coincidencia entre la constitución de los oligopolios y el agravamiento catastrófico de las rivalidades inter-imperialistas convenció a Lenin de que "el imperialismo era el estadio último del capitalismo" en el sentido de que los proletarios de todos los países reaccionarían a la guerra imperialista con una revolución, que incluso, aunque pudiera comenzar por "el eslabón más débil" del sistema, debería generalizarse. La revolución se produjo en Rusia pero en lugar de extenderse hacia el Oeste, se transfirió hacia otras periferias, ya sea bajo una forma radical (China), o bajo la forma atenuada de los movimientos de liberación nacional, revelando así el carácter decisivo de la polarización centros / periferias producida por el capitalismo.

A su vez Stalin teorizó el desarrollo imprevisto de la historia formulando una tesis de la crisis general del capitalismo, de la construcción del socialismo "en un solo país" y de la competencia de los dos sistemas.

La tesis parecía confirmada a la vez por la larga depresión de entre dos guerras y por la extensión de los sistemas "socialistas" en Asia y en Europa Oriental. Pero borraba la naturaleza del llamado proyecto socialista, cuya verdadera ambición era construir un "capitalismo sin capitalistas", el cual se ha transformado, en definitiva, como así debía suceder, en un capitalismo con capitalistas.[6]



[1] Thomas Hobbes. Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, México, Fondo de Cultura Económica, 1966.

[2] John Locke. Ensayo sobre el gobierno civil. México, Lecturas Críticas, Nuevomar, 1984.

[3] Norberto Wilner. La recuperación de la historia: la visión justicialista Buenos Aires, Editorial Cimarrón, 1975.

[4] Carlos Marx. El Capital: Crítica de la Economía Política, México, Fondo de Cultura Económica, 1973

[5] Louis Althusser. Ideología y aparatos ideológicos de Estado. Enero-Abril 1969

[6] Samir Amin. Crisis, ciclo económicos y modernidad. Thierd Wordl Forum, Dakar, 1999

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